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Piñera, en la Feria

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En estas tardes de lluvia otoñal se me da por escribir, tal vez por azar, al tuntún, en papelitos y servilletas, un poco como Corach cuando borroneaba el nombre de Bonadio –entre otros– pero sin su talento, por supuesto. Lo mío es más incierto, es apenas un poema, uno solo, el primero que escribí en mi vida. Dice así: “No voy a despedir a nadie en el Estado/No voy a aumentar las tarifas/Voy a combatir la pobreza/¿En qué te han convertido, Daniel?”. Acabo de releer mi poema y me doy cuenta de que va a ser el último. Abandono. La poesía no es para mí. Ahora las tardes de lluvia quedarán ahí, para que otro u otra se ocupen de ella, en la melancolía de la avenida Santa Fe, cruzando hacia Plaza Italia. Porque aquí estoy ahora, en este mismo instante, en Plaza Italia, mientras mando esta columna al diario en un videíto por Snapchat, entrando a la Feria del Libro. Ocurre que mis topos en el mundo de la edición me indicaron que vale la pena concurrir al stand de La Sensación, en el Pabellón Azul, en la que se encuentran, entre otros, los libros de Mansalva y Blatt & Ríos.
Sigo con mucho interés a Blatt & Ríos. Interés doble. Primero y principal, como lector. No son pocos los libros de esa editorial que leí con placer (los de Jurado Naón, Katchadjian, Baigorria, Strafface, entre otros), e incluso los que no me gustaron tanto, no obstante los encontré dignos y se entendía perfectamente por qué habían sido publicados, cómo se integraban al catálogo de la editorial. En segundo lugar, retomando lo que ya insinué en la frase anterior, me interesa la forma en que Blatt & Ríos encontró, por llamarlo de algún modo, su escala. La forma en que fue creciendo, en que fue articulando el trabajo en digital con el papel, las tiradas que hace, el modo en que sus libros circulan por internet y ahora con distribución propia en librerías. Como pocas, Blatt & Ríos es una editorial pensada, con alto grado de reflexión sobre la tarea editorial y sobre su propio lugar en ese campo. Ahora, acaba de publicar La carne de René, de Virgilio Piñera, cuya edición anterior pertenecía a Tusquets, pero que luego de ser adquirida por Planeta, por razones que desconozco, debe haber perdido los derechos del libro, que pasaron a Blatt & Ríos, lo que implica un gran salto de calidad (para la obra de Piñera, obviamente). De golpe, me dieron ganas de releer a Piñera. Y cuando fui hacia los estantes en busca de mi vieja edición de La carne… me topé con Virgilio Piñera. Entre él y yo, de Antón Arrufat –Ediciones Unión, La Habana, 1994– que no sé por qué tenía sin leer. Es un libro hermoso, en el que Arrufat, amigo y albacea de Piñera, oscila entre los recuerdos personales, las anécdotas imperdibles y la lectura de los textos de Piñera, cruzado todo con un amor por su amigo que lo vuelve, por momentos, conmovedor. De entre todos los pasajes deliciosos, me quedo con las descripciones de las caminatas de ambos: “Una espléndida mañana habanera, tras desayunar en un cafetín con mesas de mármol, azucareras metálicas y sillas viejas, café con leche y unas tostadas con mantequilla, salimos a caminar un rato. Bajamos por Acosta varias cuadras, pasamos por Villegas, Aguacate, y entramos por Compostela hacia salir a Luz, por donde seguimos bajando, en apariencia buscando el mar. Pero no buscábamos nada, caminábamos simplemente”.