“Vinieron mis fans”, dice Joaquín Sabina al escuchar voces desde los distintos sectores del estadio Movistar Arena de Villa Crespo, en el show de apertura de la gira No hay dos sin tres que acaba de emprender con su amigo de la vida y colega Joan Manuel Serrat. Pero no es totalmente cierto. Han ido los fanáticos de ambos, solo que los del Nano no gritan tanto y vaya una a saber por qué... Tal vez, porque cada canción, incluso las más rítmicas, ameritan un silencio absoluto para degustarlas, tanto como cuando se las escucha en casa.
Serrat y Sabina o Sabina y Serrat, porque aquí no hay protagonismo individual alguno, cerraron el show apertura del sábado 2 de noviembre con 15.000 personas pidiendo más después de más de 2: 45 horas de show, sin tomar en cuenta los 5 minutos del fílmico inaugural con los que abre el recital, mostrando en una pantalla gigante dos pajarracos perdidos que aterrizan por un error de cálculo en un lugar que no sabén qué es, todo bajo la voz en off de Ricaro Darín.
Y así comienza la fiesta. Y luego con Esta noche contigo, y varios pasos de comedia casi de stand up que se sucederán a lo largo del recital. Apenas se saludan, por ejemplo, explican que ellos se separan y se juntan “como replicantes de Patricia Sosa y Oscar Mediavilla”, que periódicamente los expulsan de sus casas y que siempre echan de menos a su público.
Luego vendrán esas que cantamos todos, como No hago otra cosa que pensar en tí, nuevamente modificada su letra por ambos acorde a los 75 años de Serrat y los 70 de Sabina y que genera las risas de todos. Ellos se interpelan, se ríen, se sacan chispas y uno deja en evidencia las falencias del otro a la hora de vivir, de la amistad y de la competencia.Y todos nos hacemos cómplices porque sabemos que es sanata.
Se quieren, se admiran y solo eso hace posible que esta dupla siga girando. Porque claro que el dinero los mueve, y lo aclaran, como cuando Sabina dice, al principio, “nos gusta el dinero y trabajando la mitad ganamos el doble”, y esta vez llegan a una Argentina complicada, con 4 shows en Buenos Aires (2, 3 7 y 8 de noviembre), y uno en Córdoba, para luego seguir a Paraguay (el primero, en Chile, que abría la gira se suspendió por la situación politica y social del país). Pero nada de lo que digan puede ser tomado en su contra porque, lo sabemos, Serrat y Sabina están más allá del bien y del mal, por no decir que son inimputables.
“Hay dos motivos fundamentales por los que nuestra amistad no pudo funcionar: mi envidia y su talento”, chicanea Sabina en un momento, elogiando a su par incluso cuando busca hacer lo contrario. Luego le toca a Serrat fustigarlo un poco y elige un monólogo standapero ridiculizando a su oponente, stand up que hace la previa de su canción Las malas compañías, a la cual Joaquín responde con De cartón piedra, esa obra de arte del Nano a la que le suma un guiño con Balada para un loco. Luego siguen intercambiando y compartiendo canciones, confesiones y anécdotas, y las mujeres no faltan... Por eso llega Qué hermosas que eran... Y luego, escuchar Canción para la Magdalena en la voz de Joaquín renueva la emoción que su autor dejó intacta en cada sílaba y cada nota desde el mismo momento de su creación. Emoción y silencio que, finalmente, explotan convertidos en ovación.
Los climas cambian, van y vienen (y hablando de clima, es de esperar que mejore el aire acondicionado en el Arena porque en este show el calor fue demasiado), y llega el festival cuando Serrat y Sabina, tras una pantalla que de forma muy original presenta a la excelente banda y que no voy a spoilear, aparecen vestidos de piratas al son de La del pirata cojo.
El público festeja cada comentario de ambos sobre la juventud y sus mujeres, y el brindis con champán que mantienen a un costado del escenario se comparte desde cada sector del estadio. "¿No era que de noche no bebías?", le dice el Nano, y Sabina retruca: "¿Qué, ya es de noche?
La lista sigue (y dejé varios temas sin nombrar, como, entre otros, la preciosa canción Es caprichoso el azar, que Serrat hizo en compañía de una de sus coristas, Palabras de amor, Noches de boda y tantas más), pero la ovación se confabula otra vez cuando suena 19 días y 500 noches, así como el silencio de radio se adueña del ambiente apenas Serrat cuenta la historia de Nanas de la cebolla, ese magistral poema de Miguel Hernández al que Alberto Cortez le puso música y que al cantarlo, el Nano dejó, como siempre, un nudo en la garganta de todos.
Luego, Lágrimas de mármol, Cantares (con el coro del público afinadísimo y a tono, como siempre), Lucía, Mediterráneo, Princesa, Señora, Hoy puede ser un gran día, Lo niego todo, Lo que yo quiero, Y sin embargo. Y cuando todos la están esperando, llega esa que obliga a cantar más fuerte que su propio autor aquello de Y me envenenan los besos que voy dando.... Y nadie quiere que se termine la fiesta (no, esa canción del Nano no está en la lista, lo aviso), pero la fiesta llega a su fin, con bis, ovación interminable de pie y ganas de seguir. Pero se acaba, que los amigos deben descansar para el próximo, y el próximo, y el otro...
Ya hace 12 años que nació la hermosa costumbre de juntarse, allá, en un concierto en Zaragoza, España, sin pensar, tal vez, que vendrían 72 más, durante seis meses, en una gira titulada Dos pájaros de un tiro que terminó en la cancha de Boca, en Argentina, con un corolario de un CD y un DVD. Pasaron cinco años más y la tentación de volver a juntarse los ganó, con nuevas canciones, nuevo disco y 20 shows más que en Buenos Aires agotaron. Por eso, esta gira que hoy transcurre en Buenos Aires, Córdoba y Paraguay se llama No hay dos sin tres, pero ninguno de los dos aclara si la tercera será la vencida.
Los "serratienses" y los "sabinianos", neologismos gentilicios que acabo de inventar para definir a los amantes y fieles seguidores y habitantes del universo de cada artista, esperan que no lo sea, y que la cuarta vez llegue pronto. Porque todos quieren (queremos) que ellos también sean eternos, como sus canciones.
MT/MC