Imparable, la bola negra arrasa. Nadie sabe la cantidad de palos que volteará en el siniestro bowling. Los palos son los actuales jefes de Estado. La bola negra, el coronavirus. Si, como parece, luego de la pandemia cambia el mundo, sus reglas y costumbres, políticas y sistemas, varios de los que hoy lideran serán removidos, apartados. Entraron en terapia intensiva.
Casi todos afectados por la cantidad de muertos que registran en sus mandatos. También por la imprevisión, desconcierto o error ante la emergencia. Por no aludir al azar, el inexplicable capricho del contagio que se ensaña con unos pueblos y saltea otros. Indiscriminada, entonces, la ruleta rusa del virus destruye a Pedro Sánchez en España y a Sebastián Piñera en Chile, sin olvidar al bólido de Trump que empezó a descascararse justo cuando alardeaba de una abrumadora reelección en noviembre. Si hasta hace dos días tambaleaba Netanyahu en Israel, a pesar de que su gobierno lamentaba menos de una docena de bajas fatales. Siguen los nombres en picada: Johnson, Bolsonaro, López Obrador, Ortega. Y en el paquete proceloso de mandatarios, curiosamente, asciende con un poder vicario alguien que podría pagar su deuda a quien le prestó la plata y hasta sobrarle efectivo: Alberto Fernández. Por lo menos, así lo repiten medios y encuestas, vaya uno a saber quién en estos momentos de desastre paga esos muestreos. O sí. La vanagloria, sin duda.
Mutantes. Los presidentes han mutado más que el virus, se resumen falsamente en dos eslóganes controversiales: unos dicen defender la vida por encima de la economía y otros hablan de proteger el trabajo para salvar la vida. Expresiones de interés político que trascendieron al cancionero popular: el líder rapero de Calle 13 se pronuncia por la vida detonando al mundo económico, objeta la estrategia oficial de México, mientras aparecen grupos opuestos de cantantes, también de éxito popular, alertando por un posible caos, la hecatombe del desabastecimiento, y mayores vidas perdidas si se paraliza la actividad laboral.
Encuesta: crece la imagen positiva de Alberto Fernández en medio de la pandemia
Todos los juglares, por supuesto, asumen la misión de cubrir a los más pobres. Como los distintos jefes de Estado en sus variadas actitudes, contradictorias y antagónicas, reptando entre números de caídos, casos de infectados, curados o en observación constante: parecen científicos de la estadística cuando solo reiteran el cambiante marcador de un resultado desconocido. Eso sí: sin excepciones aguardan la bendición de una droga mágica que, al menos, sea un remedio medianamente eficaz –que idóneamente dosificada acorte la evolución del tratamiento e impida peores derivaciones– si no alcanza para ser una vacuna (en la Argentina, replicando la experiencia ya adoptada por Francia, esa medicación está incluida en los protocolos de algunas clínicas, son pastillas que desde el siglo pasado se fabrican en el país para combatir la malaria, y hoy tienen un costo de 600 pesos).
Trump anda y desanda, incapaz de creer que no haya dinero que someta a la pandemia, se propone que todos los norteamericanos vuelvan a la iglesia dentro de 15 días. Su american dream. Lo acompaña el gobernador de Texas, que está convencido de que los abuelos como grupo de riesgo están dispuestos a sacrificarse para que no se altere la actividad económica. Piensa al revés de Cuomo, su colega de Nueva York, quien impulsa una rígida cuarentena en su ciudad para mitigar el azote de la catástrofe. Mismo país dividido, dos visiones con sanitaristas comunes repiten una grieta semejante a la de la Guerra de Secesión, que provocó más pérdidas norteamericanas que la Segunda Guerra Mundial (600 mil almas). El modelo Trump lo copia un socialista como Daniel Ortega en Nicaragua, quien mantiene el fútbol en los estadios. O un halcón como Bolsonaro, que supone la imposible penetración fatídica del corona en un pueblo inmune por estar acostumbrado a vivir y chapotear en las alcantarillas. Pensamiento que parece compartir López Obrador en México, dedicado a repartir estampitas con la leyenda “Detente”, como si el virus supiera leer. Varió en cambio un radical partidario del mismo “siga-siga” del fútbol, Johnson, dolido por encuestas desfavorables, ahora propulsor de confinamientos y tocado él mismo –como su príncipe de Gales– por el contagio: le costó el cambio.
Netanyahu optó por el cierre severo, hasta bloqueó sinagogas, solo admite ciertas prácticas individuales (en la Argentina se denunció esa ceremonia, detuvieron a un rabino, hubo escándalo y la DAIA en apariencia quedó estallada dentro de la colectividad por cierta prescindencia). Pocas víctimas fatales en Israel, igual el sempiterno jefe de Estado salvó el pellejo de perder el cargo con una maniobra en el Parlamento, le entregó esa pieza a su mayor rival, el general Gantz, con el que rotará poder en el futuro: fijó fecha para su salida en 2021. España e Italia siguen en el ojo de la tormenta, con más bajas que China en un impresionante colapso sanitario: se les imputa a sus gobiernos haber dejado correr la crisis, llegar tarde. Patético el rol de la administración ibérica, casi provocadora del desastre por ineptitud.
Crecen los pedidos de renuncia de Bolsonaro, quien llama a la gente a que salga a trabajar
Adelantado. Quien ha querido montar la corona enferma antes de tiempo fue Alberto Fernández. Al revés de sus tardíos colegas europeos. Sin demasiado prejuicios impuso cuarentena, declaró agujereados ciertos derechos individuales y ha cosechado unidad detrás de su figura. Como dicen todos, es otro Fernández, al menos frente a una segunda que era primera y, en su último regreso, sus adláteres temieron desplantes frente a su departamento. Mucho tiempo afuera.
Es cierto también que no tuvo hasta ahora los desafíos sanitarios que anticipan los expertos, se entregó a esas opiniones especializadas para sus medidas y, quizás, todavía le falta un panorama más global frente a la crisis. Por ejemplo, el problema logístico, la clave para explicar las penurias soviéticas una vez que se demolió el muro: tener suministros y no poder entregarlos. O, +en sentido inverso, la misma clave de la que se sirvieron los Estados Unidos para invadir el territorio europeo en la Segunda Guerra: no se trató solo del desembarco de tropas.
Seguro sabe AF que el número mortuorio lo ingresará al panel de aquellos jefes escorados por la bola negra del virus. Y, como al resto, le importará sobrevivir en el año que vivimos en peligro.