El tema, solicitado por PERFIL, excede el espacio y el tiempo de reflexión disponibles. Remito pues a los artículos sobre la crisis capitalista y de la izquierda local e internacional que he publicado aquí mismo. Los entrecomillados remiten a esos artículos.
Me ceñiré pues a lo que entiendo por “ser de izquierda” en la Argentina de hoy. En primer lugar, asumir que “han quedado atrás los ‘30 gloriosos’ años de crecimiento económico de posguerra, cuando la socialdemocracia europea, escandinava y algún populismo latinoamericano, lograron concretar para la clase obrera y los sectores medios más justos reclamos que en cualquier otro período de auge capitalista”. Ahora, desde hace décadas, la crisis es global y se manifiesta en guerras comerciales –y de las otras– en todo el planeta.
En este marco, “en la última década del siglo pasado implosionó el ‘socialismo real’ y en las democracias capitalistas desarrolladas la socialdemocracia prácticamente desapareció de escena. El último fracaso fue el de François Hollande, en Francia (…) Este desamparo es lo que explica la actual devoción populista de numerosos sectores y personalidades de izquierda (…) ¿Pero acaso el retorno liberal en América Latina no es consecuencia del fracaso populista? Los casos de Argentina y ahora Venezuela, dos países desbordantes de posibilidades que el populismo llevó a la ruina económica, política, social y moral, son emblemáticos en la región”.
Conservadores, liberales o populistas vienen fracasando en todo el mundo ante la crisis. La socialdemocracia devino social-liberalismo, cuando no adoptó la corrupción y maneras populistas, de modo que también fracasó. Es lo que debe asumir la socialdemocracia argentina, que viene dando un excelente ejemplo de gestión en Rosario y la provincia de Santa Fe. La izquierda “clasista”, por su parte, ha hecho notables progresos en las bases sindicales a expensas del peronismo y logrado representación en el Congreso Nacional.
La primera debe entender que una cosa es administrar una provincia rica y otra, sacar de una grave crisis a un país también rico, pero deteriorado más allá de cualquier límite; mafistizado. La segunda, que el extremismo “de clase” no tiene futuro. Ante un liberalismo que torna a mostrar su impotencia y un populismo fragmentado, a ambas se les presenta hoy la posibilidad de forjar alianzas entre sí y con otros sectores, con chances de llegar al gobierno nacional.
Pero, ¿con qué objetivos? ¿Tras un programa de transformaciones políticas y económicas razonables y progresivas, pero estructurales, o a la cola de “buenos” radicales y peronistas? La izquierda debe exigir un programa que incluya una Ley de asociaciones profesionales que acabe con la mafia sindical; leyes impositivas que graven fuertemente la especulación financiera y las grandes ganancias; que mantenga subvenciones a los más necesitados, sí, pero acompañadas de obligaciones bajo severo control: cursos de capacitación, trabajo comunitario, etc. Medidas que tiendan a acabar tanto con la explotación liberal como con la dádiva populista.
La izquierda debe asumir, actualizar y radicalizar la consigna liberal en el origen de las repúblicas modernas: “Orden y progreso”. Ahora entendidos como marco de cambios políticos y económicos que favorezcan la libertad y el desarrollo de toda la sociedad, en particular de los trabajadores y sectores marginados; que acaben o al menos reduzcan radicalmente las desigualdades económicas, políticas y sociales y el desorden populista: la corrupción e ineficacia sindical, de servicios de inteligencia y seguridad y del Estado; la “lumpen-política” que expresan, entre otros, los “piquetes”. El derecho a manifestar debe ser absoluto, pero también someterse a límites y regulaciones, para acabar con métodos que no hacen más que aislar a la clase trabajadora de los sectores medios, sus aliados “naturales”, porque también son trabajadores.
¿Es concebible, en la Argentina de hoy, un gobierno serio y progresista que no encare una auditoría del Estado, ese paquidermo populista ineficaz, corrupto y costosísimo? El liberalismo lo “resuelve” dejando gente en la calle. La izquierda puede, y debe, construir un Estado sobrio y eficaz retornando a los concursos, solventando al “excedente” de personal, pero también poniéndole límites, plazos y exigiéndole el cumplimiento de obligaciones. ¿Por qué no una reforma agraria, no “expropiatoria”, sino que reparta los millones de hectáreas de tierras fiscales; una política que priorice y vigorice el sistema cooperativo agrario, financiero e industrial, de gran arraigo y tradición en el país?
En fin, que es preferible devenir vanguardia opositora, con un proyecto de cambios que tarde o temprano serán asumidos por el conjunto de la sociedad, que ser comparsa de un nuevo y anunciado fracaso.
*Periodista y escritor.