ELOBSERVADOR
ALEJANDRA “LOCOMOTORA” OLIVERAS

Una peleadora por la igualdad de género

La boxeadora argentina ganó cuatro títulos mundiales en diferentes categorías y es récord Guinness, pero jamás pudo vivir del boxeo. Ahora da charlas motivacionales sobre empoderamiento femenino.

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Speaker. La premiada deportista recorre el país contando sus experiencias de vida dentro y fuera del ring, sobre todo el poco reconocimiento que reciben las mujeres. | cedoc

“Mi sueño es la igualdad, que la mujer diga ‘nosotras ganamos igual, somos iguales. No existe el sexo débil: existe la mente débil”, alienta Alejandra Marina “Locomotora” Oliveras, desde el escenario montado en el camping de Stihmpra, el sindicato de los trabajadores de frigoríficos, en la ciudad bonaerense de Villa Luzuriaga.

Alejandra tiene 41 años y obtuvo cuatro títulos mundiales en diferentes categorías, otros dos de una entidad no oficial y un récord Guinness por ser la única mujer boxeadora con esos premios. Se gana la vida con charlas motivacionales y exhibiciones en clubes y sindicatos de todo el país, mientras entrena hombres y mujeres en el gimnasio que levantó en la localidad santafesina de Santo Tomé, donde está radicada desde 2018.

Locomotora fue campeona del mundo en cuatro categorías distintas, una menos que Floyd Mayweather, integrante del podio mundial de los más ganadores en diferentes divisiones. Obtuvo los títulos supergallo WBC (Tijuana, 2006), ligero WBA (Río Cuarto, 2011), pluma WBO (San Antonio de Areco, 2012) y superligero WBC (Santo Tomé, 2013). Entre 2005 y 2015 peleó en el marco de la Federación Argentina de Boxeo (FAB): de 37 combates, ganó 32, perdió tres y empató dos. En 2017 abandonó la FAB en malos términos y se ligó a una entidad no reconocida, la WPC (Comisión Mundial de Pugilismo), donde ganó dos títulos más. Sus logros no figuraron en las tapas de los diarios y, muy lejos de recostarse sobre los billetes, sonreír con dientes de oro o manejar un Rolls Royce, nunca pudo vivir del boxeo.

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 “Yo siempre trabajé, toda mi vida. Cuando me dediqué al boxeo dije ‘voy a hacer algo paralelo para poder vivir’. Empecé a trabajar en los gimnasios de empleada. Me contrataban y yo les llenaba los gimnasios porque tengo buena onda, tengo esa conexión con la gente, y mis clases dan resultado. Trabajaba para darles de comer a mis hijos, para poder pagar el alquiler, porque del boxeo no podía vivir. Pero yo soñaba con que algún día iba a ganar plata como los hombres. Así seguí mi carrera, seguí mi sueño”, cuenta.

Sus inicios. Los bíceps voluminosos de Oliveras conviven con uñas esculpidas, gruesos labios coloreados y una voz de locutora que hace casi veinte años le cambió la vida. Trabajaba en la radio del pueblo donde se crió, Alejandro Roca, en el sur de Córdoba. Leía los diarios cuando le tocó dar la noticia de la liberación de Mike Tyson y sintió rugir, en su interior, un animal salvaje. Se atrevió a revelar su sueño y a los pocos minutos un hombre irrumpió en el estudio. Lo apodaban “el Perro”.

—¿Vos dijiste que querés pelear? —lanzó.

—Sí… —se sorprendió Alejandra.

—Yo te voy a hacer pelear —decretó el Perro.

Oliveras nació en El Carmen, Jujuy, el 20 de marzo de 1978. Su familia se mudó a Córdoba cuando ella tenía apenas un año. Cuarta de siete hermanos, transitó su niñez en el campo, donde manejaba tractores, recolectaba maníes y cargaba bolsas de arpillera de 30 o 40 kilos. “Hacía lo mismo que mis hermanos, y a ellos cuando les tocaba lavar los platos nadie les decía nada, era normal. Yo veía igualdad”, recuerda. En la escuela primaria, Alejandra quería correr, saltar, hacer fuerza. Estar a la par de los hombres. Retarlos a una pulseada y ver cómo, uno tras otro, caían derrotados. “Desde que era chiquita, yo me di cuenta de que tenía mucha fuerza, que tenía un don, y que no había diferencia entre el hombre y la mujer”, dice.

Violencia de género. A los 15 años, Oliveras se enamoró y quedó embarazada. Su pareja la doblaba en años. Se mudaron juntos, pero al poco tiempo la relación empeoró: “Me pegaba por todo, sin motivos. El era más grandote que yo, tenía más fuerza. Y yo dije ‘me voy a poner fuerte y me voy a defender. Voy a demostrar que él no tiene derecho a pegarme’”. Empezó a entrenarse a escondidas, en una pieza de la casa donde vivían “en la total miseria”. Hacía abdominales, flexiones de brazos, hacía como que boxeaba. Vio cómo sus músculos se fortalecían. Al cabo de dos meses, cuando un día él le fue a pegar, ella pegó primero. Fue una piña en la punta de la pera, cargada de dolor acumulado. El cayó y ella huyó. Agarró a su hijo Alejandro en brazos y volvió a la casa de sus padres.

Mientras vivía de changas, a los 18 años, Alejandra intentó seguir los estudios, pero el objetivo quedó trunco: “En el pueblo no había universidad. Quise estudiar Educación Física, hacía dedo y dos veces intentaron violarme. Una vez un camionero se me tiró encima y yo lo saqué, le dije ‘yo voy a estudiar, no soy prostituta’. Paró el camión y me bajé llorando. La segunda vez, en un auto, un tipo me dijo ‘pagame el viaje’, y antes de llegar se bajó el pantalón y se empezó a masturbar. Yo lo traté de todo, me bajé, se me tiró encima y le rompí la ropa. Y dije ‘me van a matar, me van a violar’. No pude estudiar. Es muy duro ser boxeador, pero más ser mujer”.

Entrenamiento. Cuando empezó a entrenar, Alejandra recorría 90 kilómetros en moto para llegar al pueblo donde estaba su instructor. “Había pocas mujeres boxeadoras en ese momento, y a mí me tocaba en el mismo camarín que los hombres. Estaban todos desnudos, porque se cambian ahí. Algunos se agarraban el ‘coso’, pero a mí no me importaba; yo quería pelear. Seguí adelante porque me encantaba entrenar, hacer dieta, superarme, y soñaba con ser profesional”, dice mientras abre la mirada y gesticula con los puños.

Su primera pelea. Antes de subir a un ring por primera vez en su vida, a Oliveras le temblaban las piernas. Se enfrentaba a una villana del pueblo, apodada “la Yarará”, en el festival organizado por el Perro.

—Papá, metí la pata, dije que quiero ser boxeadora y yo no sé pelear… ahora se me van a cagar de risa, me van a cagar a palos…

—Hija, si tu sueño es ser Tyson una sola vez, aunque sea una vez, intentalo, nunca te vas a arrepentir.

En un revoleo de manos, Oliveras molió a golpes a la Yarará. Durante el entrenamiento improvisado le habían inventado un apodo en honor a su estilo: “Autito Chocador”. A Alejandra no le gustó. “No soy un autito chocador. Soy una locomotora”.

* * *

Nada la detuvo hasta obtener su licencia profesional, y apenas un año después, en 2006, viajó a Tijuana, México, para enfrentarse a la local Jackie Nava por el cinturón supergallo WBC. Nava no perdía desde el mismo mes de 2003 y estaba invicta en su país. “Fue mi pelea más dura, por tener a todo un país en contra y al jurado en contra”, afirma Oliveras. Para sorpresa del público, desde los primeros minutos la visitante vapuleó a su rival. Pero al tercer round se quebró su mano hábil, la derecha, lo que le permitió a Nava emparejar el duelo hasta ganar el séptimo asalto. En los descansos, con poco aliento y empapada de sudor, Oliveras preparó junto a su entrenador, Carlos Tello, una estrategia para nockear a su contrincante con la mano izquierda. Al filo del octavo asalto, llegó el golpe definitivo: un cross izquierdo directo a la mandíbula de Nava, que no tuvo nada más que hacer.

Cuando fue tricampeona mundial, en 2012, Oliveras viajó a Miami para participar de la Convención Mundial de la WBO y le exigió a su presidente, Francisco “Paco” Valcárcel, que aumentara las bolsas femeninas. “Me ofreció que me encamara con él. Recién me conocía y ya… yo le pedí que aumentara la bolsa y él me invitó a…. eso es prostitución. Y hay muchas boxeadoras que se prostituyen para ganar un poco más de plata”, lamenta Oliveras.

En 2013 consiguió el cuarto cinturón mundial, se convirtió en récord Guinness y fue invitada a Crónica TV, que mostró en pantalla el certificado enviado desde Inglaterra: Oliveras era la primera y única mujer en la historia mundial en ganar cuatro cinturones de boxeo en distintas divisiones.

—No pudiste ir a recibir el premio… —introdujo el periodista.

—No, porque salía US$ 8 mil el pasaje a Londres. Les pedí por favor, con una maestra de inglés, que me mandaran el certificado del Guinness porque yo no podía viajar a recibirlo. Me llegó hace poquitos días a mi casa. Y estoy tan feliz… Héctor, si podés leer lo que dice ahí… —pidió al conductor.

Héctor tradujo al aire el documento, que al pie de la hoja tenía un sello plateado y dos palabras finales: “Oficialmente sorprendente”.

En mayo de 2019, Oliveras quiso volver a quedar en la historia y organizó una pelea a doce rounds de tres minutos, como rige para los hombres –las mujeres luchan a diez de dos–. Promocionó el combate como “La pelea del siglo” y le ganó por nocaut técnico a la mexicana Lesly “la Explosiva” Morales en Las Heras, Santa Fe. “Sentí que gané una guerra. Lo hice por todas, no por mí. Las maratones son de 40 kilómetros para hombres y mujeres. Los partidos de fútbol son de 90 minutos para los dos. El rugby lo juegan igual. El tenis igual. En el boxeo nos pusieron eso para sacarnos los millones que nos pertenecen”.

* * *

Son las dos de la tarde de un domingo de noviembre cuando el presentador del evento de Stihmpra, un hombre con la remera del sindicato, le da la bienvenida a la estrella de la tarde, que fue a dar una clase de boxeo. Las familias se acercan al escenario y la campeona presenta a su equipo: los hermanos Nicolás y Carlos Leguizamón, boxeadores amateurs de 18 y 16 años categoría welter que van a su gimnasio; Macarena Figueroa, instructora de zumba; y el mayor de sus dos hijos, Alejandro, de 26 años. Ellos son el “team Locomotora”.

—Yo peleo por la igualdad. Igualdad significa estar a la par. Ni atrás ni abajo; a la par. Si no, portate bien… —bromea ante el público y vuelve a exhibir sus músculos de acero, que lleva con naturalidad, como si los tuviera incorporados desde su nacimiento, como si no fueran el fruto de un sacrificio inmenso.

Luego, la boxeadora se da un baño de popularidad: abraza gente, levanta niños, sonríe para las fotos. Después se retoca el labial rosa flúo, enchufa su celular y queda tendida en una silla. Abre una valijita de metal y saca el cinturón WBO, rosa, pesado, con espejos redondos a los costados y un relieve de águila dorado.

—¿Sabían qué? Los cinturones de hombres son de oro y piedras, los de las mujeres no —remata.

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