CULTURA
Critica

Contra la pedagogía y otros contras

Cuando ya no pudo darse esos placeres materiales, ni disponer de tiempo de ocio, dado que las deudas se lo impedían, prefirió darse muerte

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El hecho de que un escritor se suicide, lo sabemos, no tiene nada de novedoso. A lo largo de la historia, no fueron pocos los que decidieron encarnar esa idea de matriz romántica –o a la que el romanticismo le terminó de dar forma– del literato atormentado, víctima de un taedium vitae con el que se le hace imposible convivir, o de un pathos demasiado excesivo para este mundo, o de una carencia ontológica o existencial que ya no puede tolerar. Sin embargo, el caso del escritor, pedagogo y periodista suizo Henri Roorda (1870-1925) es singular por varios motivos. En primer lugar, porque continuó celebrando el valor de la vida hasta el final. No era el típico flemático o depresivo que siente náuseas ante el sinsentido de la vida. Al contrario, era una especie de flâneur que podía encontrar felicidad en la contemplación de una flor, de un árbol, de las costumbres de sus vecinos, o bien en la degustación de quesos o bebidas espirituosas. Cuando ya no pudo darse esos placeres materiales, ni disponer de tiempo de ocio, dado que las deudas se lo impedían, prefirió darse muerte. “Me gusta muchísimo la vida. Pero para gozar del espectáculo hay que conseguir un buen lugar. La mayoría de los lugares, sobre la tierra, son malos”, dice en Mi suicidio, que es uno de los tres libros que forman parte de este volumen que acaba de editar Paradiso y que constituye, por cierto, el otro motivo de su singularidad, ya que es poco común que un autor escriba un libro para explicar por qué se va a quitar la vida, y menos común, incluso, que ese libro tenga pretensiones literarias, o que al menos esté atravesado por ciertas preocupaciones estéticas, como bien señala el traductor Ariel Dilon en la introducción. Lo más usual es que el escritor suicida deje una nota o una carta, o que a lo sumo cifre alguna pista de su pulsión tanática en alguna de sus obras, como en cierto modo hicieron Sylvia Plath, Pizarnik o Gérard de Nerval, entre tantos. Digamos que eso es algo hasta comprensible. Cuesta mucho, en cambio, pensar en alguien que, como Roorda, haya tenido inquietudes estilísticas –y haya seguido también, y por añadidura, ejercitando el humor, dado que el humor era parte de su estilo– hasta poco antes de pegarse un tiro en el corazón.

El libro, que en principio iba a llamarse El pesimismo alegre –oxímoron que describe muy bien a su autor–, fue publicado por primera vez en 1926, un año después de su muerte, pero en español recién hubo una edición en España en 1997 (Trama). En cuanto a los otros dos textos que incluye este volumen, no habían sido nunca traducidos. El primero, La risa y los que ríen, es una conferencia donde el autor explica los distintos modos en que ha sido conceptualizada la risa por los filósofos –desde Hobbes o Kant hasta Schopenhauer y Bergson, entre otros– para luego refutarlos a partir de contraejemplos y proponer su propia tesis que consiste, grosso modo, en un desplazamiento del objeto de estudio: “La comicidad de una cosa depende menos de sus características específicas que de la naturaleza del sujeto que ríe”, dice, a tono con su existencialismo avant la lettre –parecido, en cierto modo, al de Unamuno– que suele alejarlo de las definiciones esencialistas y, en general, de todos aquellos que deciden hablar en nombre de la Verdad. Esto último se advierte, sobre todo, en el otro libro, Tómelo o déjelo, que está compuesto por diferentes crónicas que fueron publicadas en revistas y periódicos de la época (1914-1919), y que se caracterizan por un humor irreverente, a veces absurdo, a través del cual dispara contra la pedagogía dominante, el patriotismo, el periodismo, la Historia o esos políticos que “no pueden tirarse un pedo sin pretender que es por el interés general”.

Tómelo o déjelo

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Autor: Henri Roorda

Género: ensayo

Otras obras del autor: Mi suicidio; Le Pédagogue n’Aime pas les Enfants, Mon Internationalisme Sentimentale

Editorial: Paradiso, $ 580

Traducción: Ariel Dilon