OPINIóN
Columna de la UB

Vida social y pandemia

¿Cómo defenderse de "la peste"? ¿Con restricción o con libertad de circulación? ¿Cómo afrontar la crisis económica extendida e imprevista? El enemigo desconocido desconcierta y crea diferentes formas de ataque.

Aislamiento
Aislamiento | Pixabay

La pandemia del COVID-19 nos pone frente a una notable cantidad de sensaciones y realidades que hace apenas unos meses no podíamos siquiera imaginar. Seguramente, porque es la primera vez que la humanidad experimenta la exacta dimensión de esta palabra, pues no queda rincón en el mundo donde no exista el riesgo o la cantidad de víctimas no se haya convertido en una verdadera catástrofe.

El COVID-19 apareció en China, y demoró poco tiempo en esparcirse por el mundo. Nuestra vida online nos puso rápidamente en alerta en cuanto a la gravedad del mal, con la suma de casos y víctimas minuto a minuto. Además, surgieron sorpresas en las noticias sobre los países más afectados. Esta vez sonaban los más ricos y desarrollados, los que, sin embargo, fueron sumando errores y mostrando limitaciones en sus estrategias de ataque. Mientras tanto, íbamos consumiendo imágenes y relatos escalofriantes sobre el sufrimiento de víctimas y familiares.

Tanto fervor informativo, notablemente, puso en segundo plano otras consecuencias de la terrible enfermedad; desde las económicas globales y nacionales hasta la dificultad de millones de personas para acceder a los alimentos, a la atención médica y al agua potable, elemento fundamental para la lucha contra el mal. La situación parecía lograr que el mundo no hablara de otra cosa.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Por qué el COVID-19 está causando tanta estigmatización

En un artículo reciente, Ignacio Ramonet define a la pandemia de COVID-19 como un “hecho social total”; un fenómeno que convulsiona “el conjunto de las relaciones sociales, y conmociona a la totalidad de los actores, de las instituciones y de los valores”. Tal afirmación se torna fácilmente en objeto de reflexión. Nombrar a la pandemia como hecho social total lleva consecuentemente a considerarla como una cuestión eminentemente sociológica. Esto es, privilegiar la lectura de un fenómeno de origen biológico-sanitario como una cuestión de carácter social.

La definición y reconocimiento del hecho social ha acompañado a la Sociología desde su origen como ciencia autónoma y ha generado múltiples discusiones acerca de su naturaleza. Pero eso no es asunto que nos resulte útil para comprender la dimensión que Ramonet le adjudica a la pandemia. Lo importante es que le agrega el adjetivo “total”, expresión que nos basta para entender que concibe a esta situación como social por excelencia. Esto es, antes que nada, más allá de cualquier otro análisis.

Una paradoja, o mejor aún una verdadera suma de paradojas: un hecho social que limita y condiciona la sociabilidad y los sistemas de relación entre las personas, que afecta a todos los sectores sociales, a multitud de naciones, a todas las culturas, a ricos y a pobres, a hombres y mujeres, a la circulación de bienes y de gentes, a la regulación de la producción y los negocios, aunque también de las expresiones públicas colectivas...

La ley también está en cuarentena

En semejante situación, el papel del Estado cobró un protagonismo público desusado. No es sino la consecuencia de manejar un momento límite indiscutible. No es posible pensar en un gobierno que pueda no tomar decisiones cuando el pueblo muere por miles bajo las balas de un virus desconocido, e imágenes aterradoras son mostradas de continuo en medios de comunicación a los que todo el mundo tiene acceso en tiempo real.

¿Cómo defenderse de “la peste”? ¿Con restricción o con libertad de circulación? ¿Cómo afrontar la crisis económica extendida e imprevista? El enemigo desconocido desconcierta y crea diferentes formas de ataque. La gran disyuntiva es, en realidad, un dilema que pasa por privilegiar la vida y la salud o la economía, un verdadero problema de cuya entidad no podemos dudar, por lo menos, tal como la economía funciona de modo extendido en la actualidad, gobernada por la producción y los negocios globales. La dimensión moral que contiene este dilema colocó en la mirada pública a los líderes políticos. Ya podemos ver algunos casos pagando el precio de sus errores o de sus palabras desafortunadas. Se suma la incógnita de cómo resolverán el desprestigio que ganaron.

Cualquier especialista hubiera opinado que, en semejante situación de restricción de libertades, distanciamiento y temor social, resultaría casi imposible pensar en manifestaciones públicas que supongan expresiones callejeras y movilización de multitudes. Pero la situación de desastre nos tenía deparadas otras sorpresas. Para citar uno de los ejemplos más importantes, recordamos que el 25 de mayo George Floyd, un ciudadano afroamericano moría asfixiado en el Estado de Minnesota a manos de un policía que lo sometía por un aparente delito menor.

Libertad, economía y miedos en tiempos de coronavirus

La reacción trascendió a Minneapolis y se expandió por las más importantes ciudades de los Estados Unidos y muchas del mundo. Las consignas de las movilizaciones conmovían desde carteles que rezaban “black lives matter” y la cruel expresión final de Floyd: “I can’t breathe”.

La decisión de tomar este ejemplo se relaciona con lo que pueden considerarse conductas esperadas en instancias de miedo extendido. En el peor momento de los contagios y muertes, especialmente en la ciudad de Nueva York, pesó más en la conducta colectiva el aprendizaje social previo referido al racismo, de triste historia en los Estados Unidos hasta hace no muchas décadas. El movimiento por los derechos civiles había necesitado llegar hasta la década de los sesenta del siglo XX, para obtener la igualdad racial, y entregar hasta la vida de Martin Luther King. Por cierto, la sensibilidad de la hoy llamada comunidad afroamericana quedó asentada y fue ganando rápidamente el apoyo de la mayor parte de la sociedad en todo el mundo.

Esto no significó, sin embargo, que todos los problemas estuvieran resueltos, puesto que resentimientos grabados en la historia colectiva provocan rápidas reacciones automáticas de defensa. La cercanía entre personas y las muchedumbres son peligrosas en tiempos de pandemia, pero más riesgoso es perder los derechos adquiridos con tanto dolor.

Siniestros de tránsito y pérdida de vidas, la necesidad del compromiso individual

No fue el único caso, aunque sí el más resonante. Otros movimientos desafiaron las decisiones tomadas para la prevención. Destaca el ejemplo de Hong Kong, resuelto a dar batalla por la defensa de sus libertades y de su estilo de vida, frente a la avanzada de Beijing, tratando de imponer la posibilidad de la extradición a China. También manifestaciones relacionadas con las problemáticas del personal sanitario sin material adecuado y suficiente, para lo que París puede mencionarse como referencia. La lista en América Latina es amplia: Chile, Ecuador, México, Perú... Y Brasil, uno de los países más afectados del mundo, donde conviven movilizaciones en pro y en contra del presidente Bolsonaro, sin tomar en cuenta la dimensión del peligro sanitario.

Volviendo a Ramonet, no queda sino coincidir con su descripción. A pesar de que el mismo término “aislamiento” parece atentar contra la naturaleza social del hombre, no queda recodo de la vida social que no sea afectado, comenzando por la propia convivencia. En nuestro país, tenemos organizaciones de la sociedad civil que se cargan al hombro parte de los problemas o comparten la tarea con el Estado. Basados en una mirada realista, sabemos que los tiempos por venir serán duros y que serán muchos más los que no puedan solos.

Los gobiernos, los diferentes grados de desarrollo, los recursos naturales disponibles, las costumbres y los sistemas de organización política y comunitaria determinarán alternativas para salir del pantano, cuando culmine esta pesadilla. El mundo estará peor que antes de la pandemia y las sociedades tendrán la oportunidad de mostrar cuánto son capaces de hacer para construir y reconstruir con justicia en el menor tiempo posible. El desafío es enorme, pero será inevitable.

 

* Doctora en Sociología y profesora de la Universidad de Belgrano.