Considerado por la crítica como uno de los escritores más interesantes de las últimas décadas, Chejfec dio a conocer novelas, cuentos, poesía y ensayo, alrededor de veinte libros desde su primera novela, Lenta biografía (1990), que había acabado en 1984. Tardó seis años en publicarla. Las editoriales daban largas a novelas como las de él, que no hablaban directamente de la dictadura sufrida en la Argentina ni tenían nada de ese carácter testimonial sobre los avatares del silencio, la censura, las persecuciones y la muerte que, en aquel momento de regreso a la democracia, interesaban especialmente. No obstante, como señalaron algunos críticos, entre ellos Mónica Szurmuk, Lenta biografía se podía situar en “el espacio de la memoria”, dado que el autor transforma “la geografía en memoria, el espacio en texto”. Una novela que intenta “hacer sentido de lo inenarrable, de lo inefable, de lo que solo puede ser recuperado en fragmentos”. Historia de “subjetividades heridas y en transición”. Línea que, con distintas modalidades, perdurará en la obra de Chejfec, dando muestras de un elaborado proyecto creativo.
En 1990 también publicó otro título: Moral. Ambas novelas llamaron la atención de cierto sector académico y Chejfec comenzó a ser considerado como un escritor capaz de desarticular la relación primaria, aquella que funciona entre la escritura y sus sentidos, para componer una poética que se desplaza de sitio y se empeña en hacer cabalgar en un mismo soporte el factor de cotidianeidad que puede haber en toda historia narrada con un tono reflexivo cercano al ensayo filosófico.
En 2008, con la publicación de Mis dos mundos por editorial Candaya (Barcelona), y gracias a la repercusión crítica que este libro obtuvo, Chejfec rompe el cerco del escritor secreto, llamado de “culto”, para ocupar otro plano, aunque él no se sintiera “atraído por las operaciones del mercado cultural”. De hecho, autores y ensayistas de prestigio empezaron a hablar de su obra con admiración. Entre los primeros, Beatriz Sarlo, Juan José Saer, Rodolfo Fogwill, César Aira y, un poco más tarde, el español Enrique Vila-Matas y el sudafricano J.M. Coetzee.
En Baroni: un viaje (2007), como en otras de sus novelas, Chejfec vuelve al narrador meditativo. Prosa que sirve para analizar las incidencias emocionales de personajes que, como el Félix de Los incompletos (2004), sobreviven en el mundo como planetas errantes conservando, sin embargo, “la sustancia de ser un argentino en fuga”. En cada una de sus obras, como en esta, los narradores de Chejfec no cesan de enviar mensajes erráticos que se deben fijar, releer, darles sentido, cargarlos de significado. Se trata de una escritura que representa, de alguna manera, esa aridez del mundo que nos ha tocado vivir. Una ficción que el propio autor define “un poco abstracta y cavilante”, donde lo importante no es lo que ocurre, sino cómo se cuenta y se inscribe en el ojo del lector, cómo se comunican ciertas cosas más allá de lo evidente, incluso más allá de las palabras, y permiten la recomposición de la historia, mejor dicho, de la travesía, porque Chejfec se caracteriza, precisamente, por alimentar una escritura en movimiento, de caminador o de “taxista” que, mientras recorre ciudades o pueblos de distintas geografías –Moscú en Los incompletos, una ciudad del sur de Brasil en Mis dos mundos, Venezuela en Baroni–, piensa y nos transmite eso que ve y siente, y se percibe trunco, “incompleto”, indeterminado, y exige otra intervención: la de los lectores. De una o de otra manera, Chejfec nos habla también del carácter de artificio que tiene el acto de lectura, que conlleva un ejercicio de imaginación. Quizá por eso sus novelas ostentan una línea argumental exigua, aunque de fino y decidido trazo, porque aquello que se ensancha es la propia escena de la escritura, cuya jerarquía se interpela y cuestiona para construir un mundo que se presenta vacilante, extrañado, como es el de sus personajes, y que solo se puede dar en briznas o postales, en una apretada síntesis que, no obstante, explosiona en el ámbito de lo literario propiamente dicho, en atmósferas de paisajes inacabados.
El viaje, en efecto, es un tema recurrente en el autor argentino, lo fue acechando desde su primera novela, Lenta biografía, en la que el traslado del padre desde la Europa amenazada por el fascismo a una supuesta América del bienestar se convierte para el hijo en uno de los motivos más acusados de su indagación.
En sus otros libros, como ocurre en Baroni, la idea del viaje es pura “revelación”, aunque de elípticos y escurridizos perfiles, en los que reaparece ese afán ambulatorio de criaturas que caminan, vagabundean, aprovechan un viaje para realizar una visita que cambiará la intención turística primera en otra cosa. Caminan sobre los bordes imprecisos de la experiencia narrativa. Por eso, ensayan, tientan, experimentan, y el deambular les sirve como plataforma discursiva; así, andar se convierte para ellos en una forma de mirar. Y eso se vuelve una suerte de torsión de palabras en el papel que dicen y buscan la forma de decir, que anuncian explicaciones que luego no darán, porque en su obra no hay respuestas, solo cuestionamientos.
¿Quién es Baroni? Baroni es Rafaela Baroni, una artista plástica autodidacta que vive en la precordillera venezolana, una figura real que se convierte en atrayente para Chejfec o para el narrador de este libro; para él, una de las artistas más singulares del continente. Todo el relato, como bien señaló el autor, es una excusa para hablar sobre estética, sobre Venezuela y sobre venezolanos paradigmáticos que le sirven para escenificar lo que piensa de ese lugar y de esa gente a través de los objetos que ha creado Rafaela Baroni. Y lo hace como homenaje a Venezuela, donde vivió algunos años, y como despedida (se trasladó a Nueva York en 2005), porque se trata de un país difícil de representar, ya que nunca se acaba de entender ningún país con el que uno ha estado emocionalmente vinculado y comprometido. El sentimiento de incompletud que representa Chejfec en sus obras tal vez se deba al vacío que produce aquello imposible de aprehender en su totalidad y nos hace sentir mutilados, confusos.
Podríamos decir, por otra parte, que Baroni no es exactamente una novela de viaje ni una biografía de la artista plástica reseñada en el libro ni una crónica, pero tiene algo de todas ellas. Para algunos críticos, los libros de Chejfec son “ensayos sobre el género”, y hasta añaden: “Ensayos sobre las ruinas del arte novelesco”. Autor excéntrico, se coloca fuera del realismo proponiéndose narrar aquello que se nos escapa. Convierte la incertidumbre, originada en su deambular, en un modo de escribir. Casi sin anécdotas ni peripecias, solo la facción zigzagueante y discontinua de la escritura.
*Escritora argentina.