OPINIóN
OPINION

(Re)aprendamos de las mujeres

El nono Mundial de Fútbol Femenino, que el próximo domingo 20 de agosto disputará su final en el Sydney Football Stadium, de Australia, deja un legado que renueva la esperanza de volver a ver un fútbol bien jugado, leal y reglamentario. Aquí, el autor, describe porque los partidos entre ellas son más atractivos que los del fútbol masculino y porque las chicas actuales juegan mejor que los chicos.

Linda Caicedo, estrella de la selección colombiana.
Linda Caicedo, estrella de la selección colombiana. | AFP

PARTE I

El más sapiente analista y didáctico expositor del rezago futbolístico que el show-business televisivo altera sistemáticamente e infla con su poderoso marketing (para su propio interés y el de las casas de apuestas deportivas que hoy gobiernan y manipulan el deporte en desmedro del espíritu olímpcio), don Jorge Valdano –a él me refiero- no por casualidad dedicó esta lápida al que fuera ‘pasión de multitudes’: “Últimamente veo diez minutos de un partido y ya me imagino los otros ochenta; termino haciendo un sudoku”... Somos dos en esa trinchera de irresignables, estimado vecino de terruño santafesino; yo también me aburro con el fútbol masculino, ‘el de siempre’, ese que tanto amé. No por acaso, el año pasado escribí una serie de más de veinte columnas tituladas “La muerte del fútbol”, enunciando cómo ‘los de afuera’ contaminaron a ‘los de adentro’ y entre unos y otros despedazan torneo a torneo, regla a regla y miembro a miembro ese cuerpo agónico de lo que próximamente será un cadáver tan frío como los aparecidos en el londinense barrio de Whitechapel en tiempos del mítico Jack, ‘El Destripador’...

Sin embargo y pese a todo, hay una esperanza. Si no es falsa ilusión, parece verse una luz en el final del túnel. El fútbol femenino. Sí, ya sé, usted ‘está en otra’, lo sigue despreciando, no está interesado, mi entusiasmo es un indeseable spam que llega a sus oídos machistas. No concuerdo con esa postura pero sé que no está solo, como usted hay muchos otros delfines (usan solo la mitad del cerebro para dormir); si juegan las chicas usted no puede vociferarle el famoso “huevo, huevo, huevo...” a los jugadores; ¿qué va a aullar: “ovario, ovario, ovario...”? Siendo así, lo entiendo porque a usted no le gusta el fútbol, a usted le gusta ganar (“A mí no me gusta el ballet, me gustan las bailarinas”, decía ‘El Tweety’ González cuando lo cargaban por ir al Colón cuando sus amigos iban a jugar un ‘picado’ nocturno a La Quema o la Isla Maciel)...

Como típico fruto del deshojado y perdedor árbol de la vida que le tocó en suerte para ampararlo en la sombra de la dicha, usted está quemado, es insensible a la elegancia, lo bello no le cabe, las desgracias lo devoraron, así es inquina pura, una furia bruta y ‘ganar en el fútbol’ es todo lo que le queda. Aunque no gane usted, porque usted no juega ni cobra, no es transferido ni decide quien va al banco de suplentes o cuál goleador hay que comprar el siguiente año. Pero si gana ‘su’ club, que tampoco es suyo, usted cree que ganó y saldó las cuentas de la angustia –por lo menos– de esa última semana, aciaga como todas, que hasta lo hizo pensar en desaparecer, aunque una vez más –y van... – decidió que es mejor dar un amenazante grito de muerte en una tribuna futbolera que ser el justiciero autor de su propio final: “Por los nenes, ¿viste?”... No sé si fue una buena decisión, pero ese es otro tema.

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mundial femenino

Sí entiendo, de verdad, a los jóvenes que se resisten a ver fútbol femenino, creyendo que eso no es fútbol, porque ellos no vivieron la experiencia del verdadero juego. Nunca vieron cómo se jugaba cuando era ‘puro fútbol’ al decir del colega Beto Devoto... No tienen idea de la existencia de Alberto Ohaco, el ‘Cuila’ Sastre o el ‘Charro’ Moreno, ni siquiera saben de ‘locos’ como Corbatta o Housemann, jamás imaginaron que alguien pueda marcar al wing rival como lo hacía Jorge Carrascosa, quitando siempre la pelota sin hacer un único foul. A Maradona lo vieron en videos, creen que es mentira que Carlos María García Cambón debutó en Boca metiéndole cuatro goles a River y que lo del chaqueño Maglioni, sus tres goles en un minuto, conforman una leyenda más entre tantas que escapan a la realidad. Se lo perdieron.

Los pibes de hoy crecieron viendo un juego que no es fútbol y tampoco es catch porque no son las reglas de uno y tampoco las del otro deporte. Martín Karadagián podría confirmarlo si aún respirara. Suponen que al fútbol se juega como hoy juegan nuestros equipos de Primera ‘A’ hasta la ‘D’(división que tristemente desaparecerá a fin de año porque no le genera dinero a los zares del show business). A esos jóvenes los entiendo y les perdono la ignorancia de la ‘no vivencia’. A nadie puede gustarle aquello que desconoce ni puede extrañar lo que jamás vivió. Pero no entiendo a los ya maduros que niegan el fútbol femenino porque continúan vistiendo el ignorante traje del machismo (“Hay gente que rechaza una música porque no sabe silbarla”, nos enseñó el gran Ernesto Sábato).

Entonces, si usted es un descalcificado adulto de esos recién descriptos (el calcio es el mineral más importante para el buen funcionamiento del cerebro) no le cuento lo que aquí quiero contar, no le explico las razones de mi último hálito de esperanza futbolera, casi un estertor final a la espera de la retrasada ambulancia salvadora. No le digo nada, apenas le pido que no lea las partes siguientes, no son para usted porque usted se asemeja a esos conocidos míos que, al hablarles de este Mundial, solo tienen para decirme un chiste: “¿Sabés por qué el fútbol femenino demoró tanto en surgir?... Porque fue difícil convencer a once mujeres a vestir la misma ropa”. Y se matan de risa. Como ellos, siga tomándolo en broma y siga ‘ganando mientras pierde’; vaya a la cancha el domingo y puteé a todos sin mirar el juego mal jugado y disfrute el resultado como si fuese un mérito propio o una envidiable virtud suya. Que Dios le conserve su omisa sensibilidad, su falta de sentido crítico y su raciocinio vikingo hasta la sepultura. Con usted cierro por aquí, le contaré solo a los que todavía tejen el croché de la ética-estética con la lana del arte deportivo. Los que quieren abrigarse rescatando una mejor idea del fútbol/deporte, entre otras, aunque no quedan muchas ‘otras’ porque se las tragó la grieta que cavamos entre todos (no fue sísmica, fue nuestra opera prima)...

 

PARTE II

El fútbol femenino es hoy, al menos el de elite, el exponente que mejor sostiene el concepto original de aquello que se asentó en ‘el manuscrito de Oxford’, el que en 1863 esbozó las primeras reglas del football association, después perfeccionadas por los Jules Rimet de turno, hasta que en el último medio siglo los vivos de siempre, a favor de los vientos de audiencia de solteros mal entretenidos y matrimonios frustrados, entendieron que “allí hay un negocio”... Pero, promovido por ellos (porque no existe el crimen perfecto), se está jugando exitosamente el noveno Mundial de Fútbol Femenino. Parece salido de un cuento de hadas. Se disputa por estos días –para nosotros en trasnoche- en Australia y Nueva Zelandia. Y, garanto, organizado con la excelencia clásica de estos dos inimitables países de Oceanía, vale la pena madrugar ‘para ver lo que ya no se ve en el fútbol masculino’.

Independientemente de que en las tribunas de este Mundial no existen los indeseables que provocan con canciones del tipo “decime que se siente” y, por suerte, faltan los desbordes de fanáticos alcoholizados y tampoco hay barrabravas encontrándose en las esquinas para robarse las banderas y mancharlas con sangre, lo que ya es bastante decir, pero más allá de eso, insisto, y no es poca cosa, lo que quiero contar con alguna exultación es del mismísimo juego. Sí, porque lo más agradable ocurre dentro del campo propiamente dicho, en su mayoría de césped artificial, allí donde las chicas juegan el fútbol que nos gusta a todos, de lujos y paredes ‘hacia adelante’. Cada partido es una cura de nostalgia. Tanto lo es que, mucho antes del alba, espero el ring del despertador con una espontánea sonrisa...

Argentina, en el Mundial de Fútbol Femenino.

Vayamos al juego propiamente dicho y respondamos al mismo tiempo dos preguntas: ¿por qué son tan atractivos estos partidos y por qué las mujeres juegan mejor que los hombres? Respuestas a seguir: Un primer factor es porque el fútbol femenino juega más tiempo neto. ¡Diez minutos más! En el masculino, por ejemplo el que se practica profesionalmente en Argentina, el promedio no llega a los 52 minutos, siendo que –vergonzosamente- más del 30% de los cotejos no completa cincuenta minutos netos. Eso acontece por varios factores; principalmente porque entre mujeres hay menos infracciones, se pega menos, se va más a la pelota, no se busca la pierna rival al estilo Marcos Roja (hoy en Boca) y el contacto físico es solo el reglamentario y mínimo indispensable (opuesto a lo que provoca Nicolás Otamendi, zaguero campeón del mundo con Argentina).

Entre ellas no se percibe ‘mala leche’, el rival es ‘eso’, un rival y no un enemigo. Paradójicamente hay más caballerosidad entre las damas que entre los caballeros; la disputa del balón no es causa de vida o muerte y por eso no vale todo para conseguirla, tácitamente solo se aceptan las herramientas reglamentarias. La intencionalidad está puesta en el juego, y cuando digo juego es a que la pelota circule de la mejor manera posible, sin interrupciones, con poco retroceso, casi siempre en ataque, generalmente sin especulación alguna y de modo dinámico pero no agresivo. En suma, creo que esto es así porque, por obvias razones, nadie quiere demostrar que ‘la tiene más larga’.

Otro factor es el ritmo. Alucinante. De ida y vuelta permanente. No importa si se está perdiendo 3 a 0 o se está ganando 4 a 0. Se juega. Y siempre se juega mirando el arco adversario. Ese ritmo, por lo enumerado antes, no se interrumpe con exceso de faltas y tan importante como ello, no se discute cada sanción, no se amontonan en torno al lugar del foul en cada pitazo, rara vez demoran en armar la barrera, no acosan a los árbitros, no buscan revancha, no se quieren encontrar en la esquina para sacarse la bronca aunque nunca se encuentran porque son machos de palabra pero no de ‘bifes’. Las chicas futbolistas parecen tener resueltos esos problemas y si los tienen los procrastinan para soltarlos en el diván del psicólogo. Y aunque muchas de ellas todavía son amateurs y la mayoría de las que tienen contrato, con suerte, ganan lo que un gerente de shopping, son mucho más profesionales que los varones.

Créame, los corners volvieron a ser tiros de esquina y no un tapiz de lucha libre tendido en el área chica, algo que los árbitros masculinos permiten, amenazan sancionar y jamás lo hacen, sabiendo que los jugadores, pese a sus limitaciones intelectuales descubrieron que es una supuesta intimidación, un falso amague, nada que pase de lo verbal. Y todo sigue igual o empeora. Ellas, cuando habría más motivos para abrazarse ¿no?, no lo hacen, esperan la pelota del corner para saltar a cabecear, no para impedir que el otro salte: practican el verdadero espíritu deportivo del que tanto habló el barón Pierre de Coubertin... En los saques laterales, si hay una demora es por impotencia de la ejecutora que no encuentra a quién dársela, pero no ‘para ganar tiempo’, ese mismo tiempo que después ‘puede faltar’ si se da vuelta el resultado (lo que le pasó a Argentinos Juniors en el Maracaná, ante Fluminense, esta semana, por la Libertadores: se envenenó con su propia pócima). Y después no lloriquean como los ‘orejas’ del colegio que iban a contarle ‘a la señorita’ que fulano hizo esto o aquello. “Se la aguantan virilmente”. Los tipos, ya sabemos, lo vemos, no, ellos gritan, histéricos reclaman, llora mingan, ‘hacen puchero, acusan’... El famoso mundo del revés.

Histórico: el fútbol femenino logra el mismo pago que el masculino

Asimismo, debe considerarse en favor de las ninfas que desde el primer minuto hasta el último, la entrega es total, aun cuando las mediciones dan kilometrajes recorridos similares entre ellos y ellas. Pero el resultado del momento no condiciona a las chicas. Nadie pausa el juego porque está ganando ni deja de atacar porque está goleando. En ese último caso, los hombres accionan el supuesto principio auto-protector que falsamente funciona entre profesionales, de “yo te perdono hoy, vos me perdonás mañana, los profesionales no podemos pasar papelones”. Tristemente es así: “no se hace eso como entre gauchos no se pisan los ponchos”, me dijo una vez un mediocre jugador de Newell’s Old Boys. Esa entrega, generosa, no las retiene en el suelo, la responsabilidad colectiva (son más solidarias que los hombres) las levanta con la misma velocidad que caen, de modo natural e instantáneo. Admirable.

Reitero, no hay ‘mariconadas’ como abundan en el fútbol masculino, donde cada falta parece la explosión de una bomba nuclear y hay que salir a contar los muertos (los que se fingen muertos...). En el fútbol femenino no se ven escenas tragicómicas o melodramáticas, nadie hace teatro (un estudio demuestra que, en promedio, los hombres permanecen 30 segundos más en el suelo de lo que lo hacen las mujeres en cada infracción). Ellas no se revuelcan ocho metros para, enseguida salir corriendo demostrando la picardía varonil de “vez que no tengo nada, te engañé...”. A veces parecen niños idiotas. Esa farsa que se apropió de los hombres, contraria a la virilidad que en el juego quieren expresar, no existe en el universo mujeril. Si una de estas jugadores no se levanta, lo que sucede poco y nada, es porque le ‘duele de verdad’. Como debe ser. Nadie paga una entrada para ver un mal actor salirse de libreto...

 

PARTE III

En este auge del fútbol femenino, hay que asentarlo por escrito, también tienen mérito las mujeres árbitros (no pitó ningún hombre) que llevan los partidos con una potestad que los referees machos, aparatosos, histriónicos y exhibidos, debiesen copiarle: la autoridad está investida en el uniforme y la función y no en el género o en las entrepiernas. El respeto está implícito, son la autoridad, gustemos o no. Y punto. A las referees no les interesa aparecer en la TV más que las jugadoras. Hasta el payasesco VAR casi no actúa y cuando lo hace es rápido (¿qué dirán las casas de apuestas que precisan de tiempo para llenar sus cofres?). Las juezas de línea pasan inadvertidas porque levantan la banderita con tino y sin dar explicaciones que nadie pide; las discusiones vacías están fuera de programa; no precisan explicar lo que no hay que explicar.

El cuarto árbitro apenas interviene para levantar las placas de los cambios –según el mismo estudio, ya mencionado, los cambios masculinos también son más demorados que los femeninos–, quien tiene que salir se va sin rodeos. Además, las directoras técnicas no se muestran poseídas de ese bufonesco protagonismo típico de nuestros entrenadores, reclamando lo que saben que no deben pero quieren mostrarse a su hinchada comprometidos e injusticiados. No, no, ellas son personas normales, incluso los DT hombres que las dirigen en algunos casos, incluyendo a Hervé Renard, el coach del seleccionado francés femenino, el mismo que en noviembre pasado dirigió Arabia Saudita cuando inesperadamente derrotó a la Argentina de Messi en el primer partido del Mundial masculino de Qatar.

A propósito de los cambios y preguntando al pasar: ¿Por qué en el fútbol femenino se realizan menos cambios, no siempre se agotan los cinco permitidos? Respuesta múltiple: porque el equipo titular está bien armado desde el inicio, podría ser una causa; otra, porque como ‘no hay dinero’, no se incluyen jugadoras faltando un minuto para que cobren el ‘premio completo’ tal como sucede en el profesionalismo masculino. Y así se juega más y se gasta menos tiempo en nada (hasta en los festejos de gol, también, el fútbol femenino pierde menos tiempo: ellas no se sacan la camiseta, ese moderno aspaviento que jamás entenderé)... En el Mundial de ellas, todo parece un conjuro de digna competencia y elegante eficacia, es un revival de algo que ya habíamos olvidado; es como un saludable rescate de lo que siempre debió ser. Y todo aprobado por el público que batió records de asistencia, superando al fútbol masculino y alcanzando los niveles del rugby (en Oceanía es el deporte rey) en partidos de los Wallabies y los All Blacks.

Ahora bien, si todo esto ocurriese pero ‘el juego fuese mal jugado’ como era el fútbol femenino hace treinta o cuarenta años atrás, ese paquete actitudinal de buen comportamiento sería una virtud pero de menor plusvalía. Por el contrario, hoy día todo eso nada más contribuye a que las jugadoras expongan todo su talento sin la interferencia de los artilugios circenses del futbol masculino. Y aunque todavía se cometen algunos errores infantiles, propios de la castidad, en contrapartida hubo clase, mucha inspiración: en este Mundial hasta hubo gol olímpico Y varios golazos, de alta factura. Volvimos a ver pases de taquito, gambetas vía túnel, lujos que el público aplaude y las adversarias no toman como un abuso, ostentación o ‘canchereada’. Y las DT no prohíben nada de eso, lo incentivan. Progresaron en todo. ¿Recuerdan que antes no la bajaban de pecho? Hoy la matan que es un doble placer verlas en ese gesto.

Hay calidad por doquier porque casi todas las chicas tienen buen dominio, varias muy bueno y hay dos docenas (no todas) que tranquilamente podrían integrar equipos masculinos y hacerles pasar papelón a nuestros muchachos: ¿La defensa de Independiente parar a la holandesa Lineth Beerensteyn, a la española Aitana Bonmati o a la australiana Caitlin Foord? ¿Con juego límpio? No creo. González Pires, de River, o el paraguayo Valdez, de Boca, le ganarían en el salto a la francesa Wendie Renard? Difícil sin empujarla. Y así otros casos. Varios, tantos que llevan a pensar en un próximo fútbol mixto... No hombres contra mujeres, sino mezclados. Mixto. Supongo que en dos o tres décadas eso va a ocurrir. Aunque veo que, por algunas experiencias de enfrentamientos de selecciones adultas femeninas con equipos Sub-15 de varones, con victorias siempre de los niños, a esta posibilidad nadie la considera. Y por eso digo que no se debe pensar en cotejar las unas con los otros, sino fusionarlos. El show business puede ayudar en eso. ¡Aleluya!

Más, curiosamente, en ellas no hay vedetismos ni individualismos, el típico ‘morfón’ de potrero, pese a que muchas recién tienen 17 años, como Linda Caicedo, de Colombia, una de las adolescentes que ‘más se la come’, pero tiene motivos para intentarlo y su juventud no se lo impide. Y vale la pena que lo haga. Llena los ojos. La angelical morocha juega con libertad, esa que tienen las chicas en este Mundial y ya no poseen los hombres, atados a otros compromisos profesionales y, por el exceso de clubes, torneos, partidos, que obligan a que juegue cualquiera, sujetos a la mediocridad. También lo dijo Valdano: “hay tanto pecado en darle libertad a un mediocre como quitársela a un genio”. ¿Cuánto tiempo más durará la libertad de las féminas, este noviazgo de ellas con la pureza? Hmmm (detalle de percepción: a medida que el Mundial avanzaba, en cada etapa pudo notarse que se perdía un poquito de ese albedrío y esa inocencia; las fouleadoras dejaron, por ejemplo, de ofrecele la mano para levantarse a sus adversarias)... Me hice esta pregunta cuando me enamoré del fútbol femenino, el año pasado, al ver casi toda la Eurocopa, jugada en Inglaterra y ganada por las anfitrionas, merecidamente. Incluso, el nivel de la Eurocopa es muy superior al del Mundial porque allí no participan países como Costa Rica que apenas tiene 500 jugadoras federadas. En la Eurocopa no hay espacio para pobreza y medianía.

PARTE IV (Última)

Por otro lado, retomando el juego del Mundial, las cuatro mujeres que ya fueron consagradas como mejores jugadoras del planeta, llegaron mal a esta World Cup (tres lesionadas, la española Alexia Putellas, la australiana Sam Kerr y la americana Megan Rapinoe, y otra fuera de forma, Marta, la brasileña que se está retirando), entonces no convocaron a las cámaras para sí; ninguna de ellas siquiera fue titular –hasta ahora- en sus selecciones. Eso permitió que aparezcan todas y no solo ellas cuatro, así, entre otras, brilló la arquera sueca, de origen serbio que juega en el Chelsea inglés, Zecira Musovic: “agarra todo, hasta señal de wifi” al decir de un relator portugués. Además, tal vez por ello, la FIFA no eligió previamente a su Messi femenina para darle el título ecuménico antes del adiós (Messi llegó en forma y sin lesiones); FIFA parece estar dejando que gane quien lo merece... Gianni Infantino, presidente de la casa madre del fútbol, apareció solamente cuando comenzaron los octavos de final, lo que ayuda a que el show sea espectacularmente discreto. No hacen falta figurones, es fútbol, importan quienes juegan y más todavía si lo hacen con gran capacidad técnica, enorme entendimiento táctico, innegociable solidaridad colectiva y sin que la mentalidad/necesidad ganadora destruya el espíritu deportivo.

Quería que conquistasen el título las Nadeshiko de Japón, porque nadie juega tanto en equipo como ellas, y porque lo merecían sus increíbles mujeres, esas que –además– parecen de porcelana y, por tamaño, aptas para ponerlas de adorno en la mesita de luz. Eran mis preferidas, pero en la ‘final anticipada’, ante Suecia, en Cuartos de Final, sucumbieron 2 a 1 tras desperdiciar un penal –travesaño– que les hubiera dado el empate, la prórroga y la definición desde los 12 pasos. Ahora quiero que ganen las suecas. Aunque es un deleite ver a muchas naciones jugando en altísimo nivel, casi todas las europeas, que ya mandaron a casa a la múlticampeona, Estados Unidos, y otras que cayeron con agradables sorpresas, como las africanas Nigeria, Sudáfrica y Marruecos, en ese orden (Zambia solo participó porque fue el primer Mundial con 32 países: demasiados). Las anfitrionas estuvieron por sobre sus niveles, especialmente Nueva Zelanda que jugó más de lo pensado, ya Las Matildas de Australia son candidatas al título y no defraudaron, ya están en semifinales (deben ser las campeonas).

¿Y Sudamérica? Mal, comparativamente mal. El postergado fútbol femenino no podría ser diferente en un subcontinente donde nada funciona como debiese. Brasil, la más poderosa del subcontinente, no progresó pese a prepararse con la adiestradora sueca Pia Sundhage (campeona del mundo europea) y sudar cuatro años de trabajo serio (por lo menos más que en los ciclos anteriores); fue eliminada por la enigmática Jamaica, siendo que la familia de Bob Marley y dos colectas populares pagaron los pasajes de las Reagge Girlz porque su Federación se omitió cobardemente. De todos modos, no todas las Canariñas la tienen más fácil que las jamaiquinas: su buena lateral izquierda, Tamírez, volvió esta temporada después de ser mamá y estar tres años parada, amamantando...

A las brasileñas igualmente hay que sacarles el sombrero porque, en su país, por ley, el fútbol femenino estuvo prohibido 40 años (el veto comenzó en 1941, cuatro años después de establecerse la dictadura del llamado ‘Estado Novo’ –1937/1945–, cuando el presidente Getúlio Vargas firmó un decreto-ley quitándoles a las mujeres el derecho de practicar deportes “incompatíveis com as condições de sua natureza”, entre ellos, entendía el caudillo, estaba el futbol): era un delito femenino patear una pelota. Volvió a ser autorizado en 1979. Muy loco... Ya la Selección ‘Cafetera’, la de Colombia, fue la única nación de este lado del orbe que evolucionó desde la pre-pandemia y, aunque no está a la altura de las europeas, es una buena promesa futura (ojo: eliminaron a Alemania en esta Copa y cayeron 2 a 1 en Cuartos de Final con la campeona de Europa, Inglaterra).

El resto es el resto, no existe, está lejos de cualquier competitividad como están lejos de la malicia cuando están mano a mano, van al choque con absoluta pureza (y eso debe agradecerse), más allá de un caso u otro que mereció expulsión y vio la tarjeta roja. Detalle: una semana antes de iniciarse la Copa, a los 20 minutos, las irlandesas abandonaron el amistoso que disputaban, precisamente contra las colombianas, porque estas jugaban con excesiva dureza, no respetando el fair-play. Así es el mundo del juego limpio, se respetan las reglas, el espíritu y a la rival, pero no todas son ángeles.

Argentina, si tenemos en cuenta su rica historia futbolística masculina, fue la selección que ‘proporcionalmente a esa historia’ peor jugó en este torneo aunque en sus filas actúe la bisnieta del goleador del primer Mundial de varones, Guillermo Stabile, el artillero de Huracán que también lo fue de la Copa de Uruguay en 1930. Hay que indultarlas a las nuestras, porque el campeonato local no es competitivo, la economía hace que las que mejor juegan se vayan al exterior, para sobrevivir, nadie piense que se pagan las cifras del fútbol tradicional, el de hombres: en la última ventana de pases, por primera vez el fútbol femenino transfirió una jugadora por casi medio millón de Euros (Keira Walsh, del Manchester City al Barcelona). Y eso es excepcional.

Como es excepcional lo que ganan las jugadoras americanas, ya consagradas, en un país donde quien aporte al show será recompensando; la goleadora Alex Morgan del San Diego FC, que además es la más linda de todas –también fue mamá recientemente– y sirve para cualquier tipo de publicidad, embolsa más de siete millones de dólares anuales. Su compañera, Megan Rapinoe, la más de una vez electa la mejor del mundo, del Seattle Reign FC, también alcanza los siete millones. Casi todas las estadounidenses superan el millón (en Europa, la estrella española y con el título de Balón de Oro vigente, Alexia Putellas, del Barcelona, es la mejor paga del Viejo Continente: 4 millones anuales). Las nuestras no llegan a eso ni sumándolas a todas las federadas). Así, las argentinas emigran y la AFA no las trae como a los varones para concentrarse, jugar eliminatorias, etc. Además, seamos honestos, la mujer latina no está asociada al deporte del mismo modo que las féminas del hemisferio norte, aquí las chicas “están para otra cosa”, me dijo, sin especificar, una señora en un aeropuerto. “Antes que una pelota, una raqueta o un stick prueban el rouge de la mamá”, completó. No será fácil subir el nivel, hoy por hoy considerar una aspiración mayor a la de la mera participación es utópico.

Nuestras representantes fueron eliminadas en primera ronda por las Banyana Banyana de Sudáfrica y las Blagult suecas (países que también dejaron en el camino a las Azzurre de Italia). Las argentinas todavía nunca ganaron un solo partido en ningún Mundial, eso dice bastante. Pero, insisto, merecen solidaria consideración, el país no ayuda ni las ayuda, tienen que trabajar de vendedoras de tienda si se quedan aquí, no pueden vivir del fútbol ni reciben becas de estudio. Además, se creó un círculo vicioso, como no ganan no se las apoya. Muy injusto. Los ‘Pumas’, en el rugby, pierden hacen un siglo y los apoyan, miman, publicitan y estructuran como si fueran dioses; nadie quiere descubrir que son de barro. A ellas se las mide con otra vara. Hay muchos que todavía quieren verlas en la cocina y no exhibiendo destrezas creídas exclusivas del universo viril; estos antediluvianos precisan aprender que portar un bálano no garantiza talento o cualquier otra capacidad superior. Tampoco entienden que puedan tener un mal día porque menstruaron; su cuerpo es diferente; pero no, mejor es denostarlas.

Selección Argentina de fútbol femenino

Por último y para los más desavisados, que todavía pueden ver el tramo final del Mundial, aquella imagen de chicas-chicos de décadas atrás, jugadoras que parecían jugadores, con desconcierto visual de género, ya no existe. Eso, en contados casos. Lo normal es ver mujeres-mujeres jugando, estética femenina tradicional, sin confusión de identidad. Su vida privada es cosa de ellas, pero lo que muestran es muy femenino. Y abundan las agraciadas. La selección de Dinamarca, por ejemplo, está llena de “mozas dignas de casamiento a la antigua”, diría aquella vecina, doña Dominguita, si las viese hoy. Y no se equivocaría, como con las suecas, todas califican para un ‘pedido de mano’ inmediato. ¿Qué hombre le diría ‘no’ a la estadounidense Alex Morgan, que además gana aquellos siete millones?

Las alemanas Merle Frohms y Melanie Leupolz no le deben nada a ninguna modelo; y no son las únicas. La feminización de equipos deportivos de mujeres con visual de confuso género en sus ropas, etc, comenzó su revolución en los años noventa con la selección norteamericana de básquet campeona olímpica. La NBA entendió que si aparecían como mujeres iban a participar de castings publicitarios, representar marcas, ser parte del establishment y así ganarían dinero. Hoy lo agradecen. Y el ejemplo parece haber cundido universalmente. No es cuestionable lo opuesto, pero en estos días de súbitas libertades, donde ya casi no quedan ‘armarios’ por abrirse, el marketing machista todavía discrimina y es injusto que quienes juegan más ganen menos, solo por el hecho de haber nacido mujer.

Por fin, las preguntas que, hoy por hoy, no reciben respuesta, salvo que el universo del show business televisivo o el de las poderosas apuestas, quieran darlas por vía de su intermediario más servil y directo, la FIFA: ¿Por qué ellas mejoraron tanto y los hombres empeoraron tanto?... ¿Cuál chance es mayor: que ellas, cuando universalmente se mercantilice más su status, también se pudran o, al ver que ya no divierten a nadie, los hombres recuperen la memoria de juego perdido?... ¿Es inevitable destruir toda la belleza del fútbol para ganar más dinero o pueden existir otros caminos antes del último suspiro? ¿Podrán las lecciones que nos están dando estas chicas recuperar lo que hoy parece irrecuperable en el fútbol masculino?... ¿Existirá en el futuro un fútbol mixto y será esa la solución?... Si nada de esto tiene respuesta, vuelvo a Valdano y su pre-vaticinio: “Colapsa por el exceso de partidos. Para hacer una economía más saludable estamos a punto de enfermar al fútbol, al juego. Y va a ser malo para el negocio”. Ojalá los capitostes lean la última frase del campeón del mundo y estratega en cancha en 1986. Eso puede asustarlos y para cuidar el negocio, su negocio, hagan algo. No lo creo. Porque ellos no atajan ni patean, solo facturan. Para que el juego vuelva a ser juego creo más en el legado de las chicas. ¡Aprendamos de ellas! O, si les gusta más, reaprendamos de las mujeres.

*Periodista