Negado, aborrecido, ignorado, temido; el dólar volvió a ocupar el centro de la escena económica nacional. Los intentos por convencer al público que no hay que prestar atención a un mercado insignificante hasta asimilarlo con el de compraventa de drogas (cabe recordar el curioso bautismo que el expresidente de la Comisión Nacional de Valores, del Banco Central y efímero interventor de la ANSES, Alejandro Vanoli, hiciera en otros momentos de turbulencia: el dólar-cocaína) no tuvieron el efecto buscado. Desde que el ministro Guzmán renunciara en el espacio virtual de Twitter hace tres semanas, la cotización de cualquiera de las especies “libres” o alternativas subió $100: el mismo porcentaje que toda la inflación del primer semestre (36%).
El pedido gana terreno: que el Banco Central, el ministerio de Economía o la cabeza del Poder Ejecutivo hagan algo para encarrilar este dislate. Haciendo caso a este clamor, ayer hubo una reunión “cumbre” de las tres personas que en la actualidad ejercen esos roles. Los resultados de este mini cónclave no se conocieron…o no había mucho para comunicar, quizás porque los instrumentos habituales de este o cualquier otra administración para la emergencia ya fueron desgastados por mala praxis o abuso en su manejo.
El problema no es que no se perciba al tipo de cambio del eufemístico Mercado único y libre de cambios (MULC) como insostenible ($136) sino que la brecha que el viernes era del 135% distorsiona los precios, además de alentar el adelantamiento de importaciones y la ralentización de liquidaciones de exportaciones.
La impotencia gana terreno en política económica y lo que se atribuyó al exministro como una virtud, cuando conseguía patear vencimientos y toma de decisiones poco atractivas electoralmente, ahora se transforma en la pesadilla de Silvina Batakis. Ni siquiera su férrea pasión xeneize le brinda un oasis de paz, habida cuenta del renacido cabaret boquense y la omnipresencia de su Consejo de Fútbol.
¿Hacer algo es mejor que no hacer nada? La intervención del Gobierno en la economía es materia de discusión permanente. Hace ya más de dos siglos, con Adam Smith los clásicos retomaban una polémica anterior acerca de cuál es el mejor medio para conseguir el bienestar de la población acudiendo a una receta contradictoria: la interacción entre el interés particular de las partes podría llevar a un mejor resultado que el accionar de la autoridad en cuestión.
¿Hacer algo es mejor que no hacer nada? La intervención del Gobierno en la economía es materia de discusión permanente.
La teoría económica fue validando la expansión del comercio internacional (en parte gracias a innovaciones logísticas) y del conocimiento (con la irrupción de medios de información generalizados) para respaldar los beneficios de la economía de libre mercado, quedando la intervención estatal como una suerte de corrección de las “fallas del mercado” o cuándo se quisiera alterar el equilibrio automático por razones de “orden público” generalmente motivadas por la esencialidad del bien abastecido o de redistribución del ingreso. Así, fue ganando terreno el despliegue de políticas vinculadas con la educación, la seguridad o la educación, por medio de las cuales se buscaba acelerar los resultados que el “derrame” de una economía en crecimiento podía obtener.
El primer llamado de atención fue, quizás, el agotamiento del modelo imperante hasta 1974, con la primera explosión del “Rodrigazo” del que, además del primer brote hiperinflacionario, surgió la vigencia del dólar como unidad de cuenta para algunas operaciones.
A casi 50 años de quella debacle, luego de dos años de precios controlados, tarifas congelados y tipo de cambio fijado discrecionalmente, la historia vuelve a repetirse. Otra vez el escenario internacional pone su cuota de incertidumbre: en 1973 con la multiplicación de los precios del petróleo luego de la breve guerra de Yon Kipur cosa que se vuelve a dar con la invasión de Rusia a Ucrania. Pero ahora también “volaron” los precios de los productos exportables argentinos y genera una situación de empate técnico en la balanza comercial, en parte culpa de haber procastinado la implementación de las inversiones vinculadas con la extracción y distribución gasífera de Vaca Muerta.
Pero también por el desequilibrio con una demanda de servicios públicos estimulada por los bajos precios y la convicción que la “necesidad” genera automáticamente derechos. También de podría percibir la necesidad urgente de estabilidad económica y el derecho a obtenerla... Pero el principio inmutable de la escasez atenta colisiona, una vez más, contra dicho derecho.