Después de tantos años de escribir estas columnas me digo que podría, al menos durante una semana, no pensar, dar vueltas, imaginar, retorcerme las neuronas preguntándome acerca de qué y cómo las voy a escribir. Me pregunto también por qué en algún momento se me cortó la posibilidad de escribir irresponsablemente sobre política, ya que más de una vez tuve el goce de abordar como una fiesta personal los dimes y diretes del kirchnerismo, en cambio el macrismo me dejó mudo, tan consternado que ni siquiera puedo entretenerme ahora escribiendo algo sobre las ridículas contorsiones y los patéticos esfuerzos que hacen los capitostes de JxC para mirar para otro lado frente a las deleitables revelaciones públicas de sus operaciones de “inteligencia” que tuvieron como objeto principal, además de a sus adversarios políticos, a buena parte de sus figuras, exceptuando tal vez a la abanderada de los humildes de la República Celestial, Lilita, quien saltó a pedir la eliminación de la noble y sacrificada profesión de los espías intrauterinos (¿a quién va a espiar un espía local si no a la fauna propia?), luego de usufructuar durante años de las carpetas que estos le entregaban. También es graciosa, desde luego, la excitación adolescente del Frente de Todxs, disimulada de indignación, porque hasta ahora no había encontrado muchas maneras de mostrar que vinieron para ser mejores. En fin. Son tantos años que no pude menos que preguntarme cómo había llegado yo a columnista de PERFIL y de golpe recordé: cuando falleció Rodolfo Fogwill, en el ciclo del duelo que correspondió a la recensión de su obra y la proyección a futuro de su obra para solaz y admiración de las generaciones presentes y futuras, alguien se preguntó quién sería su heredero. Y entonces, trémulo de admiración, respeto y cariño por el grande hombre fallecido, malvado o angelical de acuerdo a cómo le tocaba el día, no pude menos que decirme que yo lo era, porque fue tras su muerte cuando me propusieron ocupar su lugar y empecé a escribir estas columnas.