COLUMNISTAS
Por qué calla Alberto F

Otra vez Cuba

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Papelón. Alberto F dijo que no sabía lo que pasaba en Cuba: ¿nuestra Cancillería está cerrada? | cedoc

El acontecimiento de la semana se inscribe en el espacio de la política exterior, que no concentra la misma atención que las contradanzas para armar las listas de las PASO. Las elecciones nos vuelven localistas, como si fuera necesario acentuar ese rasgo de la “esencia nacional”. La política criolla persiste cuando se disputan lugares y bancas. Se viven Las divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira, para mencionar un clásico, cuyos personajes son pícaros, buscavidas, interesados y sin escrúpulos. Alberto Fernández tuvo un acceso de picardía. 

El Presidente, que discursea hasta por los codos, se calla la boca ante la represión en Cuba y Nicaragua

Primero afirmó desconocer la represión que acompaña las manifestaciones en Cuba. ¿Para qué el Ejecutivo tiene un Ministerio de Relaciones Exteriores? ¿Para qué están los informes que suponemos le envían desde la embajada en la isla? Después, cuando ya era imposible abroquelarse en tanta ignorancia, hizo silencio. 

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En circunstancias así, quienes vivimos durante la dictadura sabemos el dolor y la indignación que nos producía el silencio de Cuba frente a la represión en la Argentina. David Viñas asistió en La Habana a una reunión de intelectuales solo para echarles en cara ese silencio. 

Quienes habían sido procubanos se sentían defraudados o intentaban justificar la política exterior castrista con la excusa de la dirección ejercida por la Unión Soviética y la dependencia de armamentos e insumos que le llegaban de esa cruel madre patria socialista. 

Quienes no habíamos sido procubanos sino militantes de otras variantes revolucionarias, sacudíamos la cabeza con el gesto de “esto lo sabíamos”, porque, desde el caso del escritor Padilla, a fines de los 60, en Cuba se persiguió y encarceló a los disidentes. Si alguien todavía no está enterado puede leer el bien fundado libro de Rafael Rojas, Tumbas sin sosiego. Revolución, disidencia y exilio del intelectual cubano. O el de Claudia Hilb, Silencio, Cuba, del que transcribo una síntesis estremecedora: “Un régimen del que no podemos decir que viola derechos humanos, sino que, en su forma misma, no reconoce la existencia de esos derechos tal como son sostenidos en el horizonte de nuestras sociedades liberal-democráticas modernas”.

Lo que sabemos obliga a criticar lo que el gobierno argentino (no) hace respecto de la represión en Cuba y Nicaragua. Alberto Fernández, que discursea hasta por los codos, ahora se calla la boca. Los argentinos sabemos la ofensa que significó el silencio de Cuba y otros satélites soviéticos sobre los asesinatos y las desapariciones de los años 70, silencio cuya causa fueron las excelentes relaciones comerciales de la Argentina con la URSS y los países que dependían de esa potencia. No hagamos lo mismo. Acá, por lo menos, no vivimos en una dictadura.

Patinadas. Hoy Alberto Fernández calla ante la represión de quienes se manifiestan en contra del gobierno autoritario/totalitario cubano. Hay razones. La primera es la subordinación de Alberto a Cristina, que confía en Cuba, incluso para encomendarle la salud de su querida hija. La segunda, envuelta en subterfugios ideológicos, se viste de antinorteamericanismo y trata de aportar así al bloque que, en América Latina, se manifiesta “antimperialista”. Tanto no nos piden. Pero de este modo se embellece la defección de nuestro gobierno. Fernández es un as para el juego de las defecciones.  Y Cristina es experta en cubrirse con un nuevo manto. 

Llamar a todas estas patinadas una geopolítica latinoamericana es adornar una improvisación que no toma en cuenta ni nuestra muy relativa importancia, ni nuestros intereses más cercanos a los del Cono Sur, que no necesita que aticemos el fuego de diferencias con vecinos como Brasil, Chile y Uruguay.

Fernández debe hablar sin hacerle caso a su mandante, que ha elegido un escenario internacional donde pavonearse, mientras que él, en cambio, tiene que seguir siendo presidente. Si la Argentina habla sobre la represión en Cuba, quedará del lado de Michelle Bachelet, no del tercermundismo trucho de Cristina Kirchner. 

Pero los políticos argentinos están muy ocupados. No tienen tiempo ni para leer los diarios. Por eso la cuestión cubana interesa mucho menos que los pasajes entre el tercer y el quinto puesto de una lista para las PASO. 

Así las cosas, que nadie se enoje si escribo el adjetivo “provinciano”, que no es despectivo sino descriptivo de una colocación estrechamente enfocada en el localismo, sus intereses y sus conflictos. 

Con frecuencia, se escucha que la Argentina tiene que recuperar un lugar que, dicen, alguna vez tuvo. Si lo dicen en serio, los políticos que creen que tuvimos un lugar y despertábamos expectativas, deben pensar que la recuperación de esa distinción depende de varios factores. 

El primero es reconocer que la Argentina ha caído dramáticamente en el ranking de los países. Empezó el siglo XX entre los primeros quince; lo terminó entre los quince últimos. De todas formas, existen países pequeños, como Uruguay, que son merecidamente respetados por la constancia y coherencia de su presencia internacional. Ni dados a aventuras, ni remisos a pronunciarse cuando es indispensable. Argentina podría proponerse adquirir esas virtudes, ya que los galardones de la primacía no le tocarán ni por la economía, ni por los datos desastrosos de las condiciones de vida y escolaridad. Una vez reconocido el lugar de país pequeño, es posible obtener el respeto a la palabra dicha con seriedad y sin derroche. 

Si el Gobierno criticara a Cuba quedará del lado de Bachelet y no del tercermundismo trucho de Cristina

Hoy, por ejemplo, para volver al tema con el que comenzamos, sería noble y reconocido que la Argentina hiciera saber con claridad su posición sobre lo que sucedió y quizá siga sucediendo en Cuba. 

No nos piden mucho, sino coherencia con la defensa de los derechos humanos, cuyo ejercicio se recuperó en 1983, se consolidó en el Juicio a las Juntas y abrió el pasaje a la democracia, un acontecimiento que, en verdad, no tenía muchos antecedentes en el mundo y ninguno en América Latina. En ese juicio, de verdad fuimos únicos por única vez. Pero eso, además, nos obliga a ser coherentes con la defensa de los derechos también en Cuba, le guste o no a la vicepresidenta y a los arcaicos procubanos que todavía se encuentran.