Hace unos días alguien me comentó que había ido al BAFICI 2008. Había visto dos películas buenas y unos cuantos bodrios, dijo, y se lamentaba por el hecho de que las buenas las iban a estrenar en salas comerciales, con lo que perdía sentido haber hecho cola para comprar entrada. Le dije, entonces, que por lo general las películas buenas encuentran su circulación en cines, dvd o, gracias al boca a boca, resulta factible conseguirlas en internet con softwares como el Emule. La pregunta de esta persona, ante mi aclaración, fue: ¿para qué sirve entonces el BAFICI?
Probablemente uno de los mayores inconvenientes radica en la concepción. ¿Qué es el cine independiente? ¿El que se hace fuera de los grandes estudios? ¿El que se realiza lejos de los Estados Unidos? ¿El que se hace con pocos capitales? ¿El que no encuentra mercado de distribución? ¿El que está protagonizado por Ricardo Bochini?
El BAFICI forma parte de la política cultural del gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Por lo tanto, es solventado con dinero de todos los porteños. La curiosidad radica en que dichas políticas culturales son ejecutadas –en un porcentaje considerable- por chicos egresados de carreras universitarias, en buena medida ex militantes de Franja Morada. Antes respondían a Lopérfido, hoy a Lombardi, mañana quién sabe. La otra curiosidad es que ejecutan políticas como si aún estuviesen orientados a los centros de estudiantes universitarios. Es decir, una población reducida, que se podría identificar como: entre 18 y 35 años, nivel educativo alto, nivel económico medio/alto, ropa de diseño y profusión de anteojos con marcos negros. En otras palabras, snobs que si no se realizara el BAFICI, perderían varias charlas de café posteriores. Lo que constituiría, a los ojos de ciertos funcionarios, una tragedia.
La tragedia de quedarse sin SNOBICI.
* Escritor y redactor del suplemento de Espectáculos del diario Perfil. Mantiene los blogs losdiscipulos.wordpress.com y elpesado.wordpress.com