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Camas

La gran soledad

11-10-2020-Perfil logo
. | CEDOC PERFIL

Siempre me tocan los peores y los mejores momentos. Albergo lo desconocido de cada uno, y a pesar de ello a muchos les cuesta dejarme. Las personas se refugian en mí todas las noches y por la mañana no se quieren ir, aunque se levanten a los sobresaltos. ¡Qué obligados se los ve, tan plácidos que estaban! Soy simple y sólida: cuatro lados, por lo general de metal (antaño de hierro, hoy ya no reconozco mis aleaciones) o madera (tengo la parsimonia de un árbol, pero horizontal). Los únicos que recelan de mi presencia son los niños. Los he visto llegar con lágrimas, luego de un ríspido “te vas a la cama” o “a dormir”. ¿Cómo no van a tener problemas los adultos si una de las más bellas actividades se la impone como castigo? ¡Un tercio de sus días! Lo decía el escritor romántico, “el sueño es una segunda vida”. Y parte de mi función es darle curso. ¿Quién no se ha agitado entre las sábanas, trepado en peligrosos riscos o saboreando placeres irrealizados? Todos sueñan, es la única garantía de libertad que otorga la vida. Hasta las peores pesadillas liberan penas y castigos.

Sin embargo, no todos me quieren… El insomne me maldice. Pretende hallar en mí lo que no encuentra en sí mismo: reposo.

A veces llego a rey. King size, me llaman. Soy el cuadrado de sus anhelos, la cama máxima. En mi amplio colchón se alborota toda una familia mirando un partido de fútbol; los animales se me trepan, acomodándose según el permiso. Y los cuerpos aprovechan el espacio para desentenderse en sus bordes. 

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Hay quienes me eligieron como trono de sus existencias. Juan Carlos Onetti tenía un cartel que rezaba: “Se nace cansado y se vive para descansar. Ama a tu cama como a ti mismo, descansa de día para dormir de noche”. Una película me tiene de protagonista, Buenas noches, Alejandro, en la que inventan un sistema de poleas para vencer la necesidad de levantarse. 

Hasta los escritores se copian en busca del secreto de mi privacidad. Uno del siglo XVIII, que pretendió viajar por su habitación durante 42 días, me otorgó todos los estatutos: “Un lecho nos ve nacer y nos ve morir, es el escenario cambiante donde el género humano interpreta alternativamente dramas interesantes, farsas risibles y tragedias horrorosas. Es una cuna adornada de flores, es el trono del amor, es un sepulcro.” En 1922, aparezco de manera similar en una novela donde un personaje cansado de recorrer durante un solo día casi toda la existencia, vuelve a su hogar en la madrugada, buscándome a tientas y “se mete en la cama… Lecho de la concepción y el nacimiento, de la consumación y la ruptura del matrimonio, del sueño y de la muerte.”

Sin embargo no todos me tienen… 

La pobreza es mi enemiga. Los hospitales me reclaman, ya casi no dan abasto. Y para algunos soy la última que los acompaña en la gran soledad de estos tiempos. Estoy cansada.