OPINIóN
Pensando

Qué diría Nietzsche sobre la libertad y el populismo

Una relectura de la obra del filósofo alemán regresa a los “falsos ídolos” de la cultura, el espejismo de la moral y la falacia del populismo y la libertad.

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A cierta altura de su vida Friedrich Nietzsche comprendió que tenía que asumir una tarea fundamental: la de criarse a sí mismo. Decidió dejar de lado las influencias recibidas hasta el momento y empezar a ser él mismo, a despejar su propio pensamiento del pensamiento de los otros. 

Esta circunstancia aconteció con la aparición del primer volumen de Humano demasiado humano, en 1878. Y esos “otros” con los que no quiso confundirse eran Richard Wagner y Arthur Schopenhauer. Ahora bien ¿cuál fue la gran revelación que se le presentó a Nietzsche a partir de esta etapa? La figura del individuo convertido en excepción. Nietzsche pergeñó esta idea cuando empezó a guiarse por su propio instinto. 

Y sacó una inquietante conclusión: la diferencia insalvable entre individuos excepcionales y espíritus gregarios, diferencia que provoca la división entre una cultura superior (alta cultura) y una cultura inferior (baja cultura).

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La postulación del individuo como excepción representa una revuelta contra los conceptos centrales de la cultura occidental. En verdad no es un ataque contra tales conceptos sino contra su perspectiva. En primer lugar, apuesta a pensar el mundo desde un punto de vista científico lo que supone un cuestionamiento radical de la metafísica y de la religión. En este derrotero Nietzsche desecha el idealismo para simpatizar con el materialismo atomista, con el pensamiento de Demócrito. 

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Nietzsche inaugura el proceso de liberación del hombre de la vida gregaria. La vida gregaria divide al hombre en dos: seguir los propios impulsos e instintos o poner la confianza en “otras” cosas “más allá” de nosotros. 

Pero si se siguen los propios impulsos e instintos no se pueden seguir de cualquier modo. Ante todo, hay que poner fin a las “mentiras”, a los “errores”, a los falsos “ídolos” que han venido circulando en nuestra cultura. Por empezar disolver la metafísica que ha dividido la realidad entre “apariencia” y “cosa en sí”. En segundo lugar, disolver la religión que ha dividido el mundo en “sensible” y “suprasensible”, colocando en el mundo suprasensible a “Dios”. 

Y en tercer término disolver la moral, la que sirve únicamente para poner al hombre en estado de “rebaño”. ¿Para qué sirve la reducción a rebaño? Para mantener la cohesión social. El hombre cree que puede tomar las riendas de su vida, pero algo que viene desde los confines del tiempo y que existe desde mucho antes de su propio nacimiento dispone desde muy antaño lo que se debe hacer. 

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Se vive pues un engaño, un espejismo, que cada uno es dueño de su propia existencia, pero sólo se vive lo que ya ha sido establecido en la comunidad a la que se pertenece. Algún día las nociones de la moral perderán todo valor y serán asimiladas a “supersticiones” al igual que las nociones de la metafísica y de la religión. 

¿Pero esto significa que todo estará permitido? De ningún modo. Se seguirán considerando las acciones humanas como “buenas” y “malas”, pero ahora desde otro punto de vista, desde el punto de vista fisiológico. Habrá acciones que convendrá promover y acciones que convendrá desalentar, más aún, las primeras podrán ser estimadas como permitidas, así como las segundas prohibidas, pero no se diferenciarán por un juicio moral. La diferencia provendrá de lo más profundo de la animalidad. 

El hombre es mucho más fuerte, mucho más poderoso, mucho más creador si se inclina por el desarrollo de su naturaleza instintiva, impulsiva, fisiológica, animal. Las reglas y las normas que lo regirán -porque el hombre se seguirá rigiendo por reglas y normas- se fundarán en la biología, o en términos más clásicos, en la naturaleza. 

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Entonces las normas no se asentarán en un “deber ser”, producto histórico de la filosofía empirista y posteriormente del racionalismo trascendental, sino en un “poder ser”, proveniente de la desdivinación del mundo y de la naturalización del hombre. 

De una nueva perspectiva surge una nueva interpretación. El hombre es una organización biológico-fisiológica, constituido por impulsos e instintos. Dicha organización es múltiple pero no horizontal, sino vertical, jerárquica. Hay impulsos e instintos elevados y hay impulsos e instintos innobles. Se trata de ordenar el cuerpo, es decir, la multiplicidad fisiológica de impulsos e instintos, según una valoración orgánica, de utilidad a los intereses vitales. Y tales intereses pueden dirigirse al placer o al displacer, a la nobleza o a la vileza, a la luz o a la oscuridad, a lo superior o a lo inferior. Siempre en jerarquía nunca en igualdad. 

Si el mal no es un juicio moral, sino un interés entre otros para la vida, no importa ya distinguir lo bueno de lo malo en sentido “moral”. Las acciones “malvadas” no responden más que a un impulso de conservación. 

Si pensamos que tiene razón el materialismo no es porque sea más verdadero sino porque es más seguro, ya que toda especie viviente se guía por un impulso de seguridad mediante el cual se protege del miedo a lo desconocido. Si propiciamos la solidaridad y la empatía no es por amor a la humanidad, sino porque nos guía el impulso de buscar alimento o el impulso de eludir a los enemigos. 

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Algún día conoceremos la clasificación completa de los impulsos establecida por Nietzsche como el gran programa de autocrianza del hombre excepcional. Pero esto no es todo. Hay que desbaratar todavía varios mitos, como el mito de la libertad o el mito del Estado

Creemos aún que poseemos una voluntad libre, que disponemos a partir de nosotros la producción del bien sin interferencias naturales externas. Pero no tenemos que olvidar que, por obra de una evidencia científica, somos un eslabón de la cadena evolutiva de los seres orgánicos, evolución que ha determinado nuestra constitución biológica y que en este orden aquello que llamamos “libertad” bien puede ser un atributo orgánico derivado de un proceso bioquímico regular y progresivo por el cual aislamos sensaciones separando las placenteras de las no placenteras. 

Cuando nos inclinamos por las sensaciones placenteras creemos que “elegimos libremente” lo bueno. Pero esa inclinación no es más que un fenómeno dependiente del azar y la necesidad. 

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Con el Estado pasa algo parecido. El Estado somete a los individuos y los inserta en una cadena para que obren como un único individuo colectivo a fin de garantizar el placer y evitar el dolor. El valor del Estado está en su unidad y en su duración. Un Estado que obtiene la máxima duración; que no está afectado por los vaivenes de cambio de régimen o alternancias políticas secundarias está mejor preparado para una inoculación ennoblecedora. 

Los nobles del futuro serán los individuos excepcionales, protagonistas principales de la alta cultura, artífices privilegiados de la cultura superior que diseñarán las nuevas experiencias y vivencias de la humanidad. Los nobles del porvenir librarán su lucha tanto contra la rapacidad de la casta propietaria como contra la codicia de la casta desposeída. Así piensa Nietzsche la política. 

La política de la próxima cultura superior consistirá –como vaticina Nietzsche- en la asunción por parte del individuo excepcional del gobierno de la tierra a gran escala. 

Vivimos la preeminencia de la tiranía del gregarismo, mal llamado populismo. Llegará el momento en que se no hará insostenible vivir en un mundo plagado de “errores” metafísicos, religiosos, morales, jurídicos y políticos, Y el nihilismo se nos volverá abrumador. Sólo contaremos con nuestra propia perspicacia, con nuestro propio instinto, para darnos cuenta si ya despunta la hora del individuo excepcional. 

*Autor de “Nietzsche y el poder del instinto. La era del individuo excepcional y el fin del espíritu gregario”.