En una efervescente Europa de la década de 1930, que transitaba los años entre el horror suscitado por la primera guerra mundial y un conflicto aún mayor en ciernes, un reconocido médico neurólogo percibía desde la ciudad de Viena un malestar in crescendo. La industrializada y cosmopolita sociedad de la época alertaba a Freud de una escisión cada vez más perturbadora entre los individuos y su entorno. Un malestar que ciertamente se ejercía desde la cultura, lo que, para el fundador del psicoanálisis, es a la vez lo que permite vincularnos como también lo que reprime nuestros institutos primarios.
Casi 90 años pasaron desde que Freud escribió "El malestar en la cultura" y la vida en sociedad parece haberse complejizado aún más. Si bien el vivir en conjunto parece algo novedoso –o por lo menos para los últimos siglos-, lo cierto es que, como especie hemos aprovechado el potencial de la vida en comunidad desde hace unos 10.000 años, cuando la revolución agrícola nos permitió pasar de un nomadismo errante recolectando frutos y cazando a la construcción de asentamientos, tribus, pueblos y posteriormente ciudades.
Los centros urbanos se convirtieron en nuestros hábitats generando una serie de beneficios, pero también trajeron aparejados riesgos que atentan contra la calidad de vida y las proyecciones futuras.
Urbanización: una tendencia que crece
Siguiendo los datos de ONU-Hábitat, división del organismo internacional dedicada a temas urbanos, sabemos que, en la actualidad, el 55% de la población mundial reside en áreas urbanas. Una cifra realmente asombrosa, sobre todo si se tiene en cuenta que hacia 1990 –hace apenas 30 años- dicho porcentaje era del 43%.
Las ciudades son las protagonistas hoy, pero lo serán con mayor fuerza hacia 2050, para cuando se prevé que el 68% de la población mundial vivirá en ellas. Esta densidad demográfica que tiende a concentrarse cada vez en menor territorio originó que organismos como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) bautizaran este siglo como “el siglo de la urbanización”.
Las personas se están moviendo. En contraste con las zonas rurales, la prestación de servicios y la mayor oferta laboral suelen ser los incentivos predominantes para que cada vez sean más quienes emprenden su traslado a las ciudades. Entre dichos servicios –ya sean públicos o privados- se encuentra la educación superior, aunque como se señaló en un artículo anterior, nuevos procesos de descentralización de la educación universitaria ya están arrojando resultados interesantes.
Los centros urbanos se convirtieron en nuestros hábitats generando una serie de beneficios, pero también trajeron aparejados riesgos que atentan contra la calidad de vida y las proyecciones futuras.
Así las cosas, en Asia vive el 53% de la población urbana mundial, seguida por Europa con el 14% y América Latina y el Caribe con el 13%. Este “siglo de la urbanización” presenta rasgos disímiles según la región. En América Latina y el Caribe la tasa de urbanización, es decir, la cantidad de personas sobre el total de habitantes, es la más alta del planeta, siendo que el 80% de los latinoamericanos residen en ciudades.
Al hablar de urbanización no se está considerando solo a las denominadas “megaciudades” como Buenos Aires, Ciudad de México, Bogotá o Río de Janeiro. Siguiendo a la ONU, el 57% de la población urbana de América Latina vive en ciudades de menos de un millón de habitantes, tendencia que se profundizará durante las próximas décadas.
Las migraciones internas han cambiado la dinámica de la urbanización, dando origen –o potenciando en algunos casos- a las áreas metropolitanas, es decir, el crecimiento demográfico que se produce en áreas urbanas que rodean a una o dos ciudades centrales. Este es el caso del área metropolitana de Buenos Aires (AMBA), en donde con una población de aproximadamente 13 millones de habitantes, la dinámica diaria de traslado, trabajo y educación volvió porosos los límites entre los gobiernos locales.
El desafío de vivir en las ciudades
La vida en las ciudades posibilita a sus habitantes un desarrollo personal más individual que en las zonas rurales, siendo esta una característica paradójica notada por sociólogos como Durkheim o Simmel: a la vez que vivimos cada vez más dependientes de los demás y en espacios más densamente poblados, nuestra individualización incrementa.
Para muchas personas, vivir en los centros urbanos les permite adquirir una formación académica prolongada –entre 30 y 35 años en promedio, si además de la carrera de grado se realiza una maestría y un doctorado-, como también realizar una carrera profesional más ardua y extensa en los ámbitos de trabajo. Sumándole a esto los elevados costos de vivir en una ciudad, el resultado en las últimas décadas ha sido una disminución creciente en la tasa de natalidad, que si se le añade el mejor acceso a servicios de salud, dan por resultado que en las ciudades nacen cada vez menos bebés y viven por más tiempo los adultos mayores. De este modo, las personas de más de 60 años representaban hacia 1950 el 8% de la población mundial, pero en la actualidad alcanzan el 12%.
Sin embargo, la urbanización no trajo aparejado solo beneficios para sus habitantes. Las ciudades tienen una deuda con el futuro y una responsabilidad con el presente: contribuir al crecimiento de manera sostenible, logrando distribuir sus aspectos positivos a todo el conjunto social.
Como señala Alain Grimard, oficial internacional senior para Cono Sur de ONU-Hábitat, “América Latina es una región altamente urbanizada (80.7% en 2018). Su desafío es aprovechar los aspectos positivos de la urbanización, como la correlación entre ciudades, el desarrollo económico y la mejora en las condiciones de vida de la población; y abordar los aspectos negativos relacionados con las brechas de desigualdad y la sostenibilidad de las ciudades. Entre los temas clave están la movilidad, la densificación, la inseguridad, la metropolización y el acceso a servicios básicos y a una vivienda digna para todos”.
En materia de medioambiente los desafíos son cada vez más evidentes. A nivel mundial, las ciudades son responsables del 80 % del producto interno bruto mundial, pero para el cual consumen el 60% de la energía producida y emiten el 70% del dióxido de carbono y el 70% de los desechos mundiales. Se trata de valores que exceden cualquier posible planificación sustentable de nuestro hábitat, sobre todo si comprendemos que estamos hablando de tan solo el 2% del territorio geográfico.
Vivir en conjunto significa longevidad, mayor educación, mayores posibilidades laborales, pero a la vez altos índices de contaminación, tiempo perdido en embotellamientos y acceso inequitativo a servicios como los sanitarios, la educación y la cultura. La urbanización es –quizás- el resultado evolutivo más sorprendente de nuestra especie, pero a la vez representa un desafío de cara al futuro.
*Docente y politólogo (UBA) - @leandro_bruni
** Docente, politólogo (UB) y Mg en sociología y ciencia política (FLACSO)