Ser papa ya no es “una papa”, como diríamos en el país de Bergoglio. Hasta hace unas décadas, algunos presidentes se inclinaban ante Su Santidad y le besaban la mano. Hubo alguno, el peruano Alan García, que incluso se arrodilló y le pidió perdón por sus pecados. Entonces había que contener a las inmensas multitudes que lo aclamaban y organizar a la corte de sacerdotes, prelados y dignatarios que lo escoltaban. Incluso a las monjas que, claro que algo más apartadas, se arrodillaban, rezaban, lagrimeaban y vaya uno a saber qué otra clase de sensaciones experimentaban al paso del representante de Dios en la Tierra.
Pero el mundo está cambiando a la velocidad de la luz. Sin metáfora, porque a la velocidad de la luz, es decir en tiempo real, el planeta entero se entera hoy de lo que dice y en realidad hace el Papa; por dónde va y cómo lo reciben. Los jóvenes y las jóvenes (para el caso, cabe aplicar lo políticamente correcto) ven por internet a una docena de tipos vestidos a la usanza de reyes o reinas medievales besando la mano de uno que, con la otra, hace la señal de la cruz en el aire y la sopla hacia la multitud. No es difícil imaginarse a un grupo de adolescentes de hoy riendo ante ese cuadro y a una joven preguntando, con total inocencia: ¿no hay mujeres en la Iglesia Católica?
Uno o una, quizá el o la mayor, quizá de familia católica, explicará entonces la historia de la virginidad de la Virgen María y que desde entonces las mujeres quedaron marginadas en la Iglesia; o algo así. La misma joven, quizá de familia agnóstica, o protestante, o judía, en fin, preguntará: ¿cómo, lo tuvo a Jesús y no…? Todos reirán y hasta es probable que alguno, el más informado, establezca una relación entre ese mito, el confinamiento eclesiástico y los asuntos de pedofilia que en todo el mundo envuelven a la Iglesia Católica. Hasta puede imaginarse que alguno o alguna, el o la de familia ultracatólica, se atreva entonces a contar que conoce el caso, vaya uno a saber si el suyo propio, de un chico o chica que está haciendo el catecismo para la primera comunión…
Seguramente hay también otro tipo de reacciones. Pero se puede afirmar que ese reflejo de desconcierto e incredulidad es lo que prima. Y no solo entre los jóvenes. La “crisis de vocaciones” que viene sufriendo la Iglesia Católica se agrava. Cada vez hay menos aspirantes a sacerdotes y monjas; también menos creyentes. “En este año, 2016, solo tres seminaristas se ordenarán sacerdotes y serán integrados en la Arquidiócesis de Buenos Aires. La cifra, en una jurisdicción eclesiástica que contiene más de tres millones de habitantes y que fue la casa de origen del actual papa, marca un declive sin precedentes del sacerdocio como elección para la vida consagrada” (https://www.clarin.com/zona/Sacerdocio-crisis-vocaciones-impacta-Iglesia_0_V1C5pGVne.html).
Es solo un ejemplo local. Durante la visita de Francisco a Chile, en algunos sitios la multitud, aunque numerosa, fue la mitad de lo esperado. En cambio, varias iglesias católicas fueron incendiadas y se quemaron tres helicópteros. Esos reprobables hechos no opacaron los numerosos y legítimos reclamos y protestas sobre los casos de pedofilia, que el Papa condenó… en compañía del obispo Juan Barros, uno de los principales acusados (https://elpais.com/internacional/2018/01/17/actualidad/1516199101_562786.html).
Se podría seguir con asuntos como la pobreza mundial y el contraste con las riquezas y los negocios de la Iglesia; el divorcio; el sacerdocio femenino; la homosexualidad, el aborto… tantos para los que Francisco, en buen populista, tiene un “relato progre” pero no hace nada concreto; ya porque no quiere, ya porque no lo dejan y no se atreve.
En tiempos de internet, robots y crecientes desigualdades, pero también de liberación e igualdad sexual, de necesidades y reclamos sociales, ya no es cuestión de autocontrición, sino de reparación.
* Periodista y escritor.