COLUMNISTAS
Defensor de los Lectores

El humor tiene códigos que desafían límites muy finos

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Provocador. Dibujo de Langer en revista virtual de la UBA que acentúa un debate. | cedoc

Espóiler (así, con E inicial y tilde en la o) es una publicación de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Buenos Aires. La dirige el sociólogo Guillermo Levy, docente e investigador de la casa de estudios, y solo se tiene acceso a ella por la web (http://espoiler.sociales.uba.ar/). Días atrás, esta revista virtual definida por su conductor como “un espacio para sumar nuevas voces a los debates políticos y culturales de nuestro tiempo”, conmovió al mundo de los medios de comunicación al incluir un dibujo de su colaborador permanente, el humorista Langer, en el que se veían a cinco periodistas considerados cercanos o vinculados al gobierno saliente (Luis Majul, Jorge Lanata, Alfredo Leuco, Luis Novaresio y Nicolás Wiñazki) en pose de suicidio colectivo, tema que fue abordado el pasado viernes por el portal de Perfil (https://bit.ly/33wpqKh). El debate que generó aún continúa.

Introducción tan extensa se justifica porque reabre una polémica acerca de la cual este ombudsman ha dedicado varias columnas, en particular desde el trágico atentado de fundamentalistas islámicos contra la redacción de la revista francesa Charlie Hebdo en enero de 2015: cuales son los límites (si los hubiera) al humor aplicado en imágenes y textos periodísticos. Se tiende a opinar que no existen esos límites, que la creación cultural (literaria, visual, musical y –por extensión– periodística) solo responde a una lógica con libre interpretación y a la aplicación de una línea ética correspondiente a cada sociedad.

Mañana se cumplirán dos años de la publicación de una columna de este ombudsman en la que compartía en gran medida las críticas de un lector a un texto del colaborador  Pablo Marchetti, en el que aplicaba su corrosiva mirada a la tragedia del submarino ARA San Juan. Quisiera traer a la memoria algunos puntos que abordé en aquella oportunidad.

Citaba entonces (y reitero ahora) a Javier Darío Restrepo, el mayor analista de Latinoamérica sobre ética en esta profesión.  Decía el colombiano de la Fundación Nuevo Periodismo Gabriel García Márquez: “La ética del humor, utilizado como medio para comunicar, coincide con la ética de la comunicación y demanda unos valores específicos junto con los valores que hacen de toda comunicación un acercamiento y una relación con los demás. Lo mismo que cualquier comunicación, la caricatura debe decir la verdad. So pretexto del humor, no se puede mentir; y con el pensamiento de hacer reír no se puede atentar contra la dignidad de las personas”. En un párrafo siguiente, y tras recordar una definición del biógrafo de Les Luthiers, Daniel Samper (“El humor es mucho más osado, mucho más atrevido y goza de más libertades que la aparente seriedad; el humor no es lo opuesto a la seriedad, sino a la solemnidad”), recordaba en mi columna una definición del periodista Diego Igal, que consideré y considero el corazón del debate: “En la sátira y el humor, los límites tienen que ser autorregulables. Tienen que ver con el buen gusto, dependen de cada autor y de la forma en que esté manejado el tema”.

Me parece inteligente, y desafía, lo señalado por Levy al presentar la revista de la UBA: “Buscamos la pluralidad de puntos de vista, pero nunca la corrección política. Somos parte de una búsqueda estética y política: miramos, preguntamos, investigamos, provocamos y, a veces, adelantamos el final”.

Loables objetivos. Una salvedad: el buen gusto (Igal), la seriedad sin solemnidad (Samper) y el respeto por la dignidad de las personas (Restrepo) son tres patas de un mismo banco que garantizan su estabilidad.