CULTURA
RUBEN DARIO

Yo soy aquél

Nicaragüense de origen, se convirtió en el propagador del modernismo por toda Latinoamérica, cambiando la poesía e influyendo en muchos creadores de su época. Poeta popular, antiamericanista, hoy es objeto de estudio de la academia.

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Rubén Darío fue poeta, cronista, viajero y quien trajo al continente el modernismo. Nació en Nicaragua en 1867, pero producto de sus viajes se vinculó con políticos y escritores de buena parte del mundo, entre los que se cuentan argentinos como Leopoldo Lugones, a quien influyó en su poesía; José Ingenieros, con quien convenció a un “pobre despistado” de que era hermano de Lautréamont, y Roque Sáenz Peña, con quien concordó en su oposición al panamericanismo, y también de otras nacionalidades, como el poeta francés Paul Verlaine, a quien, como señaló W.G.C. Byvanck, se había llegado a comparar con Sócrates; el peruano José Santos Chocano y la joven poeta uruguaya Delmira Agustini, con quien mantuvo un intercambio epistolar. Darío es un referente en el continente, ineludible a la hora de hablar de poesía latinoamericana. Su importancia la da la taxativa frase del dominicano Pedro Henríquez Ureña doce años después de su muerte: “La historia literaria de la América española debe escribirse alrededor de unos cuantos nombres centrales: Bello, Sarmiento, Montalvo, Martí, Darío, Rodó”.
¿Pero cuál es en la actualidad la importancia de este poeta nicaragüense? Al parecer, ésa es la pregunta que pretende responder el Congreso Internacional Rubén Darío, que lleva el nombre de La Sutura de los Mundos, que organiza la Universidad Nacional Tres de Febrero (Untref) y al que vienen destacados académicos, escritores y expertos sobre el poeta. El congreso comienza esta semana y girará en torno de los siguientes ejes temáticos: vida y obra, España, cosmopolitismo, Centroamérica, poesía, integración continental. Más información en http://untref.edu.ar/congresodario/informacion.php.
El escritor, ensayista y columnista Daniel Link es el organizador del Congreso. Precisamente hace dos años él escribía una columna en la que hablaba sobre uno de los cursos que estaba dando en la Untref, se llamaba La Sutura de los Mundos y era “una excusa para leer a Rubén Darío, poeta enorme cuyo influjo sobre nosotros no ha cesado”; se centraba luego en la visión panamericana que propugnaba la doctrina Monroe, cuyo verdadero sentido, como consignó Paul Groussac en el libro donde realiza cinco perfiles de personajes de la vida política e intelectual de Argentina, entre los que se contaba el ex presidente Roque Sáenz Peña, lo desentrañó “el general Jackson, bárbaro saqueador de la Florida: ¡la América para los norteamericanos!”, y de la que Darío, al igual que Sáenz Peña, fue firme opositor. Pero esa columna fue hace dos años y la obsesión de Link por Darío ha permanecido intacta: “Darío no necesita de presentación alguna, ni de defensa: es y será el más grande escritor latinoamericano de todos los tiempos. ¿Por qué? No sólo por la perfección de su prosodia, lo que ya sería bastante, sino porque fue capaz de inventar la cultura latinoamericana en su conjunto, a partir de la invención de un público que, antes de su aparición, era una mera quimera”.
En el Borges de Bioy, se habla muy bien de Rubén Darío; en algunos episodios Borges lee incluso versos suyos, en especial el poema A Francia, y afirma coincidiendo con Link que nadie “habrá tenido mejor oído que Rubén”, pero antes agrega: “Pocos dieron tanta vida a las palabras. Verlaine es anterior, con él empezó todo eso [modernismo], pero no es superior”. En tanto que Bioy creía que “los versos de Darío, en general, son el mejor argumento en defensa de la inspiración”. Pero además, como recalca Link, “Darío no sólo moderniza la figura del escritor (profesionalizándola), sino la figura del público, forzándolo a leer algo para lo que no estaba preparado”, es decir que crea o fabrica un público.
Antes de su llegada a Buenos Aires, Darío pasó a Chile en 1886, donde se instaló en Santiago, pero luego de múltiples humillaciones de la clase aristócrata consiguió trabajo en la Aduana de Valparaíso, en esa ciudad porteña publicará Azul en 1888. Para Link, éste es “el libro fundador de la literatura latinoamericana moderna. Y lo es porque es, sobre todo, una fundación sin fundamento: ¿Qué es Azul? ¿Un libro de poemas? ¿Un libro de ensayos? ¿Un libro de cuentos? Azul es el libro porvenir”. Con Azul además viene el reconocimiento en España y, como era de esperar, su periplo español. Y sólo después de ese viaje, llega como cónsul de Colombia a Buenos Aires. Aquí “descubre la cosmópolis, una ciudad multilingüe, atravesada por mil lenguas, mil culturas. Publica Prosas profanas y Los raros, colección de retratos de escritores decadentes, excluidos, sublevados, que elige como modelo de una práctica literaria”.
Precisamente en Palabras liminares, de Prosas profanas, Darío escribe su concepción de nuestra América: “Si hay poesía en nuestra América, ella está en las cosas viejas, en Palenke y Utatlán, en el indio legendario, y el inca sensual y fino, y en el gran Moctezuma de la silla de oro. Lo demás es tuyo, Walt Whitman”. Tanto Borges como Henríquez Ureña cuestionaron su postura antiamericana o proindígena. El primero consignó lo curioso que era que hubiera atacado a Estados Unidos, prefiriendo “las ridículas naciones de Hispanoamérica”, mientras que el segundo señaló que su oda A Roosevelt era “un himno casi indígena, es un reto de la América española a la América inglesa. No creo que esta actitud me parezca totalmente plausible”. El profesor de Literaturas y Culturas Hispánicas de la Universidad de Texas José María Martínez cree que estas interpretaciones pueden ser “una reducción maniquea tan falsa como inútil. Personalmente, las lecturas politizadas de Darío y su obra me parecen las más empobrecedoras. Darío es sobre todo un poeta de la condición humana en general, y del mundo literario en particular. Lo puramente político se da, pero siempre junto a lo literario y lo existencial”.
Raúl Antelo, profesor de Literatura en la Universidad Federal de Santa Catarina de Brasil y otro de los invitados al Congreso, tiene una visión muy clara con relación a las reivindicaciones americanistas o regionales que planteaba este poeta y que tienen que ver con la escritura y con un modo de leer. Para él, en relación con la cuestión latinoamericana, se abren dos perspectivas forzosamente diferenciadas: por un lado las teorías que asumen que “las representaciones lingüísticas tienen la capacidad de adecuarse a un objeto, o incluso a otro texto, y para eso dependen de la suposición de una percepción neutral como mediadora necesaria entre ese objeto y su representación” y, por el otro, teorías que no admiten una percepción neutra y que nos proponen “el pasaje de las propiedades relacionales de la representación a las propiedades del objeto, con lo cual se toma distancia de todo componente fenomenológico”. De este modo, la presencia de América Latina, si bien no es algo nuevo ni original, plantea un modo de leer. Darío nos dice que existe lo moderno, en la medida en que sea “la defensa oscuramente victoriosa de una época plagada de abusos. Hay un profeta, pero está quebrado. Hay un mesías, pero es hipotético. Hay un dios, pero diseminado en constelaciones”.
Los viajes de Rubén Darío por América tienen por tanto un programa: pretenden cambiar su mirada y son asimilables a los viajes de Michel Leiris por Africa: “Su viaje es texto y viceversa”. Baudelaire definió lo moderno en Europa como lo fugaz, lo transitorio. Darío es la fugacidad, la transitoriedad de esos viajes, de esa escritura que se va modificando con los viajes, pero es también en sus propios versos: “Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto”. El modernismo europeo y el latinoamericano traen a la memoria las mismas diferencias entre el barroco europeo y el barroco latinoamericano, con sus acepciones cubana y rioplatense. Como insinúa Lezama Lima, el barroco no sólo debe su existencia al barroco europeo sino al modo de ser americano; dicho ser americano, según otros ensayistas, podría verse desde el arte precolombino y la naturaleza exuberante hasta el mestizaje cultural y lingüístico. Si Lezama Lima, según Julio Cortázar, fue quien encarnó el neobarroco latinoamericano, Darío es el que encarna el modernismo. Ambas vertientes influyeron en los escritores latinoamericanos; fueron, por así decirlo, nuestras vanguardias.
Del neobarroco latinoamericano nació en los 60 el neobarroso, o neobarroco riopletense, del que fueron exponentes Osvaldo Lamborghini y Néstor Perlongher, pero en Perlongher también, como afirma Daniel Link, se aprecia el modernismo y está Darío, por no mencionar la última novela de Manuel Puig, Cae la noche tropical, en la que “las dos hermanas ancianas, Nidia y Lucy, recuerdan con temblor casi erótico el poema Sonatina, que aprendieron en su juventud y que van recitando entre las dos”. Pero su influencia parece llegar hasta hoy: el escritor chileno Luis López-Aliaga prepara una novela sobre la relación entre el poeta peruano José Santos Chocano y Darío, para la cual investigó varios años: “Chocano era ocho años menor y lo cuidó en Madrid, cuando Darío estaba en sus peores momentos de su relación con el alcohol. Después, cuando él estaba en México haciendo su aporte a la Revolución, se enteró de que Darío había vuelto enfermo a Nicaragua, a morir. Ahí comienza mi historia”.
En este punto vale la pena preguntarse de qué modo la obra de Rubén Darío ha sido percibida en otras lenguas. Y aquí surge una primera cuestión que fue planteada por Gabriel García Márquez hace casi cuarenta años, en una entrevista, cuando afirmó que eran “tristes las dificultades que han tenido los traductores con él”. Darío ha sido traducido a trece idiomas, una cantidad normal, no acorde, como agregaba García Márquez, al “gran poeta que es”. La escritora, ensayista y profesora de la Universidad de Nueva York Sylvia Molloy opina que, efectivamente, la poesía de Darío “es muy difícil de traducir” por varias razones: primero hay que “desmonumentalizar” para buscar dónde “reside la fuerza de su texto, su modernidad” y después hay que ver “cómo traducir esa modernidad” y dónde situarla: “Uno de los problemas es que faltó, por lo menos en el mundo literario de habla inglesa, un traductor que captara, mal o bien, esa entonación: así, las versiones literales (y a menudo equivocadas) al inglés, que ignoran un aspecto crucial de la poesía de Darío: el ritmo. O bien las traducciones al francés, pobres remedos de poemas parnasianos, que ignoran el uso innovador que hace Darío de la imitación. Por eso sigue desconocido en otras lenguas, salvo para los especialistas”. Esto ha hecho que, a diferencia de en español, donde es un poeta popular, en otras lenguas sea un poeta de libro de estudio.
Sin embargo, este aspecto de poeta popular es lo que más resalta Molloy, porque Darío se encuentra integrado a nuestra tradición oral. Por ejemplo, con la canción de Raphael Yo soy aquél, si bien no tiene nada que ver con el famoso poema homónimo de Darío, se hace inevitable pensar en él. Mientras el poeta escribe: “Yo soy aquel que ayer no más decía /el verso azul y la canción profana”, Raphael canta “Yo soy aquel, /que cada noche te persigue”. No hay semejanzas de sentido, pero sí de sonido: el “Yo soy aquél” reverbera en ambas creaciones. Por eso Sylvia Molloy señala que la poesía de Darío se cita fuera de contexto, se repite algo que alguien famoso dijo alguna vez: “Ese trabajo de cita casual les debe mucho a la memoria colectiva, a las declamadoras y a los recitales de poesía tales como se los practicaba en el siglo pasado, y también a quienes aprendimos de memoria, cuando chicos, poemas de Darío”.
Quizá por eso mismo sea interesante ver qué influencia tiene Darío en las generaciones jóvenes de poetas latinoamericanos. Hasta hace no mucho tiempo era la puerta de entrada para muchos poetas que se iniciaban en la poesía, pero después rápidamente se olvidaba. Darío parece acompañar a los que alguna vez fueron jóvenes: su figura está tallada en piedra en parques de Santiago y Buenos Aires y en la memoria colectiva de los hablantes en lengua castellana. El congreso que comienza esta semana es una muy buena oportunidad para saber algo más de él.