Una de las incógnitas del nuevo ciclo político es qué pasará con las numerosas denuncias por presuntos casos de corrupción contra la presidenta Cristina Kirchner, sus familiares, empleados, ex empleados y empresarios afines.
Han sido doce años y medio de manejo discrecional de los recursos del Estado, en los cuales los kirchneristas ni siquiera se han sentido en la obligación de dar a conocer los sueldos de los periodistas del aparato oficial de propaganda. Parece claro que, en este sentido, la Presidenta prefiere un gobierno de Daniel Scioli.
En PRO, el futuro judicial de Cristina y los principales exponentes del kirchnerismo es un tema de debate. Hasta ahora, Mauricio Macri no ha sido muy explícito más allá de algunas frases de ocasión. La historia no se repite pero muestra que pasó luego de otros ciclos políticos largos e internos, como señalo en mi último libro, Doce Noches.
Esos ciclos dieron paso a gobiernos donde el “Partido de la Justicia” o “Partido de la Venganza” —el nombre depende de las preferencias de cada cual— terminó imponiéndose a los sectores moderados, que predicaban la unidad nacional y la reconciliación.
En la mayoría de los casos ganó el ala jacobina, partidaria del “juicio y castigo” a los poderosos de ayer. En cada momento, en consonancia con el grueso de la opinión pública.
Un ejemplo muy mentado es lo que sucedió con la llamada Revolución Libertadora, el gobierno que surgió del golpe de Estado contra el presidente Juan Perón. El general Eduardo Lonardi asumió el 23 de septiembre de 1956 con un discurso en el que afirmó que no había “ni vencedores ni vencidos”; duró menos de dos meses y fue reemplazado por el general Pedro Aramburu, aliado con el almirante Isaac Rojas, el ala dura de los vencedores de Perón.
La frase usada por Lonardi era, en realidad, del entrerriano Justo José de Urquiza, quien la proclamó luego de su triunfo en la batalla de Caseros contra el bonaerense Juan Manuel de Rosas, en 1852. Pero, la Organización Nacional terminó siendo concretada por los sectores más refractarios a Rosas y a sus seguidores.
En Doce Noches explicó que ocurrió lo mismo con Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner. Duhalde basó su gobierno en un sólido acuerdo parlamentario con la oposición; estaba obsesionado en impedir que Carlos Menem volviera al poder, aunque de dentro de ciertos límites.
En cambio, Kirchner definió rápidamente a los “enemigos” de su gobierno y del país, y cargó duramente contra ellos. Incluso, contra tres de sus antecesores —Menem, Fernando de la Rúa e Isabel Perón— cuyas causas judiciales pendientes se reactivaron gracias a una oportuna presión del oficialismo.
En el caso de Cristina, aparece una dificultad adicional, que es su herencia económica. Gane Scioli o gane Macri, habrá que hacer correcciones dolorosas; una válvula de escape podría ser la judicial, más allá de los méritos bastante evidentes que han hecho la Presidenta y sus funcionarios para frecuentar los tribunales.
Además, en un eventual gobierno de Scioli la variante judicial podría ser utilizada para dirimir las pujas dentro del peronismo. Nada que no se haya visto antes.
(*) Editor ejecutivo de la revista Fortuna, su último libro es: Doce Noches. 2001: el fracaso de la Alianza, el golpe peronista y el origen del kirchnerismo.