En la primavera de 2005, la editorial Knopf publicó Indecisión, la primera novela de Benjamin Kunkel (de próxima aparición por Editorial Destino). Rápidamente se produjo una celebración por parte de la crítica y los lectores. En pocos meses, los derechos de la novela se vendieron a más de quince idiomas y a una productora cinematográfica. Se trata de una ficción plagada de humor y de reflexiones filosóficas. Escrita en primera persona en forma de memoir, el personaje principal —Dwight Wilmerding, de veintiocho años—, luego de haber sido despedido de su trabajo en una empresa farmacéutica, encamina su problema de abulia crónica mediante un viaje a Ecuador y la droga abulimix.
Kunkel, de treinta y tres años, nació en Colorado. Estudió literatura en Harvard y asistió a la escuela de escritura de la Universidad de Columbia. Mientras tanto, con tres ex compañeros de Harvard fundó la revista literaria y política N+1, considerada por algunos como una de las publicaciones culturales más influyentes de la actualidad. Colabora con artículos sobre temas literarios para varios medios: New York Times, The Nation y Dissent.
—¿Pensaste en escribir esta novela o fue un acto sin demasiada premeditación?
—Primero estuve trabajando en una novela muy ambiciosa hasta que me di cuenta de que no podía. Me dediqué a otra novela que, supuse, sería más fácil de escribir. Sin embargo, no fue así. Reescribí muchísimo. Creo que la idea la tuve cuando advertí que así como tenía tantas ganas de escribir una novela no sabía acerca de qué hacerlo, entonces escribí sobre un personaje cuyo deseo es el deseo, en vez de la clásica situación del protagonista de una novela que quiere algo en particular.
— ¿Habías escrito otros textos con humor?
—Dos cuentos que fueron publicados. En realidad, no tenía ningún interés en lo cómico. Me gustan algunos escritores que fueron burlescos sin darse cuenta: Samuel Beckett o Kafka. Mi escritura era seria, quizá demasiado erudita. Escribir en la voz de este personaje, tan americano, fue una manera de flexibilizar mi forma de narrar.
—¿Fue liberador encontrar ese tono?
—Al principio tuvo algo de redentor; pero después, una de las razones por las que el libro fue más difícil de llevar adelante de lo que me había imaginado es que resulta tedioso ser ocurrente todos los días.
— En general, los humoristas tienden a ser personas bastante depresivas…
—Como dijo Beckett: nada es más gracioso que la infelicidad. Por otro lado, Dwight, el personaje de la novela, no se da cuenta de que es absurdo o gracioso.
—Me pareció interesante la parte de la relación incestuosa de Dwight con su hermana mayor y el hecho de que ella se convierta en su psicoanalista.
—Bueno, no sé muy bien cómo se me ocurrió eso. Mi familia no se parece en nada a la que aparece en la novela. Tengo dos hermanas menores, con quienes he sido más bien protector. Proust dijo que lo que uno hace cuando escribe una novela es repartir las distintas partes de su personalidad entre los personajes. En cuanto al psicoanálisis, es una disciplina de conocimiento del ser humano que me interesa, aunque nunca asistí a una terapia psicoanalítica.
—Tu libro Indecisión tuvo una gran repercusión en los Estados Unidos, ¿cómo te sentiste al ser, de pronto, tan conocido?
—Me gusta que el libro tenga una vida pública, no tanto yo. La forma de acercarse al arte, al menos aquí, tiene mucho que ver con involucrar a la persona que lo hizo, ya sea en la música, el cine o la literatura.
—¿Estás escribiendo algo nuevo?
—Sí, una novela, bastante distinta de la anterior. También estoy escribiendo una obra de teatro. Quiero terminarla antes de seguir con la novela.
Actualmente, en los Estados Unidos, solamente se reponen algunas piezas clásicas o se montan obras relacionadas con éxitos de Hollywood. En generaciones anteriores los novelistas querían ser dramaturgos, por más que les fuera mal como a Henry James. Ahora, salvo excepciones como Don Delillo, ni siquiera lo consideran.
—¿De qué trata la pieza teatral?
—Acerca del efecto que la política represiva de Bush tiene sobre los norteamericanos.
—¿Qué novelistas lee actualmente?
—Uno de los más importantes para mí fue Don Delillo, y también Philip Roth. Hay otros que leo en traducción: Robert Walser. Es genial y a la vez tiene algo de tonto que intenté introducir en mi novela. Javier Marías, aunque no todo.
—¿“Después de la batalla piensa en mí”?
—Sí, es uno de los libros de Marías que más me gustó.
La otra Buenos Aires
—En el comienzo de la novela el protagonista hace un viaje a Ecuador y finalmente la heroína vive en Buenos Aires. ¿Estuvo en Sudamérica?
—Había ido a Ecuador. Fui por primera vez a Buenos Aires el año pasado, después de terminar la novela. A raíz de la publicación del libro, recibí ofertas para escribir sobre distintos temas. Una fue de la sección de turismo del New York Times. Me pidieron un artículo sobre la vida nocturna en alguna capital de América latina: les propuse Buenos Aires. Fui en octubre, el clima estaba fantástico. Cuando volví, me enfermé. Terminé escribiendo la nota la noche anterior a la fecha de entrega. Me salió mal, puse que Buenos Aires está sobre el mar y que se extiende hacia el este. En el New York Times nadie se dio cuenta, salió así. No fui un buen cronista de turismo.