OPINIóN
Elecciones 2019

Oficialismo y oposición apuestan al voto del cheque en blanco

No hay un solo factor que determine la conducta del votante y explique su comportamiento, sino que son diferentes cuestiones las que deciden. 

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Gente votando en 2017. | Gentileza_Reuters.

El próximo domingo 11 de agosto estaremos finalmente ante la primera decisión electoral importante de este año: las elecciones PASO. Estas elecciones primarias no definirán las candidaturas presidenciales, ya que los frentes resolvieron no presentar competidores internos. Solamente definirán si alguna fuerza queda relegada de los comicios generales por no alcanzar el mínimo del 1,5 por ciento de los sufragios.

El día de las elecciones tiene la particularidad de ser uno de los pocos momentos en que los políticos se corren del centro de la escena y los ciudadanos toman el rol protagónico que deberían tener siempre en una democracia. Se terminó el tiempo de persuadir al elector y convencerlo de que para proteger sus intereses, valores, propiedades, inclusive para asegurar su futuro, se debe votar por una determinada alternativa política.

Es decir, los ciudadanos deben votar por las propuestas, principalmente de carácter económico, que impulsan los candidatos y partidos contendientes de acuerdo a la utilidad y beneficio que puedan obtener los electores. En suma, se sostiene que el voto es un acto racional, que los electores votan de acuerdo a las propuestas y plataformas programáticas que impulsan los candidatos con sus partidos y que, finalmente, gana la elección quien ofreció al votante el mejor programa de gobierno. 

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Lo público queda reducido a lo privado. Adentro del cuarto oscuro, a cada quien le toca estar a solas con sus convicciones íntimas y con el peso de su decisión.

Es el momento de juzgar lo que vimos durante esta deslucida campaña y elegir en quiénes vamos a depositar nuestra confianza. Entrar al cuarto oscuro se parece un poco a entrar a un confesionario. Excepto que los políticos son quienes están en el lugar de penitentes. Tratan, en consecuencia, de mostrarnos su mejor cara: simpáticos, éticos, arrepentidos de los errores pasados. Recordemos que es un requisito que ese arrepentimiento sea sincero.

Como en el confesionario, el diálogo se reduce al uno a uno entre confesor y penitente, político y votante. Y también se juegan cuestiones de fe. Estamos llegando al final de una campaña en la que faltaron propuestas concretas y sobraron pedidos de confianza. Cada candidato se presenta como el único capaz de resolver la presente situación del país, pero ninguno dice exactamente cómo lo hará.

Esta semana, el Presidente aseguró, por Twitter, que “no se necesitan argumentos” para que la gente se incline por un espacio político, porque con la credibilidad es suficiente. En la misma línea, Elisa Carrió reiteró su confianza en un triunfo del oficialismo, pero aclaró que, en caso de ganar, habrá que cambiar muchas cosas. ¿Qué es lo que se vota entonces? ¿Algo que todavía no existe? ¿Un proyecto posible?

La mecánica electoral del cheque en blanco ya está muy afianzada, y no solo del lado del oficialismo. Alberto Fernández no se queda atrás, y apela a su experiencia en el gobierno de Néstor Kirchner como credencial. Mucha mística y poca concreción, aunque tampoco faltan las promesas grandilocuentes: medicamentos gratis, dejar de pagar las Leliq para aumentar un 20% los salarios y las jubilaciones, reinstaurar el Ministerio de Ciencia, y quitar impuestos al sector productivo.

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¿Es factible todo esto? Algunas voces, incluso cercanas al ex Jefe de Gabinete, aseguran que no. Pero, una vez más, las elecciones son una cuestión de fe. Tampoco el oficialismo escatima las promesas, aunque su prontuario, bastante pobre, los obliga a ser más moderados. Un análisis reciente indica que, de las principales 20 promesas en la campaña de 2015, Mauricio Macri cumplió apenas dos, y ambas en su primer año de gobierno (según un informe de chequeado.com) ¿Cómo piensa cubrir las otras 18, y las que se suman en esta nueva campaña? De nuevo: es cuestión de fe.

No hace falta que vayamos a los extremos del abanico político para encontrar propuestas delirantes. Es cierto que de un lado tenemos a Nicolás del Caño exigiendo la abolición de la propiedad privada, y del otro a José Luis Espert que aspira a minimizar el Estado y demoler el Banco Central. Pero entre los partidos principales, es decir aquellos con chances de ganar, se hacen promesas igual de exageradas. Quizás es que a esas estamos más habituados.

Sintetizando, no hay un solo factor que determina e incide en la conducta del votante y explica su comportamiento, sino que son diferentes los factores que la determinan. 

Cada elector, cada campaña y cada proceso electoral es diferente no hay una regla fija ni una única explicación sobre el nada sencillo comportamiento del votante., Las motivaciones de los electores respondieron a múltiples razones que determinaron estímulos emocionales que serán reflejados con el voto del próximo domingo.

CP