Hubo una distinción. Otra más en el Gobierno. Luego de cruzar su osamenta a Bolivia con Evo Morales, Alberto Fernández se catapulta emocionado como líder del progresismo de la región. Se cree un prototipo de los 70 o un Néstor Kirchner de la última etapa, cuando se fue a la selva colombiana en mocasines para conseguir una tregua con la guerrilla. Entonces, al sureño no le dio el piné. Tanta emoción en la comida y despedida al boliviano que, emocionados, estallaron en lágrimas y Covid porque entre todos aseguraron que el argentino, al otorgarle asilo al boliviano, le salvó la vida. Algo exagerada la afirmación: parece que todavía se viviera en el siglo pasado, en los tiempos violentos que asesinaban en La Paz a presidentes como Juan José Torres o le metían unos tiros en los glúteos a su colega René Barrientos, mientras desde Buenos Aires se repartían exilados por el mundo y nadie protegía del crimen al chileno general Prats o a los legisladores uruguayos Michelini y Gutiérrez, entre otros. Pero hoy, todavía, el gobierno local disfruta con la rebeldía de la nostalgia mientras negocia reparaciones con el FMI, brutal incoherencia o sutil adecuación. Uno de sus caracterizados emblemas, Felipe Solá, promueve a su jefe como líder regional de la izquierda, el “Pechito Argentino” de Fernández que defiende a los populismos de Nicaragua, Cuba y Venezuela, al eventual de Bolivia y objeta a la OEA diciendo que el organismo “no evita los golpes de Estado, sino que los patrocina”. Le parece un burlón acierto semántico.
OEA. Para él, la OEA constituye una institución nefasta, sirvienta del imperio y no contempla que más de treinta países del continente piensan al revés. Extraño descubrimiento de quien integra la sociedad regional y, por supuesto, denigra el cuerpo al que está asociado: un clásico de los 70, peripecias de un Solá que en un looping notable volvió al oratorio revolucionario del camporismo cuando le llevaba el portafolio al vicecanciller Jorge Vázquez. Y como si luego, en ese derrotero de oral lucha armada, no se hubiera allanado a tapizar la alfombra de Duhalde, Cavallo y Menem –recordar sus ingresos a la Rural con la fanfarria y en auto decapotable– y, de paso, entenderse con la política de Washington. Hasta se hizo polista, una especialidad deportiva en la que su mujer se ejercita mejor que él. Curiosamente, tanto Solá como Fernández se han distinguido en el caso boliviano frente a Cristina de Kirchner, quien guardó silencio por el cambio de autoridades en el Altiplano. Discreta, no se acopló al bullicio de sus colegas de gobierno en la agresión a la OEA, a pesar de que en el Instituto Patria se albergan jubilados pensadores de izquierda y jóvenes dispuestos a flamear la bandera del Che por América Latina.
Almagro. La actitud ofensiva de Alberto y Solá, indignados porque no pudieron ubicar a Beliz en el BID, apunta en particular contra el reelecto secretario de la OEA, Luis Almagro, un uruguayo no precisamente hombre de la derecha que fue ministro de Pepe Mujica y embajador en China, ahora convertido por la jerga castrista del oficialismo argentino en un “lamebotas” del imperio. Ocurre que al personaje le caen como si se hubiera trasvasado de club, respondiera a Washington y, por lo tanto, empuja el carro de las denuncias contra la violación de los derechos humanos en Venezuela y la crítica a Evo Morales por querer convertirse en presidente perenne antes de su forzada partida el año pasado. Repite, en alguna medida, lo mismo que hizo la OEA en l978 en Buenos Aires, cuando recogió un cúmulo de testimonios sobre torturas y desapariciones bajo el régimen militar. De esa tensa experiencia, comandada por Patricia Derian y Ted Todman (luego el embajador apodado despectivamente el Virrey durante el mandato de Menem), una de las expresiones más fuertes para demostrar las violaciones fue el documento del partido peronista, un arriesgado manifiesto para esa época que solo firmaron ante la comisión, presencialmente como se diría ahora, dos exponentes del consejo directivo: el austero Deolindo Bittel y el bonaerense salvaje Herminio Iglesias, únicos con las hormonas suficientes para hacerlo (en la elaboración secreta, entre unos pocos, participaron Miguel Unamuno, Carlos Corach y Alberto Iribarne). No asistieron ni acompañaron, seguramente por precaución, militantes característicos de la izquierda del movimiento, tampoco los Solá y los Kirchner, que en esos momentos ya estaban en edad avanzada. Sin duda, si uno recorre los medios de entonces, algún militar dijo que esas actitudes de la OEA eran para patrocinar golpes de Estado en lugar de denunciarlos. Como se expiden hoy el canciller y su presidente.
Castrismo. Parecen paparruchadas de un gobierno que todavía es aliado extra OTAN mientras entona un castrismo añejo para mantener la utopía militante. En suma, traslada su política exterior como eje de su política interior (expresión del ex vicecanciller Andrés Cisneros). Así Solá se exhibe más progresista que La Cámpora, sector dominante en la Cancillería según él mismo se queja –por encima inclusive de la hegemonía de su cuñado– y, para curarse en salud, nadie le imputará falta de izquierdismo el día que lo cambien por Cecilia Nahon. Raro el protagonismo de Solá: siempre comentó, sarcástico, que “para tener éxito en política había que hacerse el boludo”. Mientras, en su ministerio se disputan los cargos, designan a Jorge Suain en Rusia, un santiagueño protegido por Cristina que sigue procesado por el memorándum de Irán (trajo el documento traducido al farsi desde Adis Abeba), que tambien fue diplomático en Paraguay de corta duración porque le imputaron que había mandado seguir a Elisa Carrió cuando esta viajó a Asunción. El gran aliciente profesional es el envío de la ex ministra Bielsa a la Unesco, para que no se moleste por haber sido echada del gabinete, y en compensación por su presunto expertise cultural y educativo. Casi una broma que, además, se multiplica por la adición de que su hermano es embajador en Chile: los dos políticos, una extravagancia de la Cancillería. También le derivaron un consulado, lo que no se estila, a otro político (el “conde” Ramos), estrenan una embajada en Senegal y a un primo del radical Mario Negri, Luis Sobron lo designaron en un nuevo consulado en Tenerife, isla que casi no tiene argentinos radicados. Noticias gratas para el bolsillo del ministro Guzmán, quien cree que en el Gobierno se empezará a ahorrar.