A casi dos décadas de lanzada la psicología positiva, es hoy innegable el aporte más que interesante que ofrece a la vida cotidiana. No trata de negar los problemas, el dolor y el sufrimiento por el que todos atravesaremos en algunos momentos de nuestras existencias. Ofrece procedimientos e investigaciones que podemos integrar en nuestra cotidianeidad para vivir con mayor bienestar lo que nos toque o elijamos experimentar.
Se podrían escribir muchísimas líneas sobre las bonanzas de la psicología positiva, pero quiero destacar un par de ideas: la gente que se siente feliz es activa, y para incrementar la felicidad o la satisfacción con la vida se necesita esfuerzo y dedicación.
Podemos aprender a generarnos mayor bienestar, y no sólo eso: podemos contribuir como adultos a vivir en comunidades más saludables y amorosas.Un camino obligado para construir mejores comunidades es invertir en los chicos. ¿Podemos ayudar a nuestros chicos a vivir mejor? La respuesta es sí. ¿Cómo? Promoviendo el diseño de contextos favorecedores de afectividad positiva.
Los adultos podemos favorecer en los niños una actitud activa hacia la búsqueda del bienestar presente y futuro. Somos responsables de investigar cómo se aprenden, mantienen y desarrollan las fortalezas, habilidades y estilos de vida positiva y, en lo que a la infancia respecta, tenemos una oportunidad única para hacerlo, por el sólo hecho de funcionar como guías de nuestros chicos.
La idea es guiar los procesos de atención de los niños para que focalicen selectivamente los aspectos positivos y, por ende, evoquen con su memoria situaciones con carga afectiva positiva. También podemos ayudarlos a desarrollar procedimientos cognitivos positivos, en donde se pongan en juego creencias metacognitivas, autoevaluaciones y automonitoreos positivos y autodiálogos efectivos que prioricen y enseñen estilos explicativos optimistas.
¿Qué pueden hacer los adultos para facilitar la positividad? Aumentar las experiencias de afecto positivo, crear una “cultura de resolución de problemas”, interrumpir los circuitos de sobreprotección, enseñar el autocuidado físico, nutricional, de relajación y elección de pensamientos, enseñar a los chicos a comprometerse con sus metas, ayudarlos a buscar sus fortalezas para que puedan utilizarlas en experiencias de flow, guiarlos para que su atención sea selectiva a situaciones de afrontamiento activo que realicen, utilizar como adultos la crítica constructiva, enseñarles a saborear sin necesidad de entender -cosa que los chicos hacen muy fácilmente-, enseñar habilidades sociales, de empatía y amabilidad, y ayudarlos a mantener y desarrollar energía alta.
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Si nuestra intención es que los niños cosechen determinadas actitudes que los lleven a vivir con mayor bienestar y libertad, debemos elegir cuidadosamente qué utilizar en la siembra. No es fácil. Es una tarea que requiere de dedicación sostenida, ocupación y conciencia. La espontaneidad no siempre es buena consejera. Como comprobamos a diario, es complicado estar siempre presentes en lo que hacemos.
Numerosas investigaciones describen los beneficios de experimentar emociones y relaciones positivas, de vivir con sentido del propósito, de comprometernos en lo que hacemos y de lograr lo que nos proponemos. Nuestros chicos merecen ese esfuerzo.
* Profesora de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Belgrano y coorganizadora del Congreso Internacional de Psicología Positiva Aplicada, que realiza la UB el jueves 12 y viernes 13 de septiembre.
