La frase “No se olviden de Cabezas” está en la primera carta pública que escribieron los padres de José Luis hace 23 años. Esas cinco palabras entraron al imaginario argentino como una cuña en nuestra historia. Pero creo que no son solo pasado. También están cargadas de futuro.
Persistencia. Para pensar qué puede significar esa frase hoy, además de la persistencia de la lucha judicial, es útil analizar qué pasó con el colectivo periodístico del que José Luis Cabezas formaba parte: aquella redacción de la revista Noticias, la que tenía un equipo de enorme potencia, con las direcciones sucesivas de Jorge Fontevecchia, Teresa Pacitti y Héctor D’Amico.
La trayectoria posterior de los integrantes de aquella redacción histórica es un cubito de caldo que sintetiza cómo se dispersó la comunidad de periodistas argentinos en las más de dos décadas que pasaron desde entonces. Varios de los hitos periodísticos de la democracia argentina fueron logros de ellos. En el libro Noticias de Fuego, de Gustavo González, que ya la integraba y fue luego uno de sus directores, se describe esa “escuela Noticias” de hacer periodismo.
Pero la política fue alumbrando distanciamientos ideológicos, huracanados vientos sociales, y nuevas concepciones de la profesión, que fueron llevando por distintos caminos a los integrantes de esa redacción, y de tantas otras, como las de Página/12 y de Clarín, donde periodistas con larga trayectoria en esos medios se convirtieron en algunos de los principales críticos de sus colegas de entonces.
Hoy, a aquellos periodistas, se los encuentra con roles y protagonismos destacados en las tres Coreas –en las que hay obviamente, diferentes grados de profesionalidad– lejos de aquellas comunidades laborales que compartieron en los tiempos de Cabezas, donde la gran mayoría eran excelentes periodistas, apasionados por la información, y sagaces buscadores y refinadores de indicios.
Ya sabemos que esto no es nuevo, que varias veces en la historia ha pasado que redacciones extraordinarias que convivían de pronto tomaron caminos opuestos. Esto pasa con las familias, ¿cómo no pasaría eso en un grupo profesional?
Militantes y profesionales. La primera Gaceta de Buenos Aires, tras la muerte de Mariano Moreno, tuvo dos directores enfrentados, Vicente Pasos Silva y Bernardo de Monteagudo, y cada uno sacaba una edición en día diferente. Los periodistas que fueron rivadavianos se convirtieron en los primeros rosistas, y hubo furibundos periodistas militantes del rosismo que se convirtieron en incitadores públicos de su asesinato. Más cerca en el tiempo, el diario La Opinión también tuvo una dura fractura entre la generación de Jacobo Timerman y la de Horacio Verbitsky durante la otoñal primavera camporista.
Por eso, en Argentina, la novedad no es el periodismo militante, sino el profesional. La construcción democrática pasa ahora por la recreación de una base profesional mínima y común que pueda ofrecer una base informativa que la ciudadanía pueda compartir más allá de su orientación política. Desde esta perspectiva, para mí es obvio que el periodista más democrático es siempre el más profesional.
Cuando en 1997 la sociedad respondió al llamado de Justicia por la muerte de un periodista, eso fue un indicador claro del grado de confianza que había llegado a tener el periodismo en Argentina. Era un momento de gloria. Las facultades se llenaban de alumnos que querían ser periodistas. Los argentinos confiaban y creían, en general, en los periodistas. Hoy es difícil que la sociedad acompañe al periodismo como lo hizo aquella vez. No estamos en nuestra etapa de gloria.
Autocrítica. Este cambio en la confianza social nos exige una autocrítica profunda. Por supuesto que lo primero que señalaremos serán las prácticas de los otros. Pero la autocrítica es revisar las propias. Por ejemplo, el periodismo argentino debe abandonar la práctica de militar hipótesis judiciales, donde solo son tenidos en cuenta los indicios que señalan al culpable que casualmente coincide con mis enemistades políticas. El caso AMIA y el caso Nisman han llevado esta práctica a niveles marcianos, donde dos expedientes perfectamente compuestos, circulan en el discurso social con su elenco de voceros, abogados, peritos y fervientes creyentes.
El caso Santiago Maldonado fue también el paroxismo de la militancia de hipótesis. Y la discusión en redes está llena de periodistas, entre ellos algunos que pueden ser prolijos en su trabajo profesional, pero sienten las redes como un espacio de mayor relajo en las formas llegando a parecer barrabravas digitales, saboteándose ellos mismos el refinado trabajo que acaban de hacer.
El periodismo no está para eso. La relación entre verdad y democracia no es una entelequia, es una aorta vital para el funcionamiento de la vida pública abierta. Y esta profesión tiene una responsabilidad especial en que sea una relación fuerte. Si la información es partidaria, facciosa, clasista, no general, retrocedemos varios casilleros en el servicio al pueblo.
Logros. José Luis murió por hacer bien su trabajo. Esas fotos no fueron por azar. Fue la obsesión de un equipo por obtenerlas. Las fotos que sacó en la playa de Pinamar, junto a Gabriel Michi, en febrero de 1996, él sintió que eran fotazas, pero las vio recién cuando salieron publicadas. En aquel momento, solo sacó el rollo, lo metió en un paquete con un rótulo que decía Freddy Okaman, y las llevó a la terminal para que un autobús de línea lo llevara a Buenos Aires. José Luis no las había visto, pero sabía la potencia que tenía lo que habían hecho con Michi.
Era un logro periodístico, que además, ayudaba a correr un poco la impunidad con la que se rodeaba esa mafia, por lo que también fue un logro democrático. Como pasa cada día en algún lugar del país, desde Tierra del Fuego a Jujuy, un periodista entrelaza sus logros personales y sus aportes a la comunidad a la que sirve.
Es verdad que la situación laboral actual es muy difícil. Que las empresas periodísticas sufren un desfinanciamiento profundo, a no ser que opten por acuerdos políticos, o con algún otro factor de poder, lo que suele limitar su capacidad profesional.
Pero el “No se olviden de Cabezas” es un estándar del cual no habría que bajarse. Así como él sintió esa foto, no la vio, también nosotros podemos sentir que estamos haciendo bien nuestro trabajo si nos bancamos la mirada de José Luis.
*Presidente del Foro de Periodismo Argentino (Fopea).