INTERNACIONAL
Corea del Sur

El soft power, el K-Pop, y el ascenso de Asia

Seúl apuesta a la proyección de poder blando, promoviendo su cultura y valores mediante bandas como BTS. ¿Seguirá China su camino?

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fans de K-Pop en Corea del Sur | AFP-FACEBOOK-TWITTER-CEDOC

Sería imposible entender el predominio cultural, político y económico estadounidense sobre el resto del mundo durante el Siglo XX sin comprender el concepto de soft power. Si bien, por supuesto, el hard power o poder duro que ejerció el país fue inmenso, no le habría alcanzado sin su poder blando. Cuando uno piensa en cultura estadounidense vienen automáticamente a la mente su bandera, pero también el rock and roll, Hollywood, los Cadillacs, las largas carreteras, marcas como Levi’s o Nike, el hip-hop, la aspiración de progreso, el American Dream. Si bien el sueño americano se encuentra hace tiempo más discutido que nunca, durante gran parte del Siglo XX, especialmente desde principios de los 50 hasta finales de los 70, fue una verdad universal. El dominio cultural norteamericano parece ser disputado hoy por corrientes artísticas provenientes de países asiáticos como China o especialmente Corea del Sur.

El soft power o poder blando es un concepto desarrollado por Joseph Nye que prima la habilidad para obtener los resultados deseados por medio de la atracción de otros actores, en lugar de su manipulación o coacción. Reside en la aptitud que se tiene para especificar sus predilecciones –las prioridades que tiene un Estado respecto de su política exterior, por ejemplo- para de esta manera conseguir que los Estados compartan tanto intereses como ambiciones. Se podría decir que el soft power es la capacidad que detenta un actor internacional de influir en otro a partir de su estilo de vida, su escala de valores, su cultura, su capacidad de construir relato, su política exterior, a través de la acción diplomática, en lugar de realizarlo desde su poder militar. Lo que importa es la idea de sociedad como formadora de creencias e intereses que logran establecer normas de comportamiento.

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Las características de la industria cultural asiática son particularmente diferentes. Mientras que podría asegurarse que Estados Unidos inventó su cultura mainstream prácticamente desde cero, creando sus propias marcas, su propia música y su propio cine, una potencia artística como Corea del Sur, no lo hace de la misma manera. El K-Pop, actualmente el género musical más exitoso del planeta, bebe de forma innegable de la cultura norteamericana. Sus bandas, suenan, se visten y bailan prácticamente imitando a los artistas afroamericanos de hip-hop. Su principal objetivo es triunfar en los Estados Unidos, la industria musical más grande del planeta. Allí se encuentra, todavía, el grueso de los consumidores, los sponsors, y la masividad para proyectarse hacía el resto del planeta. La banda más famosa del género, BTS, cuenta actualmente con los mayores records de ventas desde los Beatles.

Aunque se crean a imagen y semejanza de lo que le gusta al público estadounidense, mantienen ingredientes típicos de distintas corrientes artísticas coreanas tradicionales. A diferencia de la música surgida de la invasión británica de mediados de los años sesenta, en algunas canciones de BTS pueden encontrarse algunos elementos propios de la cultura coreana como cantos tomados del Pansori, un género tradicional operístico de Corea, o el janggu, un instrumento de percusión que data del Siglo XI. BTS es el mayor ejemplo de la extensión y potencia del soft power coreano a la hora de competir directamente con los grandes artistas norteamericanos a pesar de las barreras idiomáticas o culturales. Generalmente los títulos de las canciones están en inglés y usan algunas frases o palabras anglosajonas, pero casi todas las letras se cantan en coreano.

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El éxito de la diplomacia cultural de Corea del Sur superó todas las expectativas oficiales. En 2001, el entonces presidente surcoreano Kim Dae-jung se había referido a una “industria sin chimeneas”. Para el gobierno del país era imprescindible potenciar el sector artístico del país para exportar su cultura a otras sociedades tan diferentes como Europa, Estados Unidos o América Latina. En muy poco tiempo lo lograron. En 2019, el actual mandatario Moon Jae-In, resaltó públicamente el éxito del K-Pop alrededor del mundo. Hoy, BTS ostenta el record de encabezar los rankings de las canciones más escuchadas en iTunes en 103 países al mismo tiempo. Aunque la canción Black Swan, suena a una mezcla de r&b con pop eminentemente estadounidense, la letra está cantada en coreano. Los seguidores de BTS se denominan a sí mismos como “army”, es decir, un ejército. Son cientos de millones en todo el mundo y para entrar al club de fans existe incluso una lista de espera.

Surge la pregunta de si un gigante como China, dispuesto a ocupar un nuevo lugar en la escena internacional, tiene las intenciones o la capacidad para lograr un fenómeno similar al de Corea del Sur. Lo más cercano que logró hasta ahora es el éxito de la aplicación Tik-Tok, para grabar videos cortos. La App se convirtió en un verdadero furor durante el confinamiento vivido en la mayoría de los países del mundo. A su vez, fue muy usado por los fanáticos del K-Pop debido a la posibilidad de imitar las complejas coreografías que son marca registrada del género. Fue a través de esa plataforma que los usuarios se organizaron a comienzos de julio para frustrar el lanzamiento de campaña de Donald Trump en Tulsa, Oklahoma.

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Cuando Seo Taiji y su banda grabaron su single debut en 1992, manteniéndose durante 17 semanas como la canción más escuchada del país, nunca imaginaron que su estilo se convertiría en una fábrica de hits. La industria del K-Pop no es muy diferente a la implementada por gente como Berry Gordy con Motown en Detroit a mediados de los sesenta. La fabricación en serie de hits implementando el modelo fordista, la exigencia de los artistas hasta la extenuación, la búsqueda eterna por el hit perfecto. Sin embargo, la carrera por la perfección pop en Corea del Sur está llevada a un extremo tal que genios como Phil Spector o Gordy no hubieran imaginado en sus sueños más alocados. En Corea del Sur cuentan no sólo con el apoyo gubernamental sino con las redes sociales, fundamentales para el crecimiento del género. A su vez, es una verdadera pesadilla para muchos de los artistas. Los niveles de exigencia son tan grandes que no son extraños los suicidios.

El lugar que ocupa hoy el género es tan grande que el sitio web del gobierno coreano indica lugares donde se grabaron videos de BTS para que los turistas los visiten. Se estima que el 10% de los extranjeros que visitan Corea del Sur lo hacen motivados por su interés en la banda. El éxito del soft power cultural coreano es grande debido a que lograron entender lo mismo que los estadounidenses tras la Segunda Guerra Mundial: la diplomacia no debe ignorar el rol que desempeñan los adolescentes consumidores en las sociedades. Estará por verse si las autoridades de la República Popular China se ven en el espejo coreano e intentan llevar adelante acciones similares. Por ahora, se contentan con imitar lo que ha sido exitoso en otros países. Desde las grandes marcas de lujo occidentales hasta el mismo K-Pop, de todo existe una “versión china”. Paradójicamente, sociedades milenarias como las asiáticas parecen sentirse mucho más jóvenes y con más vigor que Europa o los Estados Unidos. Quizás, sea tiempo que Occidente descanse. Hoy le toca al lejano oriente, especialmente a China y a Corea del Sur, ocupar la centralidad.

*Abogado y analista internacional.