OPINIóN
Lengua y norma

El sueño de un lenguaje en común: sobre la destrucción de las capacidades de diálogo y deliberación

Si no podemos dialogar no podemos tener democracia y no habrá paz ni seguridad. Con el ruido y la confusión vendrán los lenguajes privados de la violencia y demencia social.

Raquel Forner - Origen de una nueva dimensión
Origen de una nueva dimensión (1982) | Raquel Forner

“Una conversación comienza con una mentira. Y cada hablante de este supuesto lenguaje en común siente que un témpano se partió, distanciándose como impotente, como enfrentándose a las fuerzas de la naturaleza.” 

Adrianne Rich, Cartografías del silencio (1978).

1. Sin posibilidad de diálogo no hay democracia ni deliberación.

La democracia es imposible si no podemos construir sentido entre todos, si no compartimos la misma realidad, sin la pretensión imperfecta pero funcional, pragmática, de un criterio de verdad colectivo, intersubjetivo y autoreflexivo, que pueda ser criticado, repensado y mejorado entre todos para tomar como referencia de piso moral en el que vivimos como comunidad, si no tenemos un lenguaje común que nos ayude a comunicarnos y reducir las violencias. Con las segmentaciones de realidades no compartidas, con el aumento de la polarización política, las ansiedades colectivas, los odios cruzados y la atomización de lenguajes excluyentes de los círculos sociales lo que se está debilitando son los lazos de comunidad que nos permitió -de forma precaria, temporal y no continua- comunicarnos de formas no violentas.

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El lenguaje es el primer tratado de paz que nos permite evitar volver al siempre presente y amenazante Estado de naturaleza. En la historia la regla son los estados de excepción, la ausencia de contrato social siempre sesgado, y en el pasado fuimos construyendo signos y símbolos para disminuir las batallas, reglas en formas de piedras pintadas o tablas talladas; en definitiva, construimos palabras para edificar la letra de la ley celestial o terrenal, divina o civil, en piedra o papel. El lenguaje es una institución social que permite habitar otras instituciones sociales fundamentales como la educación pública, el derecho, la política, la economía, la ciencia y la misma vida en comunidad. Sin lenguaje en común no podemos coordinar nada y su desintegración en subsistemas que se multiplicarán harán crujir esas instituciones hasta quebrarlas, hasta reformular los paradigmas en los que vivimos. 

Cuando el poder legislativo del lenguaje pierde su eficacia habrá otras fuerzas que entrarán a regular nuestra vida en sociedad, la construcción de otro sentido común, de formas que no podemos pensar bajo la lógica -a veces- previsible de lo precedente. 

El lenguaje puede ser una caja de herramienta pública o una colección de drogas alucinógenas, puede construir un puente para todos o puede darnos una experiencia privada indescriptible, irrepetible y personal. Los límites del lenguaje en común son los límites de esa herramienta sin poder expresar lo que está más allá de sus propios límites, en ese punto nos adentramos en otro mundo sin poder entender sus reglas o siquiera saber si la herramienta conceptual “regla” sirve para pensarlo. Si vamos más allá de los límites del lenguaje quizás entramos en una zona peligrosa donde el ruido y la confusión emerjan. No estarán las reglas del lenguaje compartido, cambiaremos de multiverso, lo desconocido es quizás inimaginable con nuestras herramientas conceptuales, puede ser que vivamos formas antes inconcebibles de silencio enloquecedor, de ruido ensordecedor o de absurda violencia, en definitiva, sin poder expresarnos, escuchar ni pensar. Más allá no funcionarán las palabras para describir. Al cruzar las fronteras del espejo del lenguaje, al caer en un mundo extraño como Alicia, entramos en el agujero negro, donde la herramienta es inútil, ineficaz, todo es misterio, inefable y los juegos del no-lenguaje se vuelven más peligrosos, más violentos, en definitiva, una fuerza de otra naturaleza. 

Nos esperan 20 años de descontento político, estupidez estructural y gobiernos débiles: gritos del malestar social

Wittgenstein decía: “Si un león pudiese hablar, no lo entenderíamos”. Un lenguaje es una forma de vida, lo entendemos al usarlo, al vivir en la acción de su práctica y uso. No es pensando sino ejercitándolo que lo aprendemos. Entendemos lenguajes en el contexto de las comunidades en las que crecimos, nos criamos, nos incluimos y con atención profunda vivimos. Como no somos leones en manada, no entenderíamos su hablar. El lenguaje es lo que nos incluye en la comunidad y al mismo tiempo el aire que respiramos casi sin darnos cuenta al vivir en lo social. Al fragmentar las comunidades con sesgos de confirmación, cámaras de ecos, burbujas de autovalidación, comunidades profesionales y especializaciones, estamos creando diferentes “leones” que no podrán hablar nuestro mismo lenguaje. Dado que el león no entiende qué es ser “el rey de la selva”, no entiende el sentido de su “ferocidad” como nosotros la construimos, dado que no comparte nuestro lenguaje y no entendemos su forma de vida, cuando el león “habla” hace juegos de sentidos que no podemos entender como seres ajenos a su cultura, y finalmente su respuesta a nuestro lenguaje no compartido puede ser devorarnos.

El lenguaje puede ser una instrumento de utilidad social o un arma letal, se puede usar para comunicar o como una espada, como nuevo juego de lenguaje para excluir, para hacer control policial del pensamiento, para humillar, perseguir, invisibilizar, desde un arriba disciplinar o desde el control social horizontal, y así limitar las libertades de expresión, la capacidad de pensar colectivamente. Cuando el lenguaje tiene una pretensión excluyente, arcana y sectaria, es cuando se vuelve una cuchilla filosa en las guerras culturales de la sociedad corporativa. Se usa un lenguaje como forma de propaganda y publicidad comercial. La barbarie de la especialización y segmentación de los lenguajes sociales nos enfrentarán más allá de las buenas intenciones hasta destruir la caja de herramientas de comunicación social y convertirla en un arsenal.

No puedo cambiar las reglas del fútbol constantemente porque eso no es jugar al fútbol. Jugar al fútbol es aceptar ciertas reglas que aprendimos jugando. Si siempre quiero cambiar las reglas no estoy jugando el juego y si logro cambiarlas quizás estoy inventando un nuevo juego. Sin lenguaje en común no podemos pensar inclusivamente, con otras y otros. Pensar con los otros es respetar las reglas y honrarlas para que haya una práctica histórica. Los cambios en el lenguaje suceden en su práctica, no en las convenciones constituyentes de los lenguajes, son acuerdos en movimiento perpetuo, son como las orillas de un río, fluctuantes pero constantes. 

Todo esto no quita reconocer el carácter indócil, dinámico y dúctil del lenguaje. Hablamos el lenguaje y el lenguaje nos habla. Es imposible contener el lenguaje con sus fuerzas metafóricas y alegóricas, sus aporías, su naturaleza de remedio y veneno al mismo tiempo, el carácter cultural de las prácticas y sus juegos del lenguaje, como experimentar, crear, explorar nuevos mundos desde el lenguaje es algo inevitable entre las escuchas/lecturas de las/os otras/os, nuestros entornos y el paso del tiempo. Perseguir las prácticas sociales del habla con los diccionarios de la Real Academia Española es un lugar recurrente a evitar. Por un lado, tan necesario como respetar los intentos de cambiar los sesgos imperialistas, clasistas, sexistas, localistas, es también comprender los limitados resultados que traerá al atacar su hegemonía, forzar su transformación y cambiar su curso en movimiento. Por otro lado, reconocer los nuevos usos, lunfardos y neologismos es entender que el lenguaje es una tecnología social vital, respira y late en la sociedad y acompaña tanto sus tradiciones como sus innovaciones. 

2. La fractura de los lenguajes y de los saberes profundiza la incomunicación social.

La primera fragmentación, en estos tiempos, está en nuestra atención. Sin atención con escucha profunda a nuestra comunidad, a nuestras múltiples comunidades de pertenencia, no podemos pertenecer a ellas. Sin renuncia individual a la dispersión no podemos comprometernos al lenguaje de la comunidad en la acción solidaria hacia ella. Eso explica porqué están dejando de funcionar, entre el retiro del Estado, la inercia y la oxidación, instituciones educativas, políticas y comunitarias. Narcisismo y distracción impulsan la segmentación y le dan una intensidad íntima a la comercialización de esa dominación por dispersión. La fragmentación en la sociedad moderna se da en diferentes múltiples niveles superpuestos y bajo el empuje de fuerzas diversas de depredación algorítmica de los monopolios tecnológicos. Lo fragmentado necesita profundizar su subdivisión y lo único que nos une es la soledad en la que vivimos nuestros mundos hipersegregados.

La creación de seudolenguajes corporativos es una de las señales de la degradación, debilidad estructural y transformación de lo público. Cuando esos seudolenguajes son herméticos, aislantes y oscuros, excluyentes para otros sectores, lo que permite es fracturar saberes y lenguajes para poder actuar sin control, con la posibilidad de depredar recursos y actuar sin responsabilidad.

Mientras lo privado vive una expansión de forma autónoma, lo público se hace más débil y es reformulado por nuevos espacios sin control republicano ni social. Lo privado está construyendo su propio poder constituyente con las herramientas de la publicidad comercial. Para la propaganda política y la publicidad comercial la palabra no importa, el lenguaje es visual y por ende puedo ganar con fuegos artificiales. Los lenguajes musicales y visuales trituran la palabra, la licúan en su uso cínico. Eso vaciará las herramientas conceptuales que construyeron nuestro piso de valores comunes que a veces redujo la violencia, que nos dan la frágil, imperfecta, sesgada, pero socialmente útil “democracia”, “verdad” y/o “derechos”.

Tribus identitarias y la manipulación tecnológica de las emociones

Los lenguajes académicos y especializados con clara tendencia histórica y actual al corporativismo, las castas y las endogamias refuerzan que vivamos en una sociedad de multiniveles neocorporativistas en la cual en cada piso se habla con retóricas y dialectos diferentes. Esa separación oculta intereses corporativos y privados. Perdiendo en ese movimiento su contenido humanista y universalista propio de la misma idea de Universidad. La educación que se subordine a la lógica de mercado o la ideología, la publicidad comercial o la propaganda partidaria, fragmentará la verdad y los saberes para volver a la sociedad medieval de la universidad feudal. La crisis de las herramientas comunicativas y del lenguaje es otro síntoma de una sociedad sin voluntad de construir criterios de verdad y por ende un terreno moral común en donde podamos caminar juntos.

La moneda es el lenguaje de la creación y comunicación de valor. Aquellas corporaciones que están incentivando la fragmentación de la sociedad en burbujas digitales y cavernas autoreferenciales hablan el lenguaje de la acumulación de dinero que a su vez está segregándose en diferentes herramientas no colectivas, formas artificiales de construcción de valor no social (como los granos, el bronce o el oro) ni estatal (como las clásicas monedas, dólares, euros, pesos, etc) si no de nuevas realidades feudales creadas por fuerzas tecnológicas: las criptomonedas y sus entornos. El poder económico que crea la fragmentación también está segmentado los lenguajes de acumulación económica en los que está creciendo la incertidumbre especulativa, las nuevas monedas efímeras, los nuevos formatos de propiedad del arte (NFTs) acompañada con la ilusión de las salida interplanetaria ante los colapsos políticos, sociales y climáticos. Archipiélagos de personas que construyen y huyen a esas realidades virtuales (realismo mágico, teorías conspirativas, drogas, juegos, felicidad de filtros de instagram y otros autoengaños adictivos), barrios privados, islas de escape, bunkers subterráneos y proyectos de estaciones planetarias privadas nos dice que no sólo las herramientas comunicativas están en crisis.

Sin lenguaje no podemos pensar con los otros, ni escucharlos ni entenderlos, en definitiva, no podemos deliberar. Sin diálogo no podemos tener democracia. Sin poder construir las más básicas herramientas que son precondiciones del diálogo no podemos tener construcción colectiva de sentido que termina en relatos históricos, cultura en común o reglas de convivencia pacífica. Polarización y guerras civiles digitales socavan las condiciones culturales que permiten construir precarias codificación de interacciones sociales que profundizan que las comunidades desarrollen lenguajes como continentes separándose de la Pangea abriendo océanos de bullicio. 

Mientras tanto, la democracia, la república, la libertad, la justicia social, los derechos y la misma Constitución como herramienta de defensa y construcción de sentidos están debilitadas, sedadas, anuladas, dormidas por la instrumentación cínica. Falsos teóricos de la democracia hablan de deliberación y diálogo mientras ocultan que trabajan para supremos intereses y corporaciones concentradas. Usan la razón pública con fines privados. Usan la razón pública para construir estatalidad privada, poder corporativo y concentrar más riqueza fuera del derecho público, fuera de la soberanía política y social, destruyendo con su práctica constitucional cínica el -sin duda imperfecto- lenguaje de los derechos y de lo público, practicando un vasallaje intelectual para fortalecer las corporaciones de un nuevo constitucionalismo feudal, posdemocrático y autoritario. Al revitalizar el lenguaje en común deberemos estar atentos en evitar las trampas de los usos cínicos de la razón pública.

3. Los enjambres de crueldad y la expropiación del espacio público por las plataformas de publicidad y datos personales que llamamos redes sociales.

Hay dos fuerzas recurrentes, impotentes y ruidosas, que son protagonistas de nuestros tiempos oscuros: el narcisismo y la crueldad. Con la invitación a conectar con otras personas se profundizó la soledad, con apertura de canales de libertad de expresión se construyó la censura social de la cancelación, la anulación memética de la creatividad y el bloqueo con entretenimiento de la originalidad, la dominación hoy se perpetúa por sobreestimulación sedante y distracción estupidizante. 

Si la locura social, demencia frenética, que llamamos redes sociales, las pensamos como el espacio digital que reemplazó a la plaza pública, al espacio público institucionalizado, a la calle como lugar de construcción política, el escenario principal donde los líderes políticos y sociales, dirigentes del futuro, están dando los debates sociales actuales sobre un horizonte lleno de desafíos superpuestos, no nos debe sorprender que el resultado de estos intercambios sean guerras culturales, desinformación estructural, manipulación emocional, pánico morales, indignaciones sociales selectivas, virtudes impostadas, batallas de acusaciones falsas queriendo llamar la atención dramática, incapacidad de pensar y atención flotante, distracción constante y debilidad mental para concentrarse, teorías conspirativas espiralizando desconfianza y violencia, entre otras prácticas sociales de deterioro cognitivo y de la autolesión colectiva. 

No podemos construir como sociedad democrática con las herramientas de la segmentación publicitaria del big data de las corporaciones feudales. No podemos construir democracia con tecnologías autocráticas de monopolios tecnológicos. Es más, quizás las redes sociales destruyen nuestras precarias comunidades democráticas al reforzar nuestras pasiones tristes y sombras antidemocráticas. El narcisismo fue la trampa, el ego nos traicionó. Una vez más. Tenemos que romper las cámaras de eco para poder salir a reconstruir lo público, las comunidades y el Estado en contra de los modelos de negocios de las plataformas que confiscaron el espacio público y la posibilidad de conectar, de tolerar, de escuchar y de dialogar con el otro.

Si el modelo de negocios fomenta buscar la atención a cualquier costo no nos tiene que sorprender que ciertas minorías intensas nos devuelvan una imagen de la sociedad como una guardería a cielo abierto de adultos infantilizados. ¿Cómo construir con las mayorías silenciosas que ven con temor y pavor el espectáculo de -lo que llamamos- la esfera pública incendiada? ¿Cómo reducir la violencia de las minorías intensas que están abriendo el Estado de naturaleza con resentimiento y bilis negra? En este contexto la acción colectiva será imposible, estará constantemente hostilizada y hackeada por contaminación de ruido y confusión en el ecosistema de la información y comunicación social. Esa toxicidad hace inhabitable la esfera pública y por ende la disfuncionalidad de nuestros lenguajes como herramientas de construcción de acuerdos se profundizará.

Las tecnologías construyeron en nosotros -nosotros las dejamos al aceptar sus propuestas operativas sin reparar en riesgos y daños sociales quizás irreversibles- una nueva forma de representación y reproducción del lenguaje y de la realidad. La sociedad mutó con la propuesta que la tecnología nos hizo: al entrar en sus pantallas no están dejando sin salida, al usarlas de espejos nos atraparon del otro lado del reflejo y al aceptar los sesgos de sus lentes nos cegaron con ilusiones y distorsiones. El carácter espectacular, superficial y reactivo de las plataformas hace que la posibilidad de pensar lentamente y en profundidad sea distante, excepcional y contracultural. Mientras que la ansiedad, las sombras y el narcisismo cínico sean el combustible de nuestros instintos e impulsos sociales no nos debe extrañar que el lenguaje sea instrumentalizado como un arma de manipulación, confusión y destrucción de los contingentes e imperfectos tratados de paz que construimos bajo el sueño de un lenguaje en común.


Lucas Arrimada es Profesor de Derecho Constitucional y Estudios Críticos del Derecho.