Para empezar a contar arteBA, la feria de arte de Buenos Aires, quizá sea más claro hacerlo por los números. Hay 52 galerías en la Sección Principal, nueve de las cuales participan de la nueva modalidad Stage, espacio para galerías ni tan jóvenes para el Barrio Joven ni tan posicionadas como las de la Principal. A su vez, 17 de estas mostrarán a un artista destacado en Cabinet. Por su parte, 15 son las que participan en el sector Barrio Joven y han sido seleccionadas por Santiago Villanueva y Miguel López. Es la séptima edición de Solo Show, curada por José Blondet, con nueve artistas latinoamericanos, y la sexta de Isla de Ediciones, con seis proyectos curatoriales invitados por sus dos responsables: Nancy Rojas y Santiago García Navarro. En U TURN Project Room –otra de las nueve secciones que conforman la oferta del evento como Performance Box, lugar para artistas en vivo y videos y Open Forum que alberga charlas y conferencias–, 12 galerías presentan sus ideas con la intervención de tres artistas de cada una de ellas. En suma, serán más de 400 artistas de más de 80 galerías de 14 países. Todo esto en cuatro días, del 24 al 27 de mayo, de 14 a 21, en la que va a ser la vigesimoséptima edición.
Repetir en forma ininterrumpida, 27 veces, cada año algo en este país tiene algo de proeza: la continuidad no es una cosa que se nos dé bien. Pero, sobre todo, de termómetro que ha medido un rubro acotado, ¡eso sí!, pero vital para una ciudad en la que las ofertas culturales son relevantes. Es decir, las crisis económicas, políticas y sociales no es que golpeen las puertas de La Rural, lugar donde hace rato arteBA toma forma, pero se manifiestan en tanto de cifras sigamos hablando. No sólo en términos de ventas, cantidad de visitantes, precios de las obras. La suba del dólar, la incertidumbre monetaria, incluso los albores de un nuevo y conocido trance económico, promueven la inestabilidad en el espacio reducido pero rutilante y esplendoroso del mundo de las artes visuales.
Porque como lo que se hace en la feria es comprar y vender obras de arte, un negocio con actores específicos como los galeristas que están en uno de los lados del mostrador, hablar con alguno de ellos es significativo para considerar las expectativas iniciales y las que se deberán o no adecuar al momento actual. De mayor a menor, en grados de certezas, esta pregunta tiene sus respuestas. Florencia Giordana Braun, directora de Rolf, galería de fotografía, es contundente: “No cambiamos nada. Ya sabemos que vivimos en un país fluctuante y la propuesta que llevamos no se modifica ni varía acorde estadísticas económicas”.
“En nuestro caso no cambiamos la propuesta”, explica Federico Curutchet, director artístico de Barro. “Las expectativas, tampoco. La feria va bien y espero que siga así. El público que consume arte está por fuera de los vaivenes económicos. Y hasta diré que muchos no se amedrentan por estas cosas y les pega por lo contrario. Comprar para resguardar dinero o comprar para darse un gusto. Las obras que van a salir más lastimadas son aquellas medianas de 3 mil a 10 mil dólares, ya que no son una reserva de valor. Quizá lo piensen dos veces. Porque comprar de 15 mil dólares para arriba da garantías; son artistas reconocidos y es más seguro”. César Abelenda, de galería Pasto, no piensa igual, al ser una galería que vende obras a valores por debajo de los 10 mil dólares: “No nos cambia mucho el panorama; sí diría que la demanda va a estar concentrada en pocos coleccionistas y va a ser difícil que nuevos actores se sumen este año. Pero nunca se sabe. Tenemos obras para todos los públicos”. Lo que sí, se ha sabido adaptar: “Ofrecemos financiación y la opción de comprar en pesos al tipo de cambio del día”.
Terco optimismo
Nora Fisch, directora de la galería que lleva su nombre, tiene un poco de miedo: “No tengo claro qué impacto tendrán los eventos económicos recientes. Siento miedo porque es una feria cara. Pero elijo ser tercamente optimista. Nosotros estamos yendo con una propuesta fuerte: Alberto Goldenstein, Fernanda Laguna, Lux Lindner, Amadeo Azar, Rosana Schoijett y esculturas de Elba Bairon. Igualmente no cambiamos nada de lo planeado hace meses por los eventos recientes”.
Orly Benzacar, directora de Ruth Benzacar, introduce un elemento significativo e importante en la compra: “el estado anímico”. El mercado del arte, entonces, no le parece tan sensible a lo económico, en términos de valor, sino en el cambio de humor. “Estas coyunturas lo modifican, al tiempo que quizá algunos aprovechen para buscar un refugio de la moneda, como son los ladrillos, las joyas o las antigüedades. No digo que no cambie el bolsillo, pero lo que más me preocupa es que la gente esté consternada, pensando negativamente, sin ganas de disfrutar”. Ella, que estuvo en mayo de 2002 en un stand en la misma feria, es piloto de varias tormentas: “No es comparable ni por asomo, pero sí no es un gran momento, independientemente de cómo me vaya a mí”.
“Ninguna garantía”
Una de las características relevantes es que se ha ido “bienalizando”. Es decir, más curada con espacios destinados a experiencias artísticas que no involucran lo estrictamente comercial. O sí, como estrategia para pensar nuevas formas de un modelo que, según parece, también está en crisis en el mundo entero. Tanto es así que David Zwirner, el megagalerista de Nueva York, propuso que las galerías más importantes subsidien a las más pequeñas para que se mantenga la diversidad en las ferias. Ya había querido pagarles la pintura, casi como un gesto de caridad. Como era probable, tuvo un tibio consenso entre los participantes del panel en esa charla en Berlín donde hizo esta moción hace unas semanas. Sin embargo, el negocio seguro está en hacer la feria. Ellos sí saben que van a vender los puestos y cobrar por ellos. “A los que vamos nadie nos garantiza la posibilidad de vender”, remarca Benzacar, que apuesta a ella todos los años, ya que tiene asistencia perfecta desde que estaba su madre con la galería que fundó.
Como todas las ferias, hay una instancia de aplicación y aceptación del proyecto de cada galería por parte del comité de selección. En general, los que estuvieron vuelven. Las razones de por qué lo hacen son múltiples, aunque la más significativa es porque la relación costo-beneficio funciona y se vende: “Lo que vendo en arteBA me sirve para pagar varios meses de funcionamiento de la galería, para compensar los meses de verano, cuando hay muy pocas ventas” (Nora Fisch); porque se renuevan los vínculos entre los coleccionistas y los artistas: “Este va a ser nuestro sexto año y nos siguen y nos apoyan en cada oportunidad”(Pasto); porque marca tendencia: “Es la principal feria de nuestro país, es una vidriera y una inmensa oportunidad, (Rolf); porque es la única: “Se vuelve a arteBA porque no hay otra cosa y porque se vende. Barro tiene un stand muy grande y le va muy bien en esta feria”. (Barro)
Coleccionismo visual
Los galeristas van y vienen. Los locales van a ferias con mucho esfuerzo y altísimos costos. Para ganar algo, según Orly, en Art Basel Miami, por ejemplo, “tengo más o menos 90 mil dólares de costo entre el alquiler, el traslado de obras y personal, los viáticos, etc.”. Como es de imaginar, vendiendo arte argentino a precios de mercado de 3 mil dólares, “no gano nunca”.
Entonces, ¿por qué sigue yendo? “Porque me da prestigio que me acepten y eso trae otras cosas buenas. Además ir todos los años a un lugar, como fuimos consecuentemente veinte años con mi madre a ARCO, es la manera que entendemos de participar en las ferias”. En sentido, César Abelenda cruza las dos instancias: “arteBA es la feria que nos da mayor rendimiento en relación costo-beneficio. Lo recaudado nos permite participar en ferias en el exterior, que tienen costos muy altos y a veces lleva años recuperar. Hay que armar el mercado de a poco y estar, por lo menos, tres años seguidos en una feria afuera para que te conozcan y te compren”.
¿Qué pasa con la presencia internacional en arteBA? Todos coinciden en que es una buena estrategia que la feria se internacionalice. Tener galeristas de países extranjeros da una visibilidad importante: “Esto trae nuevos coleccionistas de afuera, y nos pone en contexto con el mercado internacional”, según Abelenda. Por su parte, respecto de la presencia de las galerías extranjeras Curutchet coincide en que “a la feria le conviene promocionar que tiene el poder para convocar galerías importantes extranjeras. Lamentablemente, el coleccionismo local no les compra mucho. Nosotros tenemos un coleccionismo al que le gusta el contacto con el artista: le gusta conocerlo, visitar el taller. En cambio el público estadounidense, por ejemplo, es más compulsivo. Tiene otra forma de consumo. La relación del coleccionista local es íntima.
El escenario ideal es que las galerías locales vendan a coleccionistas extranjeros y viceversa. Eso no pasa tanto, del mismo modo que no nos pasa a nosotros cuando vamos a las ferias extranjeras”. Sin embargo, Nora Fisch concluye: “Creo que arteBA tiene claro que somos socios simbióticos, los de afuera vienen y van. Nosotros estamos siempre: somos la columna vertebral de la feria. Si no estamos, no hay feria”.