CULTURA
Lecturas

Así comienza la primera novela de Paul Auster tras el anuncio de que padece cáncer

Baumgartner es la nueva ficción del autor de "La música del azar". Vuelve a la novela tras seis años y luego de atravesar un tratamiento oncológico.

Paul Auster
Paul Auster | Gtlza. Prensa Editorial Planeta

En marzo de 2023, Siri Hustvedt anunció que su esposo Paul Auster tenía cáncer. Le había sido diagnosticado en diciembre del 2022 y desde entonces, poco más se supo, salvo que en enero de este año, fue dado de alta. “Por el momento, de todos modos, no hay emergencia y, aunque estamos inciertos sobre lo que depara el futuro, Paul ha sido dado de alta del hospital; tenemos un respiro de la emergencia, al menos hasta ahora”, publicó en sus redes sociales la escritora.

La gran noticia para los millones de fans de Auster de todo el mundo es la publicación de una nueva novela. Tras seis años sin publicar, después de la agotadora 4321, que bien podría haber sido la novela que agote su extraordinaria obra, y de la publicación de Un país bañado en sangre, una reflexión anti violencia y anti armas, se publica en castellano Baumgartner, su última obra, de la que anticipamos sus primeras páginas.

Nuevo libro de Paul Auster
Baumgartner, de Paul Auster

"Baumgartner está sentado a su escritorio de la habitación de la planta alta, que, según los casos, denomina estudio, cogitorium o madriguera. Pluma en mano, va por la mitad de una frase del tercer capítulo de su monografía sobre los seudónimos de Kierkegaard cuando se da cuenta de que el libro donde viene la cita que le hace falta para acabarla está abajo, en el salón, donde lo dejó anoche antes de acostarse. Mientras baja a buscar el libro, se acuerda también de que ha prometido llamar a su hermana esta mañana, a las diez, y como ya es casi la hora decide ir a la cocina y hacer la llamada antes de recoger el libro del salón. Al entrar en la cocina, sin embargo, un olor acre y penetrante lo detiene bruscamente. Se está quemando algo, piensa, y mientras se dirige hacia el fogón, ve que se ha quedado encendido uno de los hornillos delanteros y que una llama persistente está corroyendo el fondo del cacillo de aluminio que ha utilizado tres horas antes para hacerse los dos huevos pasados por agua del desayuno. Apaga el hornillo y entonces, sin pensarlo dos veces, es decir, sin molestarse en buscar una manopla o un paño de cocina, retira del fogón el humeante y destrozado cacillo de hervir los huevos y se quema la mano. Baumgartner da un grito de dolor. Una fracción de segundo después suelta el recipiente, que cae al suelo con brusco y metálico estruendo, y luego, sin dejar de aullar de dolor, se precipita al fregadero, abre el agua fría, pone la mano derecha debajo del grifo y la mantiene allí durante los tres o cuatro minutos siguientes mientras el gélido chorro le baña la piel.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

"Esperando haber conjurado posibles ampollas en los dedos y la palma de la mano, Baumgartner se seca cuidadosamente con un paño, se detiene un momento a flexionar los dedos, se pasa el paño por la mano un par de veces más y luego se pregunta qué está haciendo en la cocina. Antes de recordar que tiene que llamar a su hermana, suena el teléfono. Descuelga el aparato de la horquilla y murmura un cauto dígame. Su hermana, dice para sí, acordándose al fin de qué le ha llevado allí, y ahora que son más de las diez y no la ha llamado, está completamente seguro de que es Naomi quien está al otro lado de la línea, la cascarrabias de su hermana pequeña, que empezará sin duda la conversación regañándolo por haberse olvidado de llamarla otra vez, como siempre, pero en cuanto la persona que está al otro lado empieza a hablar resulta que no es Naomi, sino un hombre, un desconocido de voz balbuceante que le ofrece una especie de disculpa por llegar tarde. ¿Tarde para qué?, pregunta Baumgartner. Para leerle el contador, dice el hombre. Tenía que estar allí a las nueve, ¿recuerda? No, Baumgartner no se acuerda, no recuerda un solo momento de los últimos días o semanas en el que pensara que el inspector de la luz había quedado en pasarse por allí a las nueve, y por tanto dice al hombre que no se preocupe, no piensa moverse de casa ni por la mañana ni por la tarde, pero el empleado, que parece joven, inexperto y con ganas de agradar, insiste en explicarle que ahora no tiene tiempo para decirle por qué no se ha presentado a su hora, pero había una buena razón, una razón ajena a su voluntad, y que se pasará por allí en cuanto pueda. Muy bien, dice Baumgartner, luego nos vemos. Cuelga y se mira la mano derecha, que ya se le ha empezado a irritar por la quemadura, pero al examinarse la palma y los dedos no ve indicios de ampollas ni piel levantada, solo una especie de enrojecimiento general. Podría ser peor, piensa, no me voy a morir por eso, y entonces, dirigiéndose a sí mismo en segunda persona, dice para sus adentros: Considérate un idiota con suerte, estúpido.

"La llama inmortal de Stephen Crane”, el nuevo libro de Paul Auster

"Se le ocurre que debería llamar a Naomi ahora mismo, en el acto, para pararle los pies, pero justo cuando descuelga el aparato para marcar el número, llaman al timbre. De los pulmones de Baumgartner surge un suspiro prolongado. Con el tono de llamada aún vibrándole en la mano, cuelga el teléfono, se dirige a la parte delantera de la casa y, malhumorado, da una patada al cacillo quemado al salir de la cocina.

"Se le levanta el ánimo al abrir la puerta y ver que es la repartidora de UPS, Molly, visitante frecuente que con el tiempo ha adquirido la condición de... ¿de qué? No de amiga, exactamente, pero ya es más que una simple conocida, dado que desde hace cinco años se presenta en su puerta dos o tres veces por semana, y lo cierto es que el solitario Baumgartner, cuya mujer murió hace casi una década, está chiflado en secreto por esa robusta mujer de treinta y tantos años de quien ni siquiera conoce el apellido, porque a pesar de que Molly es negra y su mujer no lo era, cada vez que la mira hay algo en sus ojos que le recuerda a su fallecida Anna. Nunca deja de ocurrir, pero difícilmente sabría decir qué es exactamente ese algo. Una sensación de alerta, quizá, aunque es mucho más que eso, o si no, algo que cabría describirse como una atención radiante, o bien, sencillamente la fuerza de una personalidad luminosa, de una viveza humana en todo su vibrante esplendor, el que emana de dentro afuera en una compleja danza cruzada de sentimiento y razón: algo así, quizá, si es que eso tiene algún sentido, pero comoquiera que se llame a ese atributo de Anna, Molly también lo tiene. (…)