INTERNACIONAL
Ensayo

Posmodernidad y fundamentalismo

Cultura moderna o posmoderna, razonamiento moral o aceptación de los valores y creencias, relativismo o flexibilidad. El debate sobre las creencias fue un tema central en la política de los EE.UU. durante la presidencia de Ronald Reagan, pero sigue vigente, sólo que con otros nombres: cultura y opinión global, multidimensionalidad, improvisación e innovación. Los procesos globalizadores requieren renegociar nuestras relaciones con las formas culturales familiares y nos recuerdan que son humanas, es decir falibles, pasibles de revisión.

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Tanto Reagan como Bush creen en la verdad literal de la Biblia. | GET

Ya en los primeros tiempos de la presidencia de Ronald Reagan se percibía que en pequeñas ciudades de todo Estados Unidos se desarrollaba la batalla entre la cultura moderna y la posmoderna. Los vecinos se trababan en agrias discusiones acerca de si se debía enseñar a los niños la manera de lograr un “razonamiento moral” o si, en cambio, debía enseñárseles a aceptar sin cuestionamientos algunos de los sólidos valores y creencias norteamericanos. En los círculos académicos se atacaba al relativismo que abandonaba principios políticos fundamentales, en favor de una flexibilidad desvaída y que no reconocía otro enemigo más que el hombre que no estaba abierto a todo. Así, al parecer, casi todos los estudiantes que ingresaban a la Universidad creían o decían creer que la verdad era relativa.

El metaconflicto sobre las creencias ya había pasado a ser un tema central en la política de los Estados Unidos, además de tener resonancia a nivel mundial, como podía verse en los esfuerzos de la Iglesia Católica para mantenerse firme ante las absolutamente nuevas formas de acercarse a la verdad revelada, en la manera explosiva aunque renuente como se desinflaba la doctrina en los países marxistas, en la proliferación mundial de cultos espirituales y psicológicos que comenzaron a ofrecer nuevas certezas a la gente que había abandonado las anteriores, o se había sentido abandonado por ellas.

Estos eran indicadores de que el mundo llamado posmoderno estaba naciendo; un mundo que no sabía definirse por lo que era sino sólo por lo que había dejado de ser. Es decir que se estaba en plena transición a partir de la ruptura de las antiguas formas de creencia.
El resultado de esta ruptura, cada vez más evidente, era una suerte de mercado de realidades sin regulaciones donde se ofrecía toda clase de sistemas de creencias para el consumo público. También surgía una nueva polarización, un conflicto acerca de la propia naturaleza de la verdad social, que se hacía evidente en las batallas sobre educación (la instrucción moral en especial) y en varias disciplinas intelectuales diferentes.

Por último, se daba el nacimiento de una cultura global que proporcionaba una nueva arena donde todos los sistemas de creencias miraban a su alrededor y tomaban conciencia de los otros, y donde toda clase de personas luchaban de manera sin precedentes por averiguar quiénes eran y qué es lo que eran. Así las cosas, las próximas décadas proporcionarían el escenario en donde se desarrollarían estos procesos y en el cual la especie humana tendería a construir una nueva civilización basada en un nuevo sentido de la realidad social.

En ese nuevo mundo posmoderno podía elegirse una vida de experimentación, o podía dejarse de lado la diversidad frívola del contemporáneo tocar de estilos de vida y acompasarse con alguna herencia antigua: ser judío ortodoxo o musulmán fundamentalista o cristiano devoto o un nativo estadounidense tradicional. La variedad de tales elecciones era enorme, pero elegir era elegir y requería una conciencia social totalmente distinta de aquella de los judíos, musulmanes, cristianos o nativos estadounidenses que no tenían alternativa alguna. El tradicionalista contemporáneo podía parecerse en alguna de sus formas exteriores al individuo premoderno, pero las experiencias de vida reales de los dos diferían de manera sustancial.

Hoy en día, al individuo se le recuerda en forma permanente que distintos pueblos tienen distintos conceptos de cómo es el mundo. Y quien entiende esto y lo acepta reconoce a las instituciones sociales como creaciones humanas, sabiendo que aún el sentido de la identidad personal es diferente en distintas sociedades. Es así como tales personas ven las verdades religiosas como un tipo especial de verdad y no como una representación eterna y perfecta de la realidad cósmica. Y yendo todavía más allá del humanismo secular moderno, ven el trabajo de la ciencia como otra forma social de construcción de la realidad.

Pareciera que los viejos sistemas de creencias se están derrumbando dentro de millones de mentes. Pero todos poseemos notables capacidades para manejar esta transición interna, que nos ayudan a permanecer cuerdos y más o menos socialmente convencionales y que, además, ocultan la trascendencia de lo que está sucediendo en el mundo. Resulta entonces que un colapso en las antiguas formas de creencias no necesariamente (al menos no de inmediato) implica un colapso de los antiguos sistemas de creencias.

Se dice que en la actualidad, no somos tanto creyentes como poseedores de creencias. El buscador de una fe religiosa prueba no una sino muchas religiones. En la era moderna, todos aprendimos a ver la política como un espectro que corre de izquierda a derecha: la visión popular tiene en un extremo al revolucionario desorbitado que vive arrojando bombas y, en el otro, al conservador tieso que defiende la nación, esté esto bien o mal. Ese espectro tiene diversos matices, pero la tendencia que se manifiesta en todos los países es de una polarización básica, particularmente en los que tienen un sistema bipartidario.

Otro espectro político que se tornó visible lo identificamos comúnmente como el que va de conservador a liberal, pero no es lo mismo. El nuevo espectro tiene en un extremo a aquellos que sostienen con firmeza un conjunto de verdades que postulan como la realidad cósmica. Estos ciudadanos que poseen una seguridad envidiable pueden ser fundamentalistas religiosos o científicos a ultranza, demorados ideólogos marxistas o entusiastas neoliberales. Existe todo tipo de posiciones intermedias; algunas de ellas moderadas y la mayoría sólo confundidas. Cerca del otro extremo se ubican los relativistas y constructivistas que sostienen que toda verdad es una invención humana.

Los conflictos sobre esta parte concreta dentro de la cuestión de la realidad social se desataron en la década del 80 como furiosos incendios en las comunidades norteamericanas más simples, a veces rurales, donde la gente se dividió en dos fracciones opuestas y se trenzó en agrias y larguísimas batallas sobre los contenidos que se enseñaban en las escuelas locales. Algunos padres temían que sus hijos estuvieran recibiendo “ perspectivas globales” en lugar de patriotismo, “ razonamiento moral” o “ clarificación de valores” en lugar de los tradicionales principios cristianos y norteamericanos. Consideraban que esas ideas eran subversivas, y quienes las enseñaban, enemigos de la sociedad.

Lo que algunos padres encontraban subversivo era la propuesta de que los valores no se basasen en una infalible certeza de lo verdadero y lo correcto, sino que tuviesen que ser resueltos por seres humanos falibles en la vida de todos los días. En un libro de Economía doméstica que avivó la llama de la disputa se leía la siguiente afirmación: “ Los valores son subjetivos. Varían según la persona. Se puede entender mejor a la gente y congeniar con ella teniendo una mente abierta con respecto a los juicios de valor que se emitan”.

Otro texto decía que “ no se puede recurrir a una enciclopedia o a un libro de texto para encontrar valores”, porque “ provienen del propio fluir de la vida”. Un manual de actividades para la clarificación de valores indicaba a los maestros que tal aprendizaje ni siquiera podía ser evaluado con notas: “ Se alienta a los maestros para que evalúen si una actividad en particular se está haciendo bien, pero esto nunca puede ser trasladado a una evaluación de los alumnos... No hay respuestas incorrectas y evaluar con notas sólo serviría para ahogar la confianza, la honestidad y la buena disposición a mostrarse tal cual son”.

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Esta clase de material enfureció a los críticos fundamentalistas, quienes afirmaron que se acercaba peligrosamente a enseñar que no existe lo correcto ni lo incorrecto. Porque dentro de la concepción fundamentalista del mundo, no pueden existir valores sin un origen y una autoridad absolutos. Y cualquier instrucción basada en razonamientos morales puramente humanos tenía “ una inclinación socialista amoral”. Fue así como los fundamentalistas decidieron producir sus propios libros de texto basados en el absolutismo en lugar del relativismo.

Paralelos a estas guerras educacionales, corrieron los conflictos sobre la fe religiosa. La Iglesia Bautista del Sur (denominación que alguna vez fue modelo del viejo estilo del individualismo norteamericano) libró una tumultuosa batalla nacida de la cruzada de algunos de sus miembros para imponer a todos los bautistas un único grupo de doctrinas religiosas severamente definido.

Los antiguos bautistas se sorprendieron de ver desarrollarse esta batalla en el seno de su Iglesia. Durante siglos, el credo bautista lideró la libertad de religión y la llevó a la práctica. Sus congregaciones eran organizaciones democráticas independientes y sus miembros eran guiados por el viejo dogma librepensador del “sacerdocio del creyente”. Había un dicho que decía que si se encontraban dos bautistas en el mismo cuarto, se expresarían tres opiniones.

Pero luego, una facción dentro de la Iglesia comenzó a imponer en forma tenaz una doctrina sobre la verdad literal de la Biblia. Una infalible y certera verdad. Esta posición se conoce como infalibilidad o literalismo; en ella estuvo enrolado Reagan y ahora el presidente George W. Bush.

El literalismo es una contrarrevolución. Los literalistas se rebelan contra la complejidad y el pluralismo del mundo contemporáneo, contra las disputas constantes entre diferentes grupos con diferentes visiones de la realidad, contra la incesante demanda a los individuos para que tomen decisiones. Lo que quieren es una civilización sin incertidumbres.

Tienen una ideología política a la que llaman reconstrucción. La reconstrucción es popular entre los fundamentalistas religiosos de diferentes iglesias. Su agenda es bastante simple y se ocupa sólo de lo que su nombre sugiere: reconstruir la civilización norteamericana y hacer de la verdad literal de la Biblia el credo público. Todas las leyes y las políticas públicas deben estas basadas en los pasajes apropiados de las Escrituras. Los reconstruccionistas operan sobre la conmovedora e ingenua presunción de que no existirán conflictos políticos acerca de cómo interpretar los pasajes o de quién decide qué capítulo y qué versículo aplicar para cada tema. De esta manera, se presume que no hay posibilidad alguna de que alguien ejerza una tiranía política al ser el intérprete oficial. El gobierno se limitará a fundamentar sus políticas sobre cualquier tema (exploración espacial, biotecnología, tasas de la reserva federal, política energética o lo que sea) en una sencilla lectura del Libro (de ejercicios) Sagrado.

Lo que quieren los reconstruccionistas es una sociedad libre de errores, ya que consideran que la verdad es otorgada por Dios y está más allá de cualquier construcción humana, pero al mismo tiempo disponible en cualquier momento en la Biblia. Están unidos en una inconmovible oposición ante cualquier sugerencia de que los valores y las creencias (y las Sagradas Escrituras) sean creaciones humanas.

Sin embargo, todos sabemos que un tipo de civilización global está surgiendo; éste es uno de los axiomas de nuestro tiempo, pero tenemos todavía una confusa sensación de su devenir. Durante cientos de miles de años, los seres humanos, diseminados por el mundo, desarrollaron diferentes lenguajes, religiones, costumbres, sistemas políticos. Hoy, se dice que todo aquello que había estado separado durante milenios de pronto viene de alguna manera a comunicarse, a reunirse. Que existe una cultura global, una telaraña de ideas en constante crecimiento que la mayoría de los seres humanos mantiene unidas. Sin embargo, nadie sabe muy bien qué es. Todavía no ha surgido el grupo de científicos sociales que lleve a cabo un estudio de opinión global que podría arrojar datos importantes acerca de cuáles son los conocimientos y los valores que comparte la población mundial. Al menos en Occidente.

Algunas partes de la cultura global destruyen con brutalidad los valores y creencias de las culturas tradicionales y los reemplazan rápidamente. El modernismo suplantó al premodernismo, el posmodernismo suplanta al modernismo. Pero también ocurren otros fenómenos más complejos y fascinantes. Así se ha dicho que el cambio cultural siempre ha sido un negocio increíblemente multidimensional, pleno de innovaciones e improvisaciones, fantasmas y disfraces.

Así ocurre también que los conflictos entre relativistas y fundamentalistas se convierten con frecuencia en batallas acerca del globalismo. En las controversias sobre los libros de texto en las escuelas norteamericanas, los cursos de “estudios internacionales” y “conocimiento global” generan la misma oposición violenta (de los mismos sectores) que los cursos de razonamiento moral. Esos cursos, como lo declaran los Ciudadanos por la Excelencia en la Educación son adoctrinamientos de facto en “un punto de vista universalista, antinorteamericano”.

En un sentido, los temibles fundamentalistas están en lo cierto. El globalismo socava los sistemas absolutos de valores y creencias. Pero en otro sentido, están equivocados: los sistemas de valores y creencias no desaparecen de inmediato. La gente se limita a habitarlos de otra manera, y las viejas formas nos sorprenden a veces con la vitalidad que les queda. La mente humana tiene un gran repertorio de modos de aceptar y honrar las construcciones sociales de la realidad, sin fagocitarlas en su totalidad.

Los procesos globalizadores requieren una renegociación de nuestras relaciones con las formas culturales familiares y nos recuerdan que estas formas están construidas por la gente; son humanas, falibles, pasibles de revisión.

Los fundamentalistas norteamericanos están demasiado alterados por el temor de que el orden social se derrumbe por completo si no existe un consenso sobre algunas verdades absolutas. Si estuvieran en lo cierto, las perspectivas de una democracia pluralista serían bien débiles. La caída de los viejos sistemas de creencias y el surgimiento de una nueva visión del mundo amenaza a todas las construcciones de la realidad existentes y a todas las estructuras de poder unidas a ellas, y hay mucha gente a la que esto no la complace. Es que la caída de un sistema de creencias puede parecer el fin del mundo. La gente puede literalmente dejar de saber quién es.

Estos problemas no irán a resolverse mediante el “ tradicionalismo” romántico que buscó conservar intactas las antiguas culturas así como tampoco mediante el globalismo optimista que iguala la interdependencia al progreso. Para resolverlos, se requiere una visión posmoderna del mundo que sea consciente de la promesa y también del drama que implica liberarse de las construcciones sociales de la realidad premodernas.

En muchos lugares del mundo vemos signos de la emergencia tentativa de una actitud posmoderna a medida que la gente encuentra la posibilidad de mantener, en cierto sentido, la conexión con las tradiciones más antiguas y, al mismo tiempo, crear nuevas situaciones. Un ejemplo práctico de esa actitud es el experimento europeo de unir nacionalidades divergentes en una Unión Europea; un estado de cosas imposible de imaginar décadas atrás.

Para que una visión posmoderna del mundo pueda emerger en su totalidad y con madurez es necesario, entre otras cosas, conseguir un mejor sentido de la historia, una idea cabal de lo que la humanidad ha descubierto sobre sí misma en los últimos siglos y los efectos de este descubrimiento. La visión posmoderna del mundo se ha tomado su tiempo para nacer, pero en las últimas décadas no ha tenido empacho alguno en proclamar su inminente llegada.

*El autor es periodista, escritor y diplomático.