En 1985, Daniel Casablanca y Martín Salazar ya habían egresado de su secundaria en el Colegio Nicolás Avellaneda y habían pasado por la Escuela Nacional de Arte Dramático. Se juntaron, imaginaron un grupo y sumaron a Gabriel Wolf y Marcelo Xicarts. Entre los cuatro le dieron forma al grupo teatral Los Macocos –nombre sonoro sin un significado específico–, con el que hicieron decenas de espectáculos y giras por la Argentina y varios países. De 2008 a 2015 pararon. Y volvieron.
Comparten una chispa encendida para generar humor e ironía, con gran velocidad verbal. Con ese espíritu transcurre esta conversación, que comienza por la presentación de cada uno de los integrantes de Los Macocos, que se ven en La fabulosa historia de los inolvidables Marrapodi, los viernes y sábados a las 23 (se suman los domingo 22 y 29 de marzo), en el Teatro CPM-Multiescena (Corrientes 1764).
SALAZAR: Yo soy el mejor.
WOLF: Yo soy el que habla poco.
CASABLANCA: En realidad, los roles los vamos rotando.
XICARTS: Sí, uno escribe y otro día se ocupa más de la dirección. Yo soy el mala onda.
—Además de reponer espectáculos exitosos, ¿planean nuevos proyectos?
S: Nos pusimos a hacer una reposición y eso nos llevó a que, como banda de teatro, aceitáramos nuestros engranajes como intérpretes de nuestro repertorio. El trabajo creativo lleva más tiempo.
W: Pero es más lindo, yo acoto… Adisco…
C: Dice poco (en relación con Wolf), pero cada vez que habla es una bomba…
S: Estamos evaluando algunas ideas; ojalá salgan prontito. Estamos esperando que se nos aceite la cabeza… y el alma.
C: El alma aceitada es fuerte, igual, ¿eh?
S: Aceitamos el alma y el cuerpo (carcajada general).
—¿Qué hizo que se unieran como grupo?, ¿qué los reunió?
S: Nos juntamos porque éramos afines.
W: A fines de los 80.
S: A fines de los 80 justamente. Trabajábamos en los mismos lugares: en el Rojas, en el Teatro del Parque, en el Conservatorio, yendo a ver a Gabriel al Parakultural.
C: Además, teníamos un compromiso un poco más profundo que otros actores jóvenes del momento: ocupábamos mucho tiempo de ensayo, como una de las consignas de trabajo.
—¿Qué hizo que se alejaran y por qué volvieron?
S: Nos separamos por propuestas de trabajo muy intensivas de teatro comercial [Salazar participó de Toc toc, en donde Casablanca permanece haciendo la temporada 10.] y de espíritu. Además, el fallecimiento de Javier Rama, quien dirigió el grupo entre 1991 y 2008, atomizó todo un poco. Está mal reclamárselo porque está muerto, pero estuvo mal en morirse.
X: Hace dos años empezamos a juntarnos. Teníamos ganas y está todo bien.
—El teatro comercial debe resultarles, por definición, redituable. ¿Con Los Macocos ganan dinero también?
S: Sí, un sueldo, algo que justifique hacer el trabajo y haber venido.
C: Quizá los primeros diez años fueron de estudio, pero ya hace mucho que hacemos esto.
W: Con la milanesa napolitana, estábamos bárbaro. Ah, y un flan. Ahora en las familias somos como cuatro, así que tiene que haber ¡cuatro flanes!
—Un grupo de hombres que hacen humor con sus propios textos y que incorporan música… ¿Han sentido la comparación con Les Luthiers?
X: De hecho, hemos trabajado con Jorge Maronna (colaboró con la génesis de La fabulosa historia… en 1998). En un momento nos compararon por la duración, por la longevidad del grupo. No había grupos que duraran tanto.
S: Generalmente, nos comparan por nuestra situación económica.
C: Ojalá nos confundieran con Les Luthiers y nos ligáramos una gira. Les Luthiers y Los Redonditos de Ricota son nuestros referentes como empresas independientes artísticas. Vamos a hacer ahora un Tandil, pero no queremos quilombo, así que no lo estamos publicitando.
—“Los Marrapodi” es un homenaje a la historia de nuestro teatro. ¿Cómo caracterizarían el teatro argentino?
W: ¿El de La Plata? (sale del código del humor y sigue más formalmente). El teatro argentino es una marca cultural. Siempre hay una razón por la que se vuelve a hacer; cambian espacios y siempre se recicla. Actores y espectadores lo viven como algo necesario.
S: Cualquier persona de cualquier clase social puede hacer teatro. Tiene una fuerza infernal.
X: Hay muchísima variedad: propuestas modernas, clásicas, alternativas. Y en el mundo gusta la forma de trabajo de las actrices y los actores argentinos.
C: Buenos Aires es una vidriera internacional. Argentina es un país teatrero.
Las nuevas masculinidades
—Son cuatro hombres trabajando juntos. Continente viril y Pequeño papá ilustrado son algunos de sus espectáculos. ¿Cómo conciben la masculinidad frente a las actuales transformaciones de los criterios de género?
C: El humor popular que hacemos está en contacto directo con el público y es sensible a esos temas. Tenemos que repensar los espectáculos que traemos de diez años atrás.
X: Sin embargo, si hay un gordo o una mujer, no hemos hecho hincapié en eso en el escenario como punto del humor. De todos modos revisamos, porque hay sensibilidades e hipersensibilidades.
S: Yo, personalmente, estoy feliz, porque sufrí un montón el machismo. A mí nunca me gustó el fútbol. ¿Cagarme a trompadas? Yo huía… “¿Te la cogiste o no te la cogiste?”; “Y… no. Charlamos”; “Ah, ¡sos un puto!”. Con esta nueva configuración, yo chocho.
C: Nuestra actividad tiene un entrenamiento, una visión distinta. Nosotros venimos acompañando. En un espectáculo usamos un títere que era una mujer, más alta que todos nosotros…
S: Sí, una mujer emancipada, que se terminaba de emancipar de todos nosotros y nos decía: “Váyanse a la m…”.
W: Pero siempre hay alguien que dice (en tono de reproche): “Ah, ¡pero la mujer es un títere!”. No se puede, no se puede… (Carcajada general).
S: Da para pensar: cuatro varones y la mujer títere… ¿Por qué? Cuando hay revolución es así: rápidamente tenés que explicar de qué lado estás. Falta decir que el machismo ha perjudicado infinitamente más a las mujeres.