ELOBSERVADOR
DESAFIO ELECTORAL

El rol de la política en la sociedad del vértigo

La lógica gobierno/oposición resulta insuficiente para resolver los problemas más acuciantes de la sociedad actual, como el terrorismo o el narcotráfico.

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NARCOTRÁFICO. | cedoc

Si observamos el acontecer cotidiano, de nuestro país y del mundo, salta a la vista un fenómeno que el lector podrá corroborar por sí mismo a partir de las informaciones que recibe a diario: por lo general, los políticos aparecen corriendo detrás de los problemas, siempre a la zaga de los acontecimientos. En el más amplio arco ideológico y partidario, aquí y en otras latitudes, exhiben muy poca capacidad para anticiparse a los escenarios en que deben desenvolverse. Así las cosas, sus propuestas de solución a conflictos y necesidades de la sociedad resultan “desfasadas” de los hechos, como demoradas y antiguas.


Una forma antigua de entender la política. Una primera explicación de este fenómeno es que el sistema político, en la Argentina y en el mundo occidental, se sigue encuadrando en el perimido esquema de “gobierno” y “oposición”. Hace ya más de 25 años que, al asumir mi primer mandato como gobernador bonaerense, señalé que era necesario terminar con esa antigua y equívoca antinomia. Y, pese a las reiteradas invocaciones a “cambiar” y a “trabajar todos juntos”, las prácticas de dirigentes y referentes siguen aferradas a esa vieja fórmula. Como políticos, resultan antiguos.

Ese modo de entender y ejercer la política tuvo su razón de ser en tiempos lejanos, cuando se establecieron las primeras formas de gobierno democrático moderno, para superar el absolutismo de los monarcas. Pero hoy, pasados más de 200 años, la vieja idea de que el que gana una elección gobierna, y el que pierde, en el mejor de los casos, hace oposición constructiva ha quedado irremediablemente desfasada de las exigencias que plantean las complejas sociedades de la actualidad.

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Gobernanza. La complejidad de la gobernanza en los tiempos que vivimos es de tal magnitud, que ya no da cabida a esa antinomia “gobierno-oposición”. No se trata de una cuestión de mejor o peor voluntad de los políticos, sino de un problema estructural, inherente al entramado de las sociedades actuales, cuya complejidad, superando lo estrictamente político, abarca ya dimensiones sociológicas, culturales y hasta incluso antropológicas.


Paradigma. Hace tiempo que el mundo conoce una infinidad de hechos y procesos nuevos, unos beneficiosos y otros nefastos. Por mencionar sólo algunos ejemplos, basta citar la globalización, la aceleración de las comunicaciones, el acceso a la información y la conectividad entre las personas a escala universal, al tiempo que se expanden globalmente el delito organizado, el terrorismo, la drogadependencia o la degradación ambiental.

El rasgo común a todo ello es el ritmo cada vez más acelerado con que surgen y se desarrollan los cambios. Por ello, podríamos definir a esta compleja realidad como la sociedad del vértigo.

En las sociedades contemporáneas, las transformaciones se producen a un ritmo vertiginoso. A tal punto que cuando los gobernantes y funcionarios encuentran la solución a un problema o deciden sobre un hecho determinado, por lo general la situación ha sido superada por nuevos acontecimientos. De este modo, la política y los políticos aparecen siempre rezagados respecto de las necesidades y demandas de la sociedad.

No se trata de que la clase política sea o vaya a ser reemplazada debido a esta circunstancia. Seguramente resultará cada vez más necesaria para ayudar a dirimir los eternos conflictos político-sociales de los seres humanos. Lo que está en cuestión y requiere inteligencia y creatividad para afrontarlo, es el hecho de que esos conflictos deberán ser abordados desde una nueva óptica, ya que las viejas formas de proceder están siendo superadas, y lo serán cada vez más intensa y aceleradamente en el nuevo paradigma de las sociedades complejas del futuro.

Responsabilidad. Desde ya que hay una alta cuota de responsabilidad de los políticos en ello. La pereza intelectual, la incapacidad, el egoísmo, el cinismo, o un peligroso cóctel de esos factores, hacen que los integrantes de la clase política no sean permeables a los cambios que se producen delante de sus ojos. Suelen ser reacios a modificar estructuras de gobierno y de organización social en las cuales se sienten extremadamente cómodos, pero que les impiden abordar de manera adecuada los desafíos del mundo contemporáneo, complejo y en permanente cambio.

Todos, en nuestra vida cotidiana, sabemos que el futuro se presenta incierto y desafiante. La propia experiencia nos muestra que muchas de las que considerábamos “verdades eternas” eran modos ya anticuados de ver el mundo. Y todo indica que dentro de poco seremos testigos de nuevos y mayores “desacoples” entre las formas habituales de pensar y las nuevas realidades, si no tenemos políticas y hombres avezados para anticiparnos.

Un solo ejemplo creo que alcanza para aclarar lo que sostengo: en nuestro país y en el mundo entero, los políticos prometen el pleno empleo, cuando todos sabemos que dentro de una generación, digamos unos treinta años, va a haber un desacople entre ese concepto de plena ocupación y la capacidad que tienen las sociedades para generar trabajo para todos. Dicho así, parecería que estamos ante un futuro dantesco. Pero si somos capaces de prever, desde un enfoque prospectivo, proyectando desde el presente de manera responsable, seguramente será posible encontrar respuestas adecuadas, y lo que ahora se ve como una catástrofe en ciernes pueda transformarse en acontecimientos manejables, obviamente enfocados y administrados desde una concepción muy distinta a la que tenemos hoy.

Siempre he sostenido, y es mi materia de estudio de estos últimos años, que debemos dar un espacio importantísimo a la visión prospectiva. Debemos estudiar cuidadosamente el presente para proyectar esos conocimientos hacia delante, previendo los escenarios en los cuales tendrán que desarrollarse nuestras sociedades a mediano y largo plazo. Algunos llaman a esto “estudiar el futuro”. De más está decir que no estoy propiciando recurrir a “augures” ni a la quiromancia, sino el abordaje científico y estratégico, en el estricto sentido del término, que permita anticipar los escenarios futuros y trazar cursos de acción en consecuencia.

Todo lo dicho hasta aquí, a mi entender, debe llevarnos también a repensar cuál es el rol de la política y sobre todo de los políticos del futuro. Todos sabemos que lo que en el mundo empresario se conoce como CEO (“Chief Executive Officer”) trabaja sobre el presente y trata de resolver los problemas y conflictos que va encontrando en el corto plazo. Esto, en sí mismo, no es ni bueno ni malo; es la conducta adecuada para su función, que corresponde a una específica cultura del trabajo y los negocios. Pero el rol del político es absolutamente diferente.

El político debe pensar y crear los escenarios hoy inexistentes, pero altamente probables, para anticiparse al curso de los acontecimientos y procesos, que hoy aparecen apenas esbozados como realidades incipientes. Debe estudiar, lo más científicamente posible, esa realidad en constante transformación para estar a la altura de los tiempos vertiginosos que nos toca vivir. Su objetivo no puede ser correr detrás del presente, resolviendo los problemas del día a día, tarea tan propia de las burocracias, sino estar en la posición de recibir el futuro y poder brindar las respuestas modernas que esa sociedad, que hoy no conocemos, nos va a exigir.


*Ex presidente de la Nación.