ELOBSERVADOR
Una mirada critica

"Cancillería se transformó en un feudo machista y misógino"

La autora narra su propia experiencia en el ISEN, el centro de formación de los futuros miembros del cuerpo diplomático argentino, y señala las situaciones de inequidad.

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Tradiciones. Hay usos y costumbres cuyo efecto es conservar el poder de los hombres y el acceso a los puestos diplomáticos. | cedoc

En 1963, mientras Betty Friedan publicaba La mística de la feminidad e inauguraba, acaso, la segunda ola feminista en Estados Unidos, en Argentina se fundaba el Instituto del Servicio Exterior de la Nación por iniciativa del canciller Carlos Muñiz. El ISEN es el único organismo de selección, formación e incorporación de recursos humanos para el cuerpo permanente y activo de la diplomacia argentina; su objetivo es la formación de los diplomáticos que defenderán los intereses de nuestro país. Sin dudas la institucionalización de la carrera diplomática fue un gran logro cuyos frutos están a la vista: Argentina se destaca por la calidad de su cuerpo diplomático. Sin embargo, las tradiciones institucionales que el ISEN fomenta y protege han hecho del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto un feudo machista y misógino. Es llamativo que un ministerio destinado a representarnos ante el mundo refleje tan poco y tan mal las transformaciones que nuestra sociedad transita. Resulta urgente pensar la problemática para impulsar un rediseño institucional desde una perspectiva de género. De otro modo, el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto nunca logrará defender los intereses de la República Argentina.

Inequidad. Para que esto ocurra considero indispensable que la sociedad conozca la situación actual del concurso nacional de ingreso al ISEN, única puerta de entrada para los diplomáticos de carrera. Con este objetivo hago pública una parte de mi experiencia, que no es más que una entre muchas historias de inequidad. Me impulsa la convicción de que llegó la hora de hablar, consigna en la que tantas creemos y que parece simple pero nunca es fácil. A veces basta con que tengamos la voz para que nos falte el tono, y es que desde siempre le ha sido negado a la mujer un tono legítimo para el descargo. Vale la pena intentarlo. El debate que quiero plantear es necesario para que el concurso de ingreso al ISEN sea más justo y la carrera de las mujeres que ingresan más equitativa.

@MeCaseConLaCarreraOk. Los altos niveles de machismo y misoginia que existen dentro de la Cancillería no son una novedad. En el universo ISEN todos conocen una cuenta de Instagram, @MeCaseConLaCarreraOk, dedicada a denunciar “microhistorias de machismos en la carrera diplomática”. Confieso, sin embargo, que me sorprendí ante muchas de las cosas que escuché y los consejos que recibí cuando entré en ese mundo. Desde marzo cursé cuatro horas todos los sábados para preparar dos de las materias del concurso. Con dos hijas en casa, la logística doméstica y el manejo de la culpa tras el embate constante de la opinión de los más diversos frentes eran apenas el principio del esfuerzo. Tres subtes después, en la clase de Derecho Internacional Público, recibía comentarios como “¡Muy atenta la mami!” cuando respondía bien a alguna de las preguntas de la profesora. Ella fue de gran ayuda para que saliera airosa de los exámenes escritos; esto no quita que, para hacer bien su trabajo, reprodujera el machismo de la Cancillería en el tipo de consejos que me daba. Yo tenía “mucho cerebro”, me decía, y mis chances de entrar “eran buenas”, pero había en mi caso un obstáculo específico –de otra naturaleza– que era imperativo sortear: no tenía que parecer una madre.

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Dejarnos participar en el concurso en las condiciones actuales no garantiza nuestro derecho a la igualdad, los números lo prueban: de los 44 que ingresaron en los últimos dos años solo 13 son mujeres. Si bien el promedio mejoró de un año a otro, adjudico el mérito a las concursantes, su perseverancia y excelencia. Este año fueron ocho las afortunadas que en adelante tendrán que escuchar –aunque no soportar– todo tipo de comentario desubicado acerca de los temas más diversos y menos relacionados con su trabajo e intelecto. Lejos de reflejar una supuesta (e irrisoria) superioridad académica de los varones, lo que estos números muestran es la eficacia con la que una institución hecha por hombres resiste la participación de las mujeres. El mecanismo no solo es efectivo sino también perverso: las mujeres que quieren ingresar a la carrera diplomática deben competir de igual a igual contra los hombres pero verse como mujeres de revista usando tacos, pollera o vestido. Además, deben ser solteras o casadas con un marido “exportable” y, preferentemente, no deben tener hijos.

Hasta hace poco tiempo las ideas que daban lugar a esta práctica gozaban de un extenso consenso social. Era una suerte de acuerdo tácito: las mujeres pueden ocupar los lugares que quieran, siempre y cuando paguen el precio. En los hechos esto se tradujo en sobreexplotación femenina ya que las mujeres asumieron nuevos roles económicos sin abandonar sus tareas originales, entendidas como naturales. Mercedes D’Alessandro señala con claridad en Economía feminista (2016) cómo la asimetría en la distribución del trabajo doméstico es un fenómeno mucho menos visible que la brecha salarial pero que la trasciende, y es una de las mayores fuentes de desigualdad entre varones y mujeres. En el caso de las madres, el precio a pagar constituye un verdadero impuesto a la maternidad. ¿Debemos pagarlo gustosas y agradecidas porque hace 72 años ni siquiera nos dejaban votar?

Desigualdad aprobada. En el concurso de ingreso al ISEN, la desigualdad se prepara en etapas: si los exámenes escritos son anónimos y corregidos con total transparencia, garantizando la igualdad a todos los concursantes, no sucede lo mismo con el examen psicológico, que es eliminatorio, ni con el coloquio, que tiene un peso decisivo en la selección, ya que su nota se multiplica por cuatro. El psicológico consiste en dos o tres entrevistas, según el caso. Con total normalidad quienes conocían el concurso me habían advertido: “Ah, tenés hijos... entonces te van a citar a la tercera entrevista como hacen con todas las mamis”. Así fue. Necesitaban aplicarme más técnicas porque habían identificado que me atravesaba una angustia que asociaban con la culpa y la frustración. Les preocupaba, me dijeron, mi reacción si no llegaba a entrar (ahora estarán agarrándose la cabeza). Les agradezco igual esa cita extra porque, aunque me sacó tiempo, fue clave para el desarrollo de esta reflexión. Obediente, tomé al salir el consejo recibido y empecé a ver a una psicóloga especialista en maternidad y crianza. Con ella pude formular una verdad que aún hoy es incómoda para muchos y necesaria para todos: una madre ocupada y exitosa profesionalmente no tiene por qué ser una madre ausente y abandónica.

Pero lo que sucede en los coloquios es aún peor: el examen es objetivamente distinto para mujeres y para hombres. El argumento es sencillo: por la naturaleza de la actividad diplomática, la presencia personal de los postulantes es un punto muy importante de la evaluación. Una vieja película pochoclera de Mel Gibson y Helen Hunt, What Women Want, ilustraba con claridad en el año 2000 algo que los organizadores del concurso ISEN convenientemente deciden ignorar: a las mujeres nos lleva mucho más tiempo (dinero y sacrificio) “arreglarnos” que a los hombres. Este año, por decisión del entonces canciller Jorge Faurie, los coloquios se adelantaron un mes. Dos días después de entregar las notas llegó el mail con el cronograma: me tocó rendir el 30 de octubre, tuve cinco días para prepararme. En efecto, mientras nuestros compañeros pudieron dedicar la mayor parte del tiempo a la preparación del coloquio, nosotras tuvimos que ocuparnos, además, de la ropa, los zapatos y la peluquería. Era lo que se nos exigía. Elegir la ropa fue difícil: pretendía usar mi mejor pantalón, pero la coach no tardó en vetarlo, “¡No! El pantalón no les gusta”, y citó, para ilustrar su punto, el comentario que había recibido una postulante que había llegado a su coloquio vistiendo uno: “¿Viene de montar, señorita?”.  

A los incrédulos les ruego que confíen, nosotras podemos. Con hijos, sin ellos, con pollera o pantalones, nosotras podemos. Intenten superar el miedo que les generan las mujeres conectadas con su deseo, que demuestran tener decisión, ideas y pensamiento propio. A las autoridades responsables les demando que garanticen igualdad en las condiciones del concurso e incentiven la participación de las mujeres, cuyo costo real para hacerlo es hoy mayor al de los hombres. Trabajemos también todos adentro de nuestros hogares para terminar con los roles asociados al género, así podemos imaginar un futuro en el que contratar a una mujer con familia signifique lo mismo que contratar a un hombre que la tenga.

La política necesita que más mujeres ocupen lugares importantes con el único requisito de su idoneidad. Ojalá podamos construir un servicio exterior que nos represente a todos para que pueda servir mejor al interés de la nación.

*Egresada de la carrera de Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y magíster en Investigación Histórica por la Universidad de San Andrés.