Sanciona por sus declaraciones el gobierno a un general retirado, Rodrigo Soloaga. Justo cuando Cristina de Kirchner, en su último acto en la Plaza de Mayo, promovió el altar para la “generación diezmada”. Un detalle: es la misma “generación diezmada” a la que expulso Juan Perón con desprecio en un mismo primero de mayo de 1974. Entonces, la Vicepresidente de hoy era una de las “imberbes” (bueno, es lo que se supone). Al mismo tiempo, ella ahora propulsa la candidatura presidencial de Wado de Pedro, hijo de una activa participante de Montoneros muerta en una refriega de los 70, de la “generación diezmada”. Otra vuelta de tuerca sobre el pasado al que le gusta recostarse electoralmente.
Coincide en este caso con el militar castigado, quien había reabierto con un discurso de los recuerdos la caja de Pandora —que contenía todos los males, según la leyenda griega—para no olvidar a sus compañeros hoy presos por combatir a las formaciones especiales. Expresó Soloaga solidaridad con los detenidos, lo que para el ministro Jorge Taiana constituye una “apología del terrorismo”. Curiosa invocación en quien más de una vez fue imputado por el mismo cargo de “terrorista” (se afirmaba que colocó una bomba en un bar de Recoleta con más de una víctima), acusación que él mismo ha desmentido. Peripecias de los dos lados de la Argentina.
Ya venía Soloaga con antecedentes incómodos para el gobierno: había renunciado al generalato luego de que Néstor Kirchner descolgara los cuadros de los militares del Proceso, antes intervino en la guerra de Malvinas y antes se tiroteó en aquella trágica ocupación del cuartel de La Tablada, cuando el ERP soñaba con derrocar al gobierno de Raúl Alfonsín. Se supone que el “terrorista” entonces defendía a la democracia. En este gobierno lo habían ungido como titular de la Comisión de Caballería, arma a la que perteneció y a la que decidió honrar en el último aniversario.
Como corresponde en la subordinación castrense al ministro de Defensa, debió comunicar el discurso a sus superiores antes de pronunciarlo. Como Taiana no está en esos detalles narrativos, la tarea se trasladó al general Maldonado, quien luego de leer el mensaje le planteó a Soloaga alguna observación y modificaciones: reemplazo de algunos párrafos, del cambio parcial de una redacción que sostenía el mismo espíritu reivindicativo por sus compañeros presos pero que, tal vez, aliviaba la naturaleza del reclamo. Dicen que el general retirado le preguntó a su censor: “Lo que usted me plantea, ¿es una orden o una sugerencia?".
Afectado por el interrogante sobre la libertad de expresión, el superior en jefe, seguramente confundido por su diálogo jerárquico con un oficial más antiguo, le comentó que él prefería sugerir en vez de ordenar. Aunque no fuera una costumbre militar. Lo que habilitó a Soloaga a decidir luego, por su propia cuenta y riesgo, que la alocución era intocable y mantenía su autoría intelectual, postergando recomendaciones ante un público adicto de no menos de 400 personas en la conmemoración de su arma. Dijo lo que pensaba frente a una mayoría de oficiales y ante el número uno y dos del Ejército. Fanfarria, aplausos y recuerdo público por los presos, lo que generó luego hasta una demanda de algún colaborador del propio Ministerio, quien pretendió identificar en una razzia identificatoria a todos los asistentes para clasificarlos en un Index. Por lo menos. No prosperó ese designio por razones burocráticas.
Tamaño problema para Taiana, ya que para él —aunque sean de bandos distintos— debe respetar que un compañero de armas se solidarice con otro de su misma fracción. Seguramente, él hace lo mismo. Pero, debió optar por una resolución diferente y, después de un largo recorrido de días y reflexiones, decidió remover al memorioso Soloaga de la titularidad de la Comisión de retirados de Caballería. Y condenarlo a que se quede en su casa, simbólica prisión domiciliaria. Como se viven tiempos de elecciones, en la cercanía de Cristina de Kirchner estiman que la soflama de Soloaga en el Día de la Caballería se emparenta con la misma defensa que suele expresar Victoria Villarruel, la postulante a vice de Javier Milei, que pregona a favor de los militares sin juicio y en defensa de las víctimas del terrorismo. Más de un lado que del otro, claro.
Como las penurias de Taiana persistieron, no fue suficiente el episodio Soloaga, apareció un adicional para complicar al ministro: otro general retirado, Juan Beverina, también ex de Caballería, lo enfrentó epistolarmente por no haber permitido un acto de homenaje en Salta, en recuerdo de quienes enfrentaron y redujeron a los atacantes del ERP en una escuela, en el llamado combate de Manchalá (hay un monumento por ese episodio). Ocurrió también durante un gobierno democrático. La carta de Beverina cuestiona al ministro (“¿De qué lado está?”, se pregunta como si ya conociera la respuesta) y le reprocha que no permitiera recordar aquella confrontación, considerada en el ámbito castrense como hazaña de los soldados. Ni siquiera de los oficiales.
En rigor, al enterarse del propósito del homenaje, cuidadoso con su jefatura, el responsable del cuartel donde se encuentra el monumento solicitó instrucciones para proceder a sus superiores en Buenos Aires. Le contestaron que, dentro del cuartel, no se podía hacer ningún acto. No hubo explicaciones, como corresponde. Pero las autoridades luego se hicieron los distraídos ante la información de que el acto se haría igual, pero frente al cuartel, puertas afuera. El responsable de la guarnición salvó su responsabilidad, los funcionarios de Taiana y él mismo evitaron responsabilizarse sobre una manifestación que lo reprobaba por olvidos manifiestos y deliberados. Actuaron como si fuera un piquete de protesta en la 9 de Julio y con la esperanza de que no hubiera repercusión por lo sucedido.
Por supuesto, no hubo castigo ni sanciones para los asistentes a ese homenaje (algunos en actividad), pero sí le impuso al general Beverina un sumario luego de citarlo cerca de la medianoche y queda pendiente la pena de que no salga de su casa y se quede con su esposa por haber escrito una carta en los diarios. Como si la pluma fuera más efectiva que la espada. En ocasiones.