Las acusaciones de Carrió contra sus aliados son un árbol que tapa el bosque. Las eternas disputas en el oficialismo, también. Lo mismo que la alta imagen negativa de los últimos presidentes argentinos.
Los árboles son este magma sociopolítico en movimiento que desgasta a la sociedad y a sus dirigentes y genera tanta incertidumbre. El bosque que sus ramas ocultan, el problema de fondo, es la ausencia de líderes hegemónicos en el peronismo y en la oposición y la falta de un nuevo relato que sea asumido por cierto por una mayoría.
Esta situación es la que recorre diez años de crisis económica y está detrás de ella.
En términos estadísticos, las últimas dos etapas de crecimiento sucedieron durante un Gobierno encabezado por un líder indiscutido en su interna y una mayoría social que se sintió reflejada por un relato de época.
La verdadera puja dentro del Gobierno y la oposición:grieta, supergrieta o antigrieta
Carlos Menem encabezó la primera de esas etapas durante los 90 y fue quien espejó las expectativas aspiracionales de una mayoría que imaginaba al país como parte del primer mundo. Domingo Cavallo y la convertibilidad fueron los instrumentos técnicos que hicieron verosímil esa aspiración.
La segunda etapa de crecimiento fue la de Néstor Kirchner, quien llegó a liderar al peronismo después de pelear, traicionar y hacer lo necesario para lograrlo. Él representó a una mayoría social que, tras el fin del sueño primermundista, aceptó la hipótesis de un modelo más “nacional y popular”. Roberto Lavagna fue quien lo tradujo en una economía heterodoxa con control de las cuentas fiscales.
Cristina Kirchner lideró cuando fue presidenta, pero su relato había dejado de ser mayoritario. Mauricio Macri también lideró, pero solo representó el relato de la otra parte de la grieta. El actual gobierno carece de un líder hegemónico y no pudo hallar un nuevo relato superador.
Ruidos opositores. Hace una década que la profundización de la grieta impide la aparición de una narrativa acordada por una mayoría. No es casualidad que coincida con una década de decadencia económica.
Ahora, adicionalmente, tanto el liderazgo del peronismo como el de la oposición están en disputa. Tampoco es casual que esta crisis de conducción política coincida con una mayor incertidumbre económica.
La economía puede aportar las herramientas, pero si la política no genera las condiciones de previsibilidad y confianza, no habrá herramientas que funcionen.
La pelea de Carrió con una parte de sus aliados es la expresión más reciente y extrema de las disputas internas entre halcones y palomas, además de las propias dentro de cada bando. La sensación de que crecieron las chances de regresar al poder azuza la confrontación.
Creyendo que todavía no llegó el momento de la pelea abierta, Rodríguez Larreta construye silenciosamente su candidatura. Ni Macri ni Patricia Bullrich están dispuestos a aceptarlo como algo natural. Radicales como Manes y Morales piensan que les llegó el turno de gobernar, pero aún no saben quién será el elegido para intentarlo. Y está la líder de la Coalición Cívica, que teme un reacomodamiento del tablero político que le termine de quitar protagonismo.
Ruidos oficialistas. Sergio Massa es el último intento del peronismo para permanecer en el Gobierno. Pero ni él ni AF ni CFK son líderes indiscutidos. Mientras gestionan, dirimen en la diaria sus disputas internas.
La novedad es que Cristina está abocada casi exclusivamente al seguimiento de la causa por la obra pública. Ya se dijo que delegó en Axel Kicillof el rol de observador de la gestión Massa, pero lo que está sucediendo es más que eso. El gobernador se transformó en una suerte de “controller” al que le envían para revisar y aprobar los proyectos de, al menos, tres dependencias: las secretarías de Desarrollo y de Energía, y las del propio Ministerio de Economía.
Hacia una insatisfacción equilibrada
Massa lo acepta porque anda en puntillas de pie para avanzar sin herir las sensibilidades de sus socios.
Confía en que una gestión exitosa lo coloque a las puertas de la presidencia. Pero también sabe que si se llega a la campaña electoral con una inflación más razonable y un crecimiento similar al que proyecta el FMI (un 4% para este año, un 3% para 2023), es probable que el Presidente pida derechos de autor por haber atravesado pandemia y guerra con un modelo económico que no varió demasiado de Guzmán a hoy. Sin contar que pueda aparecer algún gobernador avalado por la principal accionista de la coalición.
Inflexión. La sociedad en general y los factores de poder en particular (empresarios, jueces, medios) perciben que no hay líderes, sino liderazgos en pugna.
Lo opuesto a lo que se requiere ante situaciones turbulentas.
Una encuesta reciente de Ipsos entre 19.570 participantes de veintiocho países muestra a la Argentina como una de las sociedades que menos confían en sus políticos: apenas el 3% se fía de ellos.
Vivimos un tiempo de inflexión. La mezcla de grieta, ausencia de liderazgos indiscutidos y crisis económica puede disparar hacia diferentes lados.
Podría aparecer un Milei (no necesariamente él), que represente el hartazgo social desde la antipolítica. Con una mayor o menor dosis de violencia verbal, emparentada, por ejemplo, con los sectores que hoy apoyan, explícita o tácitamente, los escraches verbales y físicos a los políticos.
La salida en este caso no sería la antigrieta, sino la construcción de una nueva y más profunda que requiera de un liderazgo más confrontativo que los actuales. Son salidas extremas que en la historia argentina y mundial promovieron situaciones trágicas.
Pero también podría surgir un emergente que interprete y corporice una síntesis superadora entre los lados de la grieta.
Parte de los enfrentamientos internos en las coaliciones oficialistas y opositoras se debe a la puja entre aquellos que, de un lado y del otro, quieren mantener el statu quo de la polarización, y quienes entienden que ya existe una mayoría que pide dar vuelta esa página.
Las acusaciones e insultos de Elisa Carrió parecen destinados a quienes mencionó expresamente. Frigerio, Ritondo, Monzó y Massa, entre otros.
Pero estuvieron dirigidos al único dirigente de su espacio que no mencionó: Rodríguez Larreta.
Tres caminos. Lo que Carrió le dice a Larreta es que, con la excusa de hacer un gobierno de unidad que refleje a dos terceras partes de la sociedad, no se le ocurra avanzar en algún futuro acuerdo con su amigo personal Sergio Massa, ni con otros peronistas que no sean los ya tolerados por JxC.
También es una advertencia al radicalismo más dialoguista de Manes (a quien mencionó al paso) y a Morales, otro amigo de Massa.
Sus dardos, además, son un aviso a Macri y a Bullrich (los ubicó junto a ella en el “panrepublicanismo”) para que les pongan límites a los que imaginan “un neo PJ con Massa y compañía”.
Esto es lo que se disputa: qué camino tomar. Grieta, supergrieta o antigrieta.
Puede prolongarse la agonía de la primera, explotar una variante más extrema o puede cerrarse el capítulo de la polarización.
No serán los políticos los encargados de decidir cuál será el próximo clima de época. Ellos serán los elegidos para corporizarlo.
Su canibalismo político apenas representa el dolor de parto de un nuevo tiempo. Probablemente mejor.