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OPINIÓN

La frustración de Alberto

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Barro. Alberto F, el viernes en el Conurbano. | Presidencia

“El que quiera hacerles creer que en 2023 estamos perdidos, ¡un carajo estamos perdidos!”. A esta altura de su trayectoria como político, digamos que es casi imposible limitarnos a la literalidad del Presidente. Más bien suele disparar interrogantes en torno a qué quiere decir en realidad. O a quién le habla.

A primera vista, podría resultar curiosa la arenga pública de Alberto Fernández del miércoles 20 ante un puñado de dirigentes del PJ de José C. Paz, donde reina su amigo y anfitrión Mario Ishii. Llamativa porque fue hecha sin la presencia del jefe partidario bonaerense, Máximo Kirchner (¿se captará la ironía?). O porque ocurre en un proceso de declive constante de la aprobación presidencial, sobre todo en sus propios votantes.

La inflación y el deterioro galopante del poder de compra podrían explicar con facilidad el desaliento social hacia Alberto F. Es más complejo cuando esa resignación, que a veces muta a enojo, se expande dentro del Gobierno y de la coalición oficialista.

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Para evitar el hartazgo, no hace falta que nos volvamos a detener en la ausencia de relación política entre el Presidente y la vicepresidenta como si fuera la causa de todos los males. Porque no lo es, aunque es obvio que no contribuye a la normalidad. A propósito, otra curiosidad: raro que el profesor de Derecho de la UBA a cargo del Poder Ejecutivo no haya dicho ni mu de los vaivenes de la semana en torno al Consejo de la Magistratura. Ups, sí, lo hizo vía los tuits de Vilma Ibarra, su secretaria Legal y Técnica, que avaló la movida de Cristina Fernández de Kirchner.

Quedémonos en el Gabinete, donde cunde el desasosiego más preocupante. Siempre en privado, claro, que trasuntan las conversaciones de los funcionarios en off que tanto molestan a la portavoz Gabriela Cerruti.

El kirchnerismo que integra la Administración hace su juego aparte, mientras se mantiene fiel a la consigna vicepresidencial de que nadie deja su lugar. En esas anda el ministro del Interior, Wado de Pedro, desactivado como interlocutor confiable en el Gobierno que se reconvirtió en un mix de relacionista público y minicanciller oficioso, de Europa a Israel.

No es el único, obvio. Cerca de Fernanda Raverta, la camporista a cargo de la Anses, se quejaban del nulo intercambio que tuvo con Martín Guzmán para la puesta en marcha de los bonos que esa dependencia debe activar para jubilaciones, monotributos, trabajo informal y doméstico, anunciados el lunes 18 por el Presidente y su ministro de Economía.

El sector massista del Gabinete funciona a imagen y semejanza de su líder. Hacen equilibrio y aprovechan cualquier hendija para llevar agua a su propio molino.

La preocupación mayor está en el equipo de Alberto F. Ni allí se entienden las idas y vueltas presidenciales. Algunos ejemplos puntuales:

  • Ninguneado por el jefe de Estado poco después de llegar al Gabinete, Juan Manzur anunció a algunos de sus íntimos durante el verano que se volvía a Tucumán. Volvió sobre sus pasos porque dice que le pidieron que se quede, aunque siga siendo una figura decorativa.
  • Guzmán jura que Fernández lo ratificó y empoderó como ministro. Pero sigue sin digerir cómo continuar tragándose el sapo de ser desautorizado por el área de Energía, manejado por el cristinismo, en nombre de evitar romper lanzas con la vice.
  • Juan Zabaleta, a cargo de Desarrollo Social, se enteró por los pasillos que su amigo Presidente iba a catapultar al Movimiento Evita al frente de una cartera de Economía Popular, lo que licua su poder. Se lo desmintieron. El domingo 1° de mayo, el Evita y otros movimientos sociales aliados de Alberto F harán un acto en su apoyo. No sería gratis.

Acaso el “carajo” presidencial intente contrarrestar la frustración albertista. Amén de dar señales que moderen el fuego amigo, que hasta cuestiona que naturalmente Fernández vaya por la reelección, como han hecho todos los mandatarios que terminan su primer período. Ya ha planteado competirle el gobernador chaqueño Jorge Capitanich. Y un hombre de Axel Kicillof, Carlos Bianco, ha ido más allá: la candidata 2023 debería ser Cristina.

Así no hay proclama que aguante ni optimismo que dure.