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El varón roncante

Dormir 20230915
Imagen ilustrativa - Descanso | Unsplash | Matheus Vinicius

Desconozco las estadísticas, pero en tiempos en los que nociones como “violencia simbólica” corren el riesgo de pasar a reserva, no creo necesario perder ni un segundo sacando a relucir tediosos gráficos para confirmar algo sobre lo que no debería haber dudas: los varones roncan más y más fuerte que nosotras. El ronquido hace que quienes lo soportamos padezcamos, por falta de un descanso reparador, consecuencias negativas para la salud. Si no nos gusta empastillarnos o no tenemos posibilidad de mantener una pareja heteronormativa con cuartos separados por falta de espacio, es probable que tengamos que aguantar a un varón roncante cada noche de nuestras vidas, y no hay cucharita que compense ese flagelo.

Los feminismos, que tan atentos han estado a los grandes problemas de las mujeres, pero también a los micropoblemas que son como la gota que horada la piedra, deberían aprovechar lo que queda del gobierno de Alberto (el hombre que ganó con la inclusiva fórmula “es con todes”, el papá de Dyhzy, el del fallido más celebrado por el progresismo de la última ola, “volvimos mujeres”, el mismo que violó la tajante cuarentena que impuso a sus votantes por pedido de su señora y el que hoy, gracias a haber soportado como una madre abnegada críticas de todo el espectro político, es un factor de unión nacional) para resolver este entuerto, que no es menos patriarcal que el mansplaning o el manspreading. 

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Tal vez, antes de preocuparnos por las conductas opresoras que el varón, en su afán totalitario ejerce, por ejemplo, contra vacas y gallinas (como iluminaban unas activistas españolas en un paper publicado hace algunos años: “La desconsideración de los intereses de los demás animales por el hecho de que no pertenecen a la especie humana constituye una forma más de discriminación injustificada”), deberíamos habernos preocupado por dormir como se debe, porque bien dormidas seremos mejores con vacas, gallinas, e incluso con la sociedad. Alguien podrá replicar, en favor de la funesta, pero masiva figura del varón roncante, que lo hace sin querer, pero está visto que hay grandes daños que pueden ejecutarse de esa manera, al tiempo que hay cientos de buenas acciones involuntarias. 

Es útil recordar, en este sentido, cómo la presunción de inocencia fue debilitándose ni bien los colectivos feministas indicaron que alcanza con la palabra de la víctima para probar un abuso, aunque no pase lo mismo con robos u otros crímenes que siguen requiriendo las pruebas que exige la Justicia patriarcal, tan atrasada con eso del derecho romano. Y no van a faltar quienes pretendan defender a estos chacales del mal manejo respiratorio diciendo que también hay mujeres que roncan; la respuesta cae de madura: que formen un colectivo de varones víctimas del ronquido y salgan a denunciar. 

Además, en favor de mis argumentos, puedo poner sobre la mesa el caso de mi tía Charo, quien al tanto de sus ronquidos excepcionalmente varoniles recurrió a un aparato silenciador que le recomendó el obispo de su pueblo, en Galicia, con el que resolvió la cuestión sin joder más a mi tío Armando, su marido. Es cierto que tuvo algunos problemas en aeropuertos al querer transportarlo porque parece una máscara de esas que se usan en las guerras, pero no reculó porque sabe que, durmiendo en silencio, hace, de alguna manera, el bien. Y como se dice en España: “Ahora es cuando”. 

La era del detalle

Con las PASO se supo que hay votantes ¡almas!, capaces de levantarle el pulgar a un tipo que parece un loco violento, o a una mujer que supo compararse con Bolsonaro, o a un peronista forjado en la UCD. Se supo, en definitiva, que el electorado es capaz de votar a cualquiera que no hable mucho de “minorías”, tal vez fantaseando con escuchar más seguido cosas como “casa propia”, “trabajo”, “industria” o “poder adquisitivo”.

Aunque no es del todo claro cuán trágica puede llegar a ser la próxima gestión, es muy probable que no le dé demasiada importancia a la deconstrucción. A bogar, entonces, por una solución urgente contra el mal sueño.

Mediante la disposición estatal de horarios diferidos, o la distribución gratuita de máscaras como la de mi tía Charo o, tal vez, con algún taller que enseñe a respirar sin ruido, podremos terminar con este drama, antes que sea demasiado tarde.