OPINIóN
Femicidios y aislamiento

Violencia de género, la otra pandemia

La violencia en el seno de una familia o pareja es sumamente complejo y requiere de la asociación de diferentes disciplinas para su abordaje.

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Violencia | Pixabay

Según ha trascendido en los medios, ya son 26 los femicidios desde que comenzó el aislamiento social obligatorio. Algunos de ellos han ocurrido en el encierro que implica la convivencia familiar o en pareja. Otros, en parejas que se encontraban separadas. Algunos llaman a estos hechos “la otra pandemia”.

Se han puesto en marcha protocolos de emergencia desde varios organismos. Hoy se impone como medida urgente proteger y asistir a quienes resultan más vulnerables, separándolos de aquellos que pueden constituírse en agresores

La violencia en el seno de una familia o pareja es un problema sumamente complejo. Tiene tantos aspectos (sociales, culturales, psicológicos, geográficos, económicos, etc.) que requiere de la asociación de diferentes disciplinas para su abordaje, ya que ninguna de ellas por separado puede dar solución a la cuestión.

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Quisiera aportar otras perspectivas a estos penosos hechos, haciendo hincapié en los factores vinculares en juego, a sabiendas de que las mismas no resuelven por sí solas la urgencia y la gravedad de la problemática planteada.

Se trata de asesinatos -o de riesgo de ellos-, pero de naturaleza totalmente diferente a a aquellos que suceden en el marco de otro tipo de delitos, en los que entre víctima y victimario no existe ningún tipo de lazo afectivo. Los que se dan en el seno familiar son homicidios que también son suicidios, porque quien mata a alguien de su familia a la vez mata a una parte de sí mismo. Se obliga a estar “muerto en vida” por la condena no sólo penal sino social que estos actos acarrean. De hecho, varios de los femicidios ocurridos fueron seguidos por los suicidios de los autores.

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Los vínculos familiares -tanto los biológicos como los de alianza- tienen un funcionamiento particular, y como tales requieren de un abordaje específico. Entre los miembros de la familia existen profundas ligazones que pueden oscilar fácilmente del amor al odio. Muchas de esas ligazones son del orden de la adicción. Sí, así como hay adicciones a las drogas o al alcohol -que también pueden estar presentes en estos episodios-, existen adicciones a las personas con las cuales se convive o se convivió. Y deben ser tratadas terapéuticamente como tales. Son relaciones pasionales, en el sentido destructivo que implica la pasión. Este es un punto clave para poder entender la lógica de “los amores que matan” o de los “ex que se odian”.  Y “entender” no quiere decir “justificar”, ni “tomar partido por”, sino encontrar más herramientas para poder intervenir y ayudar.

Algunos de los femicidios ocurrieron en parejas que se encontraban separadas. Es decir que en estos casos seguramente el desencadenante no fue la convivencia obligada. Pero sabemos que la pasión puede seguir haciendo de las suyas aún después de la separación. Podemos hablar hasta de “odios apasionados” -considerando que no hay lazo más fuerte que el que produce el odio. O de “amores destructivos”, cuando se da por sentado que el otro no tiene una existencia autónoma y se lo hace sufrir permanentemente.

 

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En padres separados con desacuerdos previos, la obligación del encierro puede funcionar como una forma de entorpecimiento del  contacto de los hijos con el otro progenitor. Sin duda que la crisis económica imperante también tiene alta incidencia en las vicisitudes  que rodean la manutención.  Sabemos, además, que a menudo las separaciones conyugales conflictivas -sobre todo al principio- traen aparejada la transformación de lo que era familiar en siniestro. Los “ex”, que todavía no son “ex” porque no han logrado separarse emocionalmente, -aún teniendo sus facultades mentales conservadas- pueden sufrir profundas descompensaciones. Se encuentran entonces en una zona sin mapas y sin reglas en las que es común que se manifiesten fuertes discusiones, sensaciones de desubicación, actuaciones violentas o locas. Estas actitudes de enajenación -cuando los miembros de la familia dejan de reconocerse mutuamente- pueden trasladarse también a los hijos, y expresarse a través de la violencia y, en los casos más desafortunados, del asesinato. Es por esto que los primeros tiempos de la separación pueden considerarse como los más riesgosos para la familia. Y más en un momento como éste, en el que los organismos que pueden proporcionar apoyo psicológico o jurídico se encuentran colapsados y funcionando con esquemas de emergencia.

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Parto de la idea de que aquellos integrantes de una pareja -o ex pareja- en la que se producen episodios de violencia, ya se encuentran dentro de un encierro psicológico previo al de la pandemia. Pero por supuesto que el aislamiento social obligatorio puede llegar a agravar las cosas.

Más allá de que observemos una víctima y un victimario, lo que ellos no saben es que ambos están presos de un funcionamiento destructivo que se les impone y que se desata ante determinados desencadenantes.

Un segundo aspecto muy importante a tener en cuenta es que los vínculos pueden enfermarse. A veces no son las personas las que están enfermas de violencia, sino los vínculos entre ellas. Esta idea nos aleja del campo de la patología individual y nos lleva al de los fenómenos que suceden entre las personas. Este enfoque aporta un panorama más completo y nos permite, muchas veces, actuar en el campo de la prevención

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Un recurso frecuente son  los perímetros virtuales –las medidas de prohibición de acercamiento o exclusión del hogar- que marcan un límite alrededor del denunciante, que el presunto agresor no debería traspasar (inclusive suele establecerse la cantidad de metros que tendrá que respetar). Esta medida judicial construye virtualmente la frontera que las partes en conflicto no pueden y sirven para ubicar al personaje temido “del otro lado”.

Son soluciones de emergencia que en algunos casos logran el efecto buscado: la cesación de las hostilizaciones.  Su efectividad dependerá de la mayor o menor disposición de los involucrados a acatar la ley. En otros casos estos recursos no hacen sino confirmar a la persona su propia vulnerabilidad y que el peligro efectivamente se encuentra en el otro. Debemos tener presente, además, que gran cantidad de veces estas medidas son transgredidas por ambas partes -no sólo por el agresor si no también por la víctima- dado que existe entre ellos una importante dependencia afectiva ambivalente (de atracción-rechazo) cuya conflictiva no se resuelve con la sola disposición judicial o policial, sino que requiere de un trabajo terapéutico sobre el vínculo.

 

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La medida más urgente, por supuesto, será disponer todo lo necesario para que se pueda producir una distancia física, pero habrá que trabajar paralelamente en la posibilidad de que ambos involucrados puedan mantener también distancia psicológica: trabajar con ellos por separado, pero no solamente con la víctima sino también con el victimario en un abordaje que les permita entender por qué se repite la violencia y cuáles son los desencadenantes de estas actuaciones. Sobre todo aprender a identificar los desencadenantes, para poder cuidar al otro y a sí mismo.

El sentirse excluído del hogar -y privado de su “objeto” de adicción- puede llegar a duplicar la ira y la sensación de injusticia en el agresor, si no se lo “incluye” en algún tipo de dispositivo terapéutico -grupal o individual- en el cual se lo estimule a pensar en lugar de actuar.

Desde que comenzó la cuarentena he recibido muchas consultas acerca de cómo prevenir situaciones críticas en la convivencia familiar. Es difícil dar consejos o “tips”. De todas maneras creo que estos temas se han instalado en el imaginario social y resulta de mucha utilidad la difusión e intercambio de ideas que ayuden a quienes están inmersos en estas problemáticas, a pensar con mayor claridad.

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En el estado de emergencia en el que nos encontramos -colapsados los sistemas de salud y de justicia-, los recursos tienen que poder crearse inicialmente en casa, es el auge de los remedios “caseros”. Es un momento para trabajar a dos vías: por un lado, aprender a cuidarnos y cuidar a los nuestros del virus que nos acecha desde afuera. Por otro lado, será el momento de cuidarnos y cuidar a los otros de nuestros propios aspectos destructivos. Todos los seres humanos tenemos, en mayor o menor medida, aspectos destructivos que pueden desatarse en situaciones estresantes. Me refiero al egoísmo, a la necesidad de poseer y dominar al otro, de “borrarlo del mapa”, etc. Pero las personas también poseemos aspectos sanos, que pueden ponerse en marcha en  momentos en que la sociedad -y por lo tanto las familias y las parejas- son concebidos como esquemas colaborativos en los que todos debemos resignar algo para obtener algo a cambio, que hoy no es ni más ni menos que la vida.

Es el momento de plantear treguas, de no reavivar conflictos del pasado. Quizás no se trata de pedir perdón ni de perdonar, pero sí de encontrar formas de coexistir armoniosamente en  espacios acotados, durante un tiempo. Es el momento de poner “filtros” a lo que decimos para no herir ni hacer enojar a los otros. Esto no significa someterse, sino encontrar formas de sobrevivir que quizás puedan convertirse en valiosos aprendizajes para la vida futura.

 

* Lic. en Psicología. Psicoanalista. Especialista en niños y adolescentes. Integrante del Depto. de Pareja y Familia de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Autora del libro: “La familia y la ley. Conflictos-transformaciones”.