Cuando algunos atrevidos, hace mil años, empezaron a escribir en romance, no existía una academia que estableciera reglas ortográficas. Sin embargo, aquellos audaces lo hicieron bastante bien. Incluso mejor que nosotros, podría decir. Lo que hicieron fue transcribir lo que percibían. Siglos después, se restablecieron las grafías etimológicas y el sistema ortográfico perdió.
Es un error creer que un buen sistema ortográfico debe representar los sonidos del habla. Para eso están los alfabetos fonéticos. Pero usar para la escritura un alfabeto fonético es impracticable. Primero, porque los usuarios deberían saber fonética; segundo, porque se usarían multitud de grafemas inútiles, y tercero, porque no se estarían representando las palabras, sino pronunciaciones que pueden variar.
Un buen sistema ortográfico no debe ser fonético, sino fonémico. No debe representar fonos, sino fonemas: una sola letra para cada fonema y un solo fonema para cada letra. Es cierto que al hablar emitimos sonidos y oímos sonidos, pero los percibimos como fonemas. Un fonetista sabe que la e de perra es más abierta que la de dejo, pero al hablante común eso no le interesa: él percibe las dos como e. Lo único que le interesa es que la abierta no se abra tanto que se transforme en una a, o que la cerrada no se cierre tanto que se transforme en una i. Porque entonces no tendría las palabras perra y dejo, sino parra y dijo, que significan otras cosas. La a y la i son fonemas diferentes de la e porque hacen diferencias significativas.
Para el español, que tiene tan pocos fonemas vocálicos, representarlos en la escritura es muy fácil, pero establecer un buen sistema para representar los fonemas consonánticos no es nada fácil. Las reglas de la lengua las hace el pueblo al usarla, pero las reglas de ortografía no pueden hacerlas los legos. Y no quiero decir con esto que el “vulgo profano” comete irremediablemente faltas de ortografía, sino, al contrario, que hay que establecer un sistema ortográfico tal que nadie cometa faltas. Y eso solo pueden hacerlo los especialistas. Por eso la comunidad delega esa tarea en una institución, en nuestro caso la Real Academia Española con la colaboración de las academias “hermanas” (como las llama desde que adoptó la corrección política).
Cuando la Academia cambia una regla ortográfica o adopta una grafía para una palabra determinada, lo hace para perfeccionar el sistema, pero a veces se equivoca. ¿Cómo puede equivocarse si es ella la que fija las normas? Se equivoca cuando las nuevas reglas o las nuevas grafías están en contradicción con las reglas generales. Se equivoca cuando escribe los uruguayismos chamuyar y chamuyo porque, si bien en el Río de la Plata esas palabras se introdujeron como lunfardismos, desde antes existe el verbo chamullar, que viene del caló. Y, curiosamente, para la Argentina, Chile y Perú se escribe correctamente chamullo. Se equivoca cuando introduce la palabra pyme, que debería escribirse pime porque la vocal i en esa posición siempre se escribe i. Hay otras palabras en cuyo origen está la conjunción y que se escriben con i: correveidile, vaivén. Se equivoca cuando escribe samurái y bonsái, que deberían escribirse samuray (una grafía que también acepta) y bonsay. Pero lo que más me alarma en estos dos casos es que en el Diccionario panhispánico de dudas dice que las formas con y se adaptan mejor a nuestra ortografía, pero que las otras se han asentado por el uso, porque este es un error de concepto, ya que, como hemos explicado, en ortografía no se puede apelar al uso. También me alarma que escriba gay y recomiende pronunciarlo con a, porque ahí sí se está metiendo donde no le corresponde, ya que, si el pueblo lo pronuncia con e, debe aceptarlo y escribirlo guey.
Pero cuando la Academia advierte que se ha equivocado, no duda en volver atrás. Y, en general, no se equivoca, y las nuevas normas ortográficas mejoran el sistema y hay que respetarlas. Lamentablemente, en la Argentina los medios gráficos e incluso las editoriales que publican libros serios se creen con derecho de inventar sus propias normas y son renuentes a aplicar las mejoras académicas. Entre nosotros, todavía hay gente que escribe los monosílabos fue, fui, dio y vio con la tilde que se eliminó hace más de medio siglo. Muchas de esas personas son jóvenes que nacieron mucho después, pero aprendieron las formas incorrectas de los diarios o de maestros que las habían aprendido de los diarios, que siguieron empleándolas durante varios años.
*Profesora en Letras y periodista
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