Nos encanta negar la historia. Nos lo pasamos inventando cosas ya inventadas pero la ignorancia nos permite erigirnos en pioneros. “Nunca antes” decimos con una facilidad pasmosa. Y en realidad no es “nunca antes” es “nunca me enteré de que antes….”.
El equívoco, tan caro al ser nacional, se cumple claramente cuando se habla de comedia musical en Argentina. Por suerte hay periodistas, investigadores, tipos que se toman en serio su profesión y se preguntan “¿Nunca antes?”. En este terreno, el Marco Polo que recorrió territorios inéditos –en este caso, bibliotecas y archivos– es Pablo Gorlero, quien hizo un trabajo monumental que alguna vez deberá ser justamente reconocido. Sus tres (¡TRES!) tomos de Historia del teatro musical en Buenos Aires vienen a contradecir la aseveración tan común de que “Argentina no tiene tradición en comedia musical”, frase que encabeza cualquier crónica sobre el género en los medios nacionales. En el trabajo de Gorlero se cuenta que Vicente López y Planes se inspiró para la letra del Himno en la representación que el 24 de mayo de 1812 se hizo en el teatro Coliseo de El veinticinco de mayo o El himno de la libertad. Hasta ahí hay que rastrear los orígenes del género en Argentina. En 1825 ya se oía ópera en Buenos Aires. Los espectáculos españoles de tonadillas y zarzuelas llegaron en 1825; a comienzos de 1880 apareció el Circo Criollo (con sus grandes nombres, la familia Podestá y Pepino el 88). En 1890 se abrió una nueva puerta, el género importado tuvo su primer hijo nacional, la zarzuela criolla De paso por aquí. Ya los primeros tangos escritos para obras teatrales habían comenzado.
Ahí está el germen, todavía ni siquiera el padre de Pepito Cibrián estaba en los planes de nadie.
El 8 de julio de 1926 se estrena en el teatro Porteño Judía, el primer musical argentino. El libro era de Ivo Pelay, basado en una novela rusa, la música era de Ermanno Andolfi y estaba protagonizada por Iris Marga y Pepe Arias.
Por eso hoy estrenar una obra como Yiya, el musical en el teatro El Nacional es la alegría de saber que somos simples eslabones de una cadena que es parte indiscutible de la cultura argentina. Cuando en 1904 Jerónimo Podestá compró unas caballerizas sobre la calle Corrientes o cuando en 1906 inauguró ahí el teatro Nacional no podía ni imaginar que más de cien años después estaríamos en ese mismo lugar, cada noche, ante la magia del telón que se levanta y se devela la incógnita.
Grandes tangos, populares e inoxidables, se estrenaron en las comedias musicales. Las orquestas de tango participaban de los musicales, como un integrante más.
Buenos Aires, a la altura de Nueva York, Londres y París, comenzó el siglo pasando jurándole amor eterno al teatro y al teatro musical. Ese amor no se extinguió, se ramificó en cientos de miles de amores: teatro experimental, teatro de texto, teatro comprometido, de vanguardia, comercial, para chicos, de experimentación, de temporada. En Argentina los lugares de veraneo –Mar del Plata primero, Carlos Paz después– aumentan su oferta de descanso con teatro. Estamos muy acostumbrados a que eso es así, pero eso no es así en la gran mayoría de los países del mundo. Por eso cuando a Mariu Fernández se le ocurre decir “quiero hacer un espectáculo sobre Amy Winehouse” sabe que, con trabajo, estudio, paciencia, constancia y algo de suerte, podrá finalmente ponerlo sobre un escenario. Y en su caso, nada menos que en El Maipo, otro templo. Por eso cuando nos juntamos con Ricky Pashkus y Ale Sergi en una mesa de bar y pensamos no una, dos comedias musicales, teníamos fe de que en algún momento subirían a un escenario. Porque hay una tradición que nos avala. Hay salas, hay espectadores, hay ganas. Más de cien países en el mundo pueden envidiar esto que acá pasa y que seguirá pasando. Porque –y ya, prometo, en el último lugar común de esta columna– si de algo sabe el argentino, es de enfrentar crisis. Y porque seguramente en algún lugar de esta bendita ciudad, de este bendito país, hay alguien pensando una canción que será Los amores con la crisis del siglo XXI. Porque eso enseña el teatro musical: cuando no alcanzan las palabras se canta, cuando no alcanzan las palabras, se baila. Esa tradición es la que continúa, cada noche, en cada sala.