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Pecados capitales

Culianu, que fue entre otras cosas historiador, filósofo, erudito y mago, existió y fue asesinado así el 21 de mayo de 1991.

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| Cedoc

Hay muchas maneras de meter la pata y el crítico tiene a su disposición una importante batería. Aquí voy a confesar dos burradas de las que fui culpable en los últimos días. No es la primera vez que me pasa, pero siento la necesidad de una penitencia. Una fue un error fáctico: escribí algo completamente falso. Fue así. Hace dos semanas publiqué en La Agenda una reseña de La migración, primera y excelente novela de Pablo Maurette. El libro empieza hablando de Ioan Petru Culianu, un profesor rumano asesinado de un balazo mientras cagaba en el baño de la universidad de Chicago. Dos cosas me convencieron de que se trataba de una historia apasionante pero absolutamente inventada por Maurette. Por un lado, la relación entre el apellido y las circunstancias de su muerte. Por el otro que Maurette, creador del poeta Carlos María Pervinapo (autor de Memorias de un coprófago) es aficionado a los asuntos de esa índole. Cuando terminé de escribir la reseña, me tentó el diablo de la arrogancia y me sentí en la obligación de aclarar que yo no era tan tonto como para creer en la existencia de Culianu ni en su extravagante muerte, de modo que agregué la palabra “apócrifo” al lado del nombre del profesor. Días después, recibí un mail de Maurette diciendo que agradecía la reseña pero que Culianu, que fue entre otras cosas historiador, filósofo, erudito y mago, existió y fue asesinado así el 21 de mayo de 1991. De hecho, Maurette había publicado hace unos años una nota periodística en Clarín, en la que hablaba del misterio que rodeó al crimen, del ocultamiento que de él hizo la universidad y de las distintas teorías sobre el autor. La muerte de Culiani se atribuye a esbirros de la policía secreta, a miembros de los viejos grupos fascistas rumanos e incluso al miedo de que Culianu publicara las cartas de su maestro Mircea Eliade (que lo había designado como albacea de sus obras inéditas) en la que quedaban definitivamente expuestas sus relaciones con el nazismo. Y todo por no consultar el Google, que me podría haber ahorrado ese “apócrifo” que ahora lamento. Como para no cometer el mismo error, acabo de googlear a Pervinapo,  pero esta vez no encontré datos biográficos sino, en cambio, un poema suyo titulado “Islandia”, que contiene estos versos entre otros de parecido tenor: “Entonces siento un violento/ un brutal retortijón/ un sorete atravesado/ me re cago de dolor.”

La otra fuente de mi arrepentimiento es una apreciación que hice la semana pasada en esta columna, donde hablé bien de la serie de televisión Jack Taylor y de las novelas del escritor irlandés Ken Bruen en las que está basada, cuyo protagonista es un detective borracho de Galway. Aquí no cometí un error fáctico, sino de juicio, lo que me quedó claro leyendo otros libros de Bruen hasta que el asco por su calculada e hiperbólica sordidez me hizo entender que el error era profundo. Pero el nivel de sadismo gratuito no es lo peor de sus novelas: Bruen alterna una violencia física y moral extrema con citas de novelas, nombres de canciones y referencias a marcas de ropa. Pero sus entusiasmos en materia literaria son tan consensuales que hacen pensar en algunos suplementos culturales. Al elogiar a Bruen, en definitiva un frívolo, me contagié de su amplitud indiscriminada. Y la amplitud es el peor vicio de un crítico.