POLITICA
Opinin

La telaraña de la dependencia

En el albor del gobierno de Kirchner el sindicalismo ortodoxo parecía destinado a ser traspasado por la guadaña de una gestión que anunciaba una nueva forma de hacer política. Hoy, los viejos caciques tienen el poder de siempre.

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En el albor del gobierno de Néstor Kirchner el sindicalismo ortodoxo parecía destinado a ser traspasado por la guadaña de una gestión que, entre sus ideas liminares, había anotado con grandes trazos la promoción de una nueva forma de hacer política, con métodos y protagonistas distintos a los existentes hasta entonces. Así aparentó la situación durante algunos meses, en los que el ex jefe de Estado vedó el ingreso de los dirigentes tradicionales a los despachos áulicos.

Pero a medida que se fueron haciendo más ostensibles las necesidades mutuas esa actitud fue mutando hasta que las alfombras rojas volvieron a extenderse para permitir el acceso de los sindicalistas históricos a las máximas oficinas.
Hasta ese momento parecía que el gremialismo alternativo agrupado en la CTA tenía un sitial de privilegio en las preferencias gubernamentales. Al día de hoy su suerte está en las antípodas y su pretensión de que le concedan la personería -algo que avaló hasta la OIT- tiene el efímero destino de una gota de agua en el desierto.

En paralelo, en cada uno de los casi cinco años que lleva el Gobierno "K", fue solidificándose la relación de Néstor y Cristina Kirchner con los dirigentes ortodoxos, especialmente los agrupados en la CGT comandada por el mandamás de los camioneros, Hugo Moyano, favorito del matrimonio presidencial. En esa alianza fue fundamental la injerencia del ministro de Planificación, Julio De Vido, quien mantiene una estrecha relación con Moyano, con el denominador común del área del transporte.

El pacto Gobierno-Moyano tuvo varias demostraciones en estos ciclos, con concesiones mutuas. Los avales al sindicalista con gestos y medidas oficiales favorables al sector donde es amo y señor y la devolución de gentilezas de parte del jefe de la CGT a través de la contención de los conflictos, la imposición de topes a las negociaciones salariales y la movilización de aparatos y activistas donde la administración lo requiera, son algunos de los más contundentes ejemplos.

Justamente, la presencia de los militantes en rutas y calles fue un dato fundamental de estos días, en medio de la pelea del Gobierno con el campo por las retenciones a las exportaciones agropecuarias. La gente de Moyano se aquerenció en varios de los puntos donde los chacareros hicieron sentir su protesta, y luego se transformó en la columna vertebral de la concentración progubernamental en Plaza de Mayo. Los varios cuerpos de ventaja que el camionero sacó a sus competidores en la interna gremial quedaron patentizados, por si cabía alguna duda, en esa demostración de fuerza oficial.

Junto al dirigente, y en consecuencia junto a las principales figuras del poder, estuvieron, previsiblemente, compañeros de ruta suyos como el taxista Omar Viviani, los colectiveros Juan Palacios y Víctor D'Aprile, el judicial Julio Piumato y el municipal Amadeo Genta. También se vieron en la plaza desde kirchneristas como el titular del sindicato de los encargados de edificios, Víctor Santa María, hasta aliados de Luis Barrionuevo que intentan arrimarse nuevamente al calor presidencial, como Roberto Fernández (UTA).

Y se sumaron a la concentración los que fueron acercándose en diversas instancias al oficialismo, incluso aquellos que en los últimos tiempos debieron resignar por el momento sus aspiraciones de heredar el cargo de Moyano, como el estatal Andrés Rodríguez (UPCN) y el titular del gremio de la construcción (UOCRA), Gerardo Martínez. Tampoco faltó alguna columna de los "gordos", como la del mercantil Armando Cavalieri, quien ratificó su apoyo al Gobierno. Pero en el acto donde la figura principal fue la Presidenta hubo un "ausente de lujo": el ruralista Gerónimo Venegas.

Con su gremio directamente afectado por el conflicto, el dirigente tuvo que buscar un sensible equilibrio para mantener los puentes intactos con los sectores en pugna. El líder de los trabajadores del campo se encaramó en un urgente llamado al diálogo y no cantó presente en la plaza. Aunque mostró una equidistancia difícil de conseguir, en definitiva su actitud final fue también un mensaje para sus representados, quienes habían quedado embretados en la pelea que protagonizaron sus empleadores directos y sus gobernantes.

Más allá del resultado de la pulseada de las retenciones, donde era obvio que ambas partes en puja iban a autoadjudicarse réditos para minimizar al rival de ocasión, la masiva presencia de columnas sindicales mostró que en este primer lustro de Gobierno kirchnerista el gremialismo peronista recuperó parte de la energía y el protagonismo perdidos, aunque más por iniciativa ajena que propia.

Además de la reactivación económica -al margen de las precariedades laborales y salariales persistentes- que sirve para realimentarlas, las organizaciones sindicales clásicas siguen siendo invitadas estelares del poder político por su capacidad para movilizar multitudes a través de los tradicionales "aparatos".

Entonces continúan en el histórico terreno, donde, a fuerza de creación y satisfacción de necesidades, Gobierno y sindicatos peronistas refuerzan el entramado de la viscosa y hasta ahora inevitable telaraña de la mutua dependencia.

Fuente: DYN