Carlos Casella se multiplica en diferentes roles. El pasado viernes 19 estuvo en El Galpón, de Montevideo, haciendo Sputza!, con Griselda Siciliani, donde juntos cantan, bailan y actúan. Como coreógrafo, está presentando Cuál es quién, una de las tres piezas –las otras son Chopin, número 1, de Mauricio Wainrot, y Vibraciones, de Elizabeth de Chapeaurouge– del actual programa del Ballet del Teatro San Martín, que se presenta fuera de sede, de jueves a sábados en el Auditorio de Belgrano (Virrey Loreto 2348). Como actor, llega a Cinelandia, de Alfredo Arias, con Alejandra Radano y elenco. La obra estrenada en París en 2012 se reestrenará el 9 de septiembre en el Teatro de la Ribera (Av. Don Pedro de Mendoza 1875). Y para 2017, Carlitos planea ser dirigido por una de sus compañeras del grupo El Descueve, Mayra Bonard, y lanzar un proyecto, en tanto bailarín, rol que este año también demostró en el dúo Humo, con Gustavo Lesgart, en el ciclo Teatro Bombón.
—¿En qué consiste la propuesta de “Cuál es quién”?
—Es una creación para doce bailarines, bastante teatral. Cuál es quién es una pregunta imposible de contestar, porque está mal hecha. Cuál remite a un objeto, y quién, a una persona. Entonces, los personajes buscan a alguien que les corresponda en este mundo, buscan el objeto de deseo, pero no lo encuentran, quizás porque no lo desean encontrar o porque la pregunta está mal formulada.
—¿Cómo ves al Ballet del San Martín, con una nueva dirección, la de Andrea Chinetti, después de que Mauricio Wainrot estuviera allí entre 1999 y 2016?
—Andrea siempre estuvo muy presente en el Ballet. Así que cambiaron algunas cosas, pero no demasiado, como si todo sucediese dentro de la misma familia. La dirección sigue la misma dirección del año pasado. Pero éste es un año complicado para el Ballet, porque no tiene su lugar [el Teatro San Martín está cerrado por reformas], pero por suerte encontró un espacio en Chacarita [la sede donde trabaja el Ballet Nacional que dirige Iñaki Urlezaga].
—¿Cómo es trabajar con Alfredo Arias y cómo es la experiencia específica de hacerlo en París?
—Alfredo es muy meticuloso, trabaja mucho con los artificios. Con él, hay que estar muy poroso, muy receptivo a lo que dice; es muy exigente. Por lo demás, no tengo una fantasía con lo que implica trabajar en París; no hago una comparación demasiado grande entre lo que me pasa en París y en Buenos Aires. Más allá de todos los problemas que hay acá, yo siempre prefiero trabajar acá.
—¿Cómo compiten o se equilibran tus roles de actor, cantante, bailarín, coreógrafo…?
—Ultimamente, me siento muy cómodo como intérprete de musicales, como cantante. Cantar es lo que tomó fuerza en mí en los últimos años y, en realidad, es donde más vibro. Pero este año me agarró muy repartido: 30% cantante, 30% actor y 30% coreógrafo. A la vez, el bailarín siempre está y se adapta a cada momento de mi vida: yo no trabajo con lo que me pida otro, sino con lo que me pido yo mismo.