POLITICA
Análisis

El fin de la lógica amigo - enemigo

La lógica amigo - enemigo estructuró la dinámica entre kirchnerismo y antikirchnerismo. El nuevo gobierno podrá recrearla o evitarla.

Sandro Botticelli - La calumnia de Apeles
Sandro Botticelli - La calumnia de Apeles (1495). | Cedoc

Desde el conflicto del Gobierno con el Campo, la política nacional se estructuró cada vez más desde la lógica de amigo – enemigo. Salvo excepciones, socialmente, en todo ámbito, desde una cena familiar hasta una conversación de café, la polarización política fue ganando la batalla contra el diálogo de razones.

El carácter extremo de la lógica amigo – enemigo necesitó de dos jugadores sin matices ni dudas: El kirchnerismo y antikirchnerismo. No todos los sectores del Gobierno y la oposición fueron igual de irrazonables y agresivos. Sin embargo, se necesitan dos para el tango. En estos años ambos sectores jugaron ese juego tan intenso como peligroso.

La intensidad en política puede tener aspectos positivos. Pero cuando se transforma en agresividad irracional sin posibilidad de diálogo y confrontación dogmática hace daño a toda la comunidad. Ambos sectores no dejaron de redoblar la apuesta a cada paso, incluso a cada error.

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En contra de lo que se cree, la crítica es más necesaria que la defensa dogmática. La intolerancia se hizo carne tanto en los sectores del kirchnerismo ortodoxo como del antikirchnerismo mediático. Fue un diálogo de sordos, lleno de insultos y lugares comunes de la dicotomía.

Si alguien defendía una medida del gobierno era automáticamente un soldado oficialista y cómplice de las políticas más atroces. Si alguien criticaba una medida del gobierno era socio de los enemigos del pueblo y cómplice de la dictadura. Toda crítica se sintió como un ataque. Cualquier duda era un insulto. En este tiempo, esa lógica permitió defender lo indefendible.

Incluso en el ámbito donde todo es complejidad y reflexión, en el mundo académico e intelectual, todo se volvió extremos sin matices y hasta se observaron cazas de brujas y purgas salvajes.

Jugar al extremo fue capitalizado por los jugadores que perdieron las inhibiciones y la razón. Los opositores irracionales del gobierno y sus defensores dogmáticos. Muchos jugaron el juego para ganar socios, notoriedad y prensa. Perder el juicio pero ganar popularidad.

Muchos perdieron su capacidad de análisis razonado pero ganaron un caudal de adictos al odio/amor del kirchnerismo y antikirchnerismo. Ese caudal es útil en las campañas electorales, no en la construcción de la política democrática o del futuro de un país.

Con sus formas emotivas y salvajes el kirchnerismo y el antikirchnerismo se parecen más de lo que se diferencian. 

A pesar que en el largo plazo sea autodestructivo y hasta irracional, la intensidad del juego es adictiva y hasta genera un placer enfermo. Pasadas las elecciones y el ballatoge sabemos que tanta tensión fue útil y productiva para ciertos sectores políticos. El antikirchnerismo jugó las mismas reglas de juego que el kirchnerismo impulsó y se impuso con un resultado. Ambos sectores no les importó entrar en contradicciones abiertas para intentar ganar la batallar electoral.  

Una cosa es que el conflicto sea inevitable en política. Otra cosa es que el conflicto sea el objetivo deseado de placer masoquista de la política. En el marco de un futuro sin mayorías parlamentarias sería muy peligroso que el nuevo gobierno no intente bajar la intensidad y/o directamente poner fin a la lógica amigo-enemigo.

 

(*) Lucas Arrimada (Twitter @lucasarrimada) es Profesor de "Derecho Constitucional" y "Estudios Críticos del Derecho" (UBA/UP).