Hablando de cine, como le gusta, Thierry Frémaux, director artístico del festival de cine más importante del mundo, Cannes, cuenta que en avión de camino a Buenos Aires vió dos películas. Millred Pierce y Bringing Up, Baby, dos clásicos norteamericanos, dos gemas casi invencibles. Sonría y asevera: “Fue un placer”. Frémaux vino a presentar la Semana de Cannes en Buenos Aires, en el marco de Ventana Sur y con producción del Incaa. Todavía quedan dos films en el ciclo: hoy Drive My Car y mañana Titane. Frémaux parece calmado, aunque nunca lo esta: pero quiere hablar, quiere una conversación. Cuenta casi al pasar: “Desde la muerte de Bertrand Tavernier (quién fuera el presidente del festival de cine clásico Lúmiere en Lyon), quien era como mi mentor, me siento encargado más que nunca de cuidar al cine clásico. Siempre fue así. Pero más y más siento que quiero trabajar de eso”. ¿Que enamoró tanto del cine a Frémaux? “Me acuerdo mucho de haber visto Pierrot Le Fou, de Jean Luc-Godard, y fue un cambio muy grande. Ahí uno se dice ‘el cine va a ser un evento de mi vida’. Yo estudiaba historia, y a los 20 años me di cuenta que quería hacer la historia social del cine”.
—¿El cine sigue siendo
un arte popular como lo fue en el siglo XX?
—En el cine es como la literatura, como la música, las grandes obras son grandes obras. Ver a Bergman, Fellini, y tantos otros nombres fue mi educación. Yo tenía dos pasiones, que son dos artes populares, de la gente, que no eran de la nobleza. El cine y la canción, la chanson francesa. ¿Por qué la canción? Había una filosofía ahí, que me sirvió para entender la vida. La literatura vino después. Era la música y el cine los que me enseñaban a andar, y era el momento donde el cine era una cultura, donde había cineclubes. Mi padre proyectaba en un cineclub. Entonces el ruido de las películas en los proyectores, los fílmicos por ahí…es por eso que estoy tan ligado a las salas, sin dudas. Si me preguntas mi lista de películas favoritas, hoy te doy 10, mañana te doy otras 10.
—El cine no llega tanto a los adolescentes, al menos como lo vivimos muchas generaciones de manera similar ¿pensas que es el algo así?
—Nada puede cambiar. Pero hay que tomar al futuro por lo que es: una realidad, un mundo que se parece más al de hoy. Las plataformas están aquí. Netflix para un cinéfilo que no tiene posibilidad de ir al cine es extraordinario. Su calidad, su gusto, su inteligencia. Para mi no es difícil decir esto, más allá de las polémicas que se quieren crear, pero lo digo también para decir esto: sí Netflix es el presente, entonces la historia se escribió en una sala de cine. Si esas cosas se unen, y ya lo hacen, así se va a poder escribir el cine del futuro. El cine funciona porque todos entendemos el impacto de una sala de cine. Nadie que ve Netflix no asocia eso con el acto de ir a una sala. Hay que ver que pasa con generaciones que no consideran vital ir a una sala. ¿Qué es una película hoy?
—Era un evento…
—No solamente. La manera de existir del objeto, de comenzar a vivir, era una sala. No quiero hablar de evento, porque para mí es un error. Se dice que “la gente va a volver al futuro por grandes eventos y las películas de autores a las plataformas”. El evento es la sala de cine, no el generado por una campaña de marketing. Un documental de Pino Solanas o una película de Victor Erice deberían generar también un evento. Pero no da ser ciego e ignorar el presente del cine.
—¿Cómo te llevas con las películas que no te gustan, considerando tu rol institucional?
—Durante el proceso de selección hay películas que me enamoran enseguida, y tres días después te olvidas. Y al contrario, las películas te generan un rechazo físico, y tres días después estás pensando en ellas. Es como una comida, uno aprende con el tiempo. Es como leer a Proust: no es lo mismo leerlo a los 17 años que a los 60 años. Entonces, si, hay algo del gusto, del cultivar un gusto, pero también hay algo de las mañas personales y aprender a convivir con ellas, aprender sus fuerzas y falencias. Ahora estoy obsesionado con las primeras cuatro películas de Alain Resnais. Y pienso ¿cómo se puede hacer cine sin conocer esas películas hoy? Por eso me parece importante hablar del cine clásico, y ser encargado de Lúmiere y Cannes es un doble privilegio.
—El cine no suele estar cuidado como legado histórico en muchos países del mundo. Y el patrimonio del cine va muriendo. En tu rol ¿cómo explicas esa importancia?
—No hay ningún escritor o música que no conozca la historia de la literatura o la historia de la música. Leo Ferre, que era un cantante francés, decía “sí a la mañana no te despiertas pensando que sos superior a Mozart, no vas a crear nada”. Es una idea fantástica. Por supuesto que la historia del arte está ahí para conocerla. Claro que podes estar contra Picasso, pero tenes que conocerla. No conozco directores, aunque lo odien, que no vean así el pasado del cine. Ver películas de los hermanos Lumière es una forma de saber que ya en el comienzo del cine inventaron cosas con las que todavía convivimos en las pantallas. El cine es importante para la historia, pero también para la vida de cada uno.
—¿Qué pasa cuando se toma a Cannes como el lugar donde se define el estado del cine y criticarlo de formacerrima?
—Claude Chabrol dijo “hice películas buenas, hice películas medianas y películas malas”. Le pregunté: ¿cuáles son las malas? “No voy a decirlo”. Yo tampoco entonces. Pero los errores no son películas o rechazos de películas. Al existir Sundance, Berlín, Toronto, San Sebastián, nuestra idea, la de Cannes, es una idea más del cine. Si bien hay muchos festivales, hay películas que se escapan, que salen de esa academia del buen gusto. No me gusta que Cannes sea la academia del buen gusto. Apichapong, Gaspar Noé, Paolo Sorrentino: no sabes la lucha que fueron. Hoy todos los creen grandes directores. La noche de Irreversible en Cannes fue un horror. Pero hoy Gaspar es considerado un maestro.
Los cambios de las redes sociales
Se ríe Frémaux: “Tenemos buen gusto”. Habla sobre las reacciones extremas a las películas: “Lamentablemente, hoy a veces no parece haber más que es. Esos gestos son la señal de que la manera de hablar, de pelearse por cine, cambió. A mi me gusta pelearme por cine. Los críticos, como yo, pueden ver todas las películas del año. A mi me encanta hablar de cine y de fútbol. La tradición en Cannes era la vida o la muerte por una película. Pero al cambiar la forma de programar las películas, es decir, al sacar las funciones previas de prensa, el estreno de un film es el estreno mundial. Ahora están todos en la misma línea de partida, en la misma sala. Hoy las redes sociales influyen en la opinión de una película, y yo lamentó eso. Hablar de cine no es un tweet, no es Like o no Like. Es ver, o no, que tal película es una forma del estado del cine en esa puntual primavera francesa en que la mostramos. Hay películas que no me gustan mucho, pero las muestro igual. Son importantes. Hay películas que me gustan mucho pero no me parece obvia la necesidad de mostrarlas. Yo quiero mostrar como es el arte del cine, con sus errores, con sus valientes, con sus clásicos. Ese hoy, ningún otro”. ¿Qué piensa frente a la idea de películas que lo hacen feliz y que antes eran populares y ahora son de autor? “Hoy veo el cine, y estos nombres, estas películas, se consideran de autor, y ahí eran populares. Por ejemplo, Blake Edwards hacía películas de estudio. Y hoy son cines radicales, al menos si los comparas con los blockbusters”.