Alberto Fernández asumirá el 10 de diciembre con una herencia entre manos. Mauricio Macri erró el diagnóstico. Argentina no salió del mundo ni volvió. El mundo se nos vino encima. El presidente electo tiene ante sí la chance de ajustar la lente. No sobreestimar oportunidades, ni subestimar amenazas. El mundo tiene de las dos, pero hoy las segundas son más nítidas. Turbulencia global y región exacerbada llegaron para quedarse. Mientras la economía mundial se desacelera, el margen de maniobra para los países de la periferia es menor.
En tiempos de mares revueltos, el nuevo gobierno tendrá cuatro D en su retina. Deuda y dólares, como salvavidas para salir de la crisis. Destreza y deliberación, como formas de nadar hacia delante. Los escenarios globales, regionales y locales están entrelazados. Allí las aspiraciones de autonomía pueden chocar con las necesidades de financiamiento. Habrá que ir por las primeras, pero sin descuidar a las segundas. Lo que es seguro: será andar por un fino equilibrio.
La primera de las D será la deuda. Acá el nuevo gobierno tendrá que lidiar con dos gigantes, Estados Unidos y China, envueltos en una vertiginosa dinámica de disputa hegemónica y tecnológica en la cuarta revolución industrial. Un cambio desde una política exterior de alineamiento pronunciado hacia un pragmatismo autonómico corre el riesgo de ser interpretado por Trump como una forma de parcialidad en ese conflicto por la hegemonía global. El camino es evitar la sobreactuación y la confrontación. Cualquier acuerdo con el Fondo Monetario Internacional para cambiar las condiciones de deuda empieza antes en el Tesoro norteamericano. Washington tiene 16% de los votos en el directorio del Fondo y sigue siendo el centro financiero mundial.
Sin embargo, la negociación con el Fondo es solo una parte. “El 40% de la deuda está en manos de acreedores privados, mientras la deuda con organismos multilaterales y bilaterales representa casi el 16%. Habrá que articular una estrategia para poder aplazar pagos y atarlos al futuro crecimiento de la economía, renegociando una quita o un canje de deuda. Los fondos de inversión esperan señales de moderación y previsibilidad en Wall Street. Del otro lado, China es una importante fuente de recursos y oxígeno para la economía argentina. Los préstamos para infraestructura, los swaps para ampliar el margen de reservas del Banco Central y la transferencia tecnológica son palancas necesarias. La presencia de la base espacial y de empresas chinas como Tencent, Huawei y Zte en territorio argentino redundará en mayores tensiones con Washington. Alberto Fernández tendrá que domar a las fieras sin enfurecer a ninguna.
La segunda D serán los dólares. El triángulo con Washington y Beijing importa, pero el mundo es más que dos. Para ingresar divisas a la economía, se necesita exportar más y mejor. La llave está en diversificar en países y sectores, y en atraer inversiones (hoy son solo el 16% de nuestro PBI). Se necesitará articular un polígono para compensar parte del déficit comercial con China (8 mil millones de dólares). Las ventas a la India y los países del Sudeste Asiático crecen más y hay todavía que explorar más Africa. Con Brasil tenemos superávit, pero es un espejismo de la recesión y el impacto en la caída de las importaciones. La relación con Europa, en tanto, estará condicionada al tipo de acuerdo que resulte con el Mercosur. Es también probable un acercamiento con una Rusia ávida de alimentos, que podría retomar la idea de invertir en energía. Si se quiere austeridad, diversificar es mejor que ajustar.
La tercera D será la destreza diplomática. La región está en un torbellino. Las crisis en Chile, Bolivia, Ecuador, Perú y Venezuela tienen causas endógenas, pero pueden derivar en escaladas o generar efectos colaterales en los países vecinos, como el caso venezolano demuestra. Se observa un invierno diplomático con mecanismos de concertación regional sin llegar a nacer, como el Prosur, o paralizados o echados al freezer, como la Unasur. A la primacía de lo doméstico se suma la escasez de aliados. Las relaciones bilaterales dependerán de movimientos políticos y resultados electorales, pero las afinidades son pocas. México puede ser un aliado importante, pero es todavía una incógnita. López Obrador está muy concentrado en la política doméstica, al punto tal que no asistió a la reciente Asamblea de Naciones Unidas ni a la cumbre del G20.
La posición argentina sobre Venezuela se decidió tornarla hacia una salida negociada entre las partes, a la manera que plantean México y Uruguay. Pero Trump puede intentar frenar la ruptura con el Grupo de Lima, o la construcción de espacios alternativos como el Grupo de Puebla, interponiendo como moneda de cambio el avance en la renegociación de la deuda. Bolsonaro, cercano a Washington, intentará posturas de máxima, como la amenaza con abandonar el Mercosur, para condicionar las negociaciones del bloque con terceros (léase, por ejemplo, el Acuerdo con la Unión Europea) y forzar a bajar aranceles del 12 al 6% promedio. Como sostiene Federico Merke, la relación de la Argentina con Brasil no estará atada exclusivamente a los asuntos bilaterales. Los avances dependerán de la relación con Europa, Estados Unidos y China. Bolsonaro ladra, pero aún no sabemos si morderá.
El deporte diplomático de Alberto Fernández será la acrobacia, que en su origen etimológico significa “andar en puntas de pie”. En el frente interno, tendrá además que manejar las tensiones entre las preferencias de sectores moderados y maximalistas de su propia coalición. Ello puede ser un factor, por ejemplo, en las relaciones con Estados Unidos, donde están quienes pretenden un pragmatismo autonómico, que evalúe potenciales beneficios y contraprestaciones, y quienes defienden un idealismo defensivo más confrontativo. En cualquier caso, deuda, dólares y destreza no son suficientes. Se necesita una cuarta D, la de deliberar sobre una estrategia de inserción del país a largo plazo. De las grietas, como en los laberintos, se sale por arriba. Habrá que delinear una hoja de ruta para aprovechar las oportunidades y morigerar los riesgos de estar inmersos en la cuarta revolución industrial. La marea sube… y es mejor no seguir nadando desnudos y sin brújulas.
*Investigador del Conicet y la Universidad Nacional de Quilmes.