CULTURA
novedad

El hombre invisible de la droga

El traidor, de la mexicana Anabel Hernández, expone a una de las organizaciones criminales más grandes del mundo, una verdadera transnacional de rubros múltiples.

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Hernandez. La autora es una destacada periodista de investigación nacida en 1971. | luz montero

La tragedia se dibuja sobre el mito de una figura inasible. En qué forma muta la cultura de dicho fenómeno redunda en ejemplos, para el caso del narcotráfico en México resulta una evocación tan familiar como exitosa: Macondo, y con él, los Buendía de Cien Años de Soledad, que incluye al coronel que no tenía quién le escribiera pero sustentaba su origen en un escritor Premio Nobel, dicharachero, simpático, héroe periodístico de un premio que hoy perdura, García Márquez. El Mayo Zambada, capo absoluto de los carteles de la droga mexicanos, nunca detenido ni juzgado, es una rara mezcla entre El Padrino y los Buendía, pura casta, pura elaboración de relaciones tribales, por conveniencia hacia un fantasma: su propia invisibilidad. Esta contradicción de imitar la trama de una novela célebre para ser intrascendente en lo público es lo que queda expuesto en esta investigación periodística ejemplar de la mexicana Anabel Hernández, quien sufrió, tanto ella como su familia, una serie de atentados por su libro anterior, Los señores del narco (Grijalbo, 2010).

Pero El traidor refiere a los hechos, a sujetos carnales, que manejan un fabuloso negocio de logística, tal vez comparable con el imperio capaz de construir caminos hacia un solo punto, Roma, que en este viaje temporal hoy es Estados Unidos. La fuente de información es un tal Gaxiola, abogado norteamericano de la organización, quien brinda desde los diarios del hijo del Mayo, mientras espera ser juzgado como testigo protegido de la DEA, hasta los acuerdos firmados entre otro abogado y los organismos norteamericanos que avalaban la impunidad del cartel en ambos lados de la frontera. A esto se suman los testimonios del hijo en el juicio al Chapo Guzmán, y otros más, funcionales a los intereses del padre.

Las aventuras que los de Sinaloa acumulan durante cincuenta años brindan elementos para varias series temáticas. Cocaína, marihuana, heroína, metanfetaminas, viajaron en barcos de pesca, lanchas rápidas, aviones de uso civil, aviones de línea (Aeroméxico), camiones y barcos petroleros de Pemex con depósitos simulados; en camiones refrigerados con pollos, trenes, submarinos; desde Ecuador, bajando a la costa custodiada por militares, comprada a socios tanto en Bolivia y Perú como a la mismísima guerrilla colombiana. Con proveedores de efedrina en China e India, laboratorios en la selva innovan con drogas sintéticas: la estructura de la organización demanda ser “alimentada”. La violencia resulta un último recurso, antes y siempre conviene negociar, pero al ejercerla no hay piedad.

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El Mayo es, en realidad, el escritor oculto en este libro. No por nada el personaje principal es su hijo más querido, de apellido Zambada Niebla, cortina espesa de información para ser más invisible todavía. Porque en esas confesiones sobre la operación de narcotráfico, de la compra a la venta, cómo y por dónde, aparece el gesto de Hernán Cortés: quemar las naves; o el de Atila: nada volverá a crecer luego de mi pisada. ¿Cuál es el objetivo de exponer su operación? Es claro que el Mayo Zambada ingresa al siglo XXI por otra ventana. Si su fortuna es superior a los 15 mil millones de dólares, es natural inferir que ha diversificado inversiones en un juego de doble pinza. Por un lado, los bienes que este libro enumera ya no le pertenecen, y por otro, seguramente ha creado varios fondos de inversión imposibles de rastrear, con participación en empresas que generan nuevas tecnologías. Entonces, ¿para qué sostener una cadena de corruptos en el Estado mexicano si ya existen drones de carga (aéreos o submarinos) que navegan por GPS en un radio de acción de 400 km? ¿Para qué tener socios territoriales en la compra de drogas si puede captar inversores de riesgo en mercados ultramarinos? Demasiado caro resulta “pagar” a presidentes como Calderón o Peña Nieto: el Mayo es el CEO perverso de una multinacional farmacéutica, pero sin balance en Bolsa.

Esta exposición es una advertencia a los nuevos perseguidores, traicionados o no por su hijo. El Mayo se inició en el negocio por un cuñado cubano que trabajó para Anastasio Somoza en Nicaragua, cooptado por la CIA. Luce su conducta como la de un agente del servicio de contrainteligencia que operó para corromper México de manera irreversible y bajo un único patrón, otra forma de colonizar al vecino díscolo, de histórica sangre rebelde, más útil como proveedor de mano de obra esclava.