El 10 de diciembre se conmemora el Día Internacional de los Derechos Humanos. Hace 73 años se aprobaba la Declaración Universal de los Derechos Humanos, como prenda de consenso internacional respecto a lo imperioso de dejar atrás la experiencia del Holocausto.
Han pasado más de 7 décadas, y los desafíos son aún mayores. Las sociedades se han complejizado y la desigualdad se ha propagado con extrema violencia. Asistimos a un planeta profundamente desequilibrado, en el que un puñado de varones y mujeres acumulan mucho, y las grandes mayorías ven la obscenidad con la ñata pegada al vidrio.
Un sistema global de destrucción compulsiva del ambiente, con imágenes que permiten hablar de ecocidios planificados. Una lógica de alteración de biomas que pone en tensión la subsistencia de la especie. A ello se añaden las dinámicas de conflictos armados que aún asedian a poblaciones enteras.
Como consecuencia de ello irrumpieron las migraciones compulsivas. Personas que tiran la moneda al aire y se echan en un bote al mar, o atraviesan desiertos mientras intentan eludir las razias dirigidas a deportarlxs. Personas con niñxs a sus espaldas, que pretenden dejar la miseria atrás. Que buscan una pizca de buena suerte en el horizonte.
A este marco, se añade un sistema financiero internacional completamente desregulado, y organismos multilaterales de crédito, como el Fondo Monetario Internacional, que pretenden condicionar los procesos de desarrollo locales y regionales, a partir de la imposición de programas ortodoxos cuyo naufragio se puede constatar revisando la historia reciente.
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Por último, cada uno de las afrentas a la dignidad se tornan todavía más profundas si atendemos a dimensiones interseccionales. Sexo/genéricas, de raza, etnia, religión, origen nacional, posición económica, entre otras. Prácticas y discursos patriarcales, diatribas xenófobas, son parte de nuestra cotidianidad. Frente a ello… ¿Qué queda?
En principio, aunque parezca mínimo, no anestesiarnos. No generar anticuerpos. Indignarnos con cada imagen que reproduzca dolor o sufrimiento. Identificarnos con las personas cuyos derechos están siendo vulnerados. Entender que, al decir de Eleanor Roosevelt en 1948, los derechos humanos hacen sentido en el mundo de cada persona, en el barrio, el trabajo, la universidad u oficina. Es en esos lugares en los que cada subjetividad aspira a que se reconozca igual justicia, igual oportunidad, igual dignidad, sin discriminación alguna.
Exigir al Estado y del Estado el pleno reconocimiento y plena vigencia de los derechos humanos. Requerir leyes, programas, presupuestos con perspectiva de derechos. Bregar por un Poder Judicial que comprenda los paradigmas y estándares en materia de promoción y protección de los derechos humanos, que abandone su posición de ámbito contra-mayoritario para comprender que, en cada decisión, en cada sentencia hay cientos de miles de personas que aguardan justicia e igualdad.
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Caminar por la distribución del ingreso. Por la justicia social, la justicia ecológica y la justicia antipatriarcal. Levantar las banderas de la paz, y denunciar los enclaves coloniales que hoy subsisten, en pleno siglo XXI, y que constituyen una afrenta al derecho humano al desarrollo de los pueblos.
De eso se trata. Por eso caminamos. Eso conmemoramos. Porque falta mucho, muchísimo por hacer para, como establece el preámbulo de la Declaración Universal, construir un mundo libre del temor y la miseria.
El uso de argot inclusivo es una decisión del autor.