A medida que pasan los días, cada vez más observadores se preguntan lo mismo: ¿llega Alberto al final del mandato? Lo que era una visión mayoritariamente compartida de respuesta positiva hace seis meses, hoy se va convirtiendo en un interrogante. Es raro el Presidente… resiste como si fuera a hacer algo distinto, y al final no hace ni chicha, ni limonada, y está en el peor de los mundos.
Resistió manteniendo a Moroni, Guzmán y Kulfas como si fuese a jugarse por una tercera vía –ni Macri ni Cristina– y termina tomando medidas cada vez más restrictivas en lo económico cuando ya no le queda otra, aumentando el gasto público por encima de la inflación (88%).
Pagó todos los costos imaginables, políticos y económicos. Siempre corre por detrás de los acontecimientos, y entonces todo el mundo se pregunta “¿qué quiere hacer?”. Bueno, todo el mundo, no. Cristina ya no se lo pregunta.
Pero como comentamos la semana pasada, no solo Cristina no se lo pregunta, quizá porque ya lo considera una pérdida de tiempo. Tampoco se lo preguntan sus ministros/intendentes, ni los gobernadores –que certificaron su giro pro CFK el viernes 24–. Y por si faltaba alguien a la cita, la CGT dudó si hacer un acto con él (aunque confirmó), mientras la vicepresidenta ya se sabe volverá al púlpito hoy (hablará cada vez más seguido).
Lamentablemente hay que analizar la posibilidad de que el Presidente se quede sin poder para hacer nada, por bloqueo interno dentro de su propia coalición. Es cuando uno no se va del poder porque quiere, sino porque no le queda otra, y los interesados en el recambio cada vez le obstaculizan más canales de comunicación. ¿Esto significa que se vaya? Puede implicar que siga como un mandatario sin mando, obligado a aceptar soluciones que no le convencen, pero que tampoco eso ya sería importante.
Repasemos: a Alberto (y Guzmán) los favorecía el espanto a que CFK o alguno de sus fieles desembarque en el cabeza del poder –de hecho o de derecho–; eso hacía que el mundo empresarial y sindical velara para que la dupla continúe; el FMI lo consideraba el mal menor para ganar tiempo, y EE.UU. no quería otro problema más en la región de los que ya tiene. No estaba mal para terminar el mandato. Pero claro, el Presidente –con el acuerdo aprobado en el Congreso que supuso un quiebre en los bloques de ambas cámaras– debía cumplir con dos condiciones:
- intentar satisfacer lo máximo posible dicho acuerdo, y
- mantener el equilibrio político con Cristina, pese a sus ataques. Por impericia, no está logrando ninguna de las dos cosas.
A partir de eso se disparan escenarios alternativos:
Alberto despide a Guzmán por falta de resultados y acepta la opción Massa como mandamás de toda el área económica:
Massa se juega así una gran ficha. Si él sale medianamente bien y genera expectativas, entra en la grilla de presidenciables 2023, desplazando a Manzur y Scioli. Si le sale mal, formará parte del naufragio. ¿Massa llega con aval de Cristina? Ese será uno de los grandes interrogantes. Pero poco importa, si no que dependerá más de lo que haga y concrete. Ahora, ¿el tigrense llega para aplicar las ideas de Kicillof o las de Redrado? Gran diferencia. ¿Acaso aceptaría ser un ministro más, discutiendo con Scioli, Pesce, Domínguez y los cristinistas todos los días? Muy poco probable. Si algo no le falta, es personalidad para imponerse y ser un catch all del poder.
¿Massa llega para hacer lo que Cristina no quiere que haga Guzmán? Al final, en febrero de 2014, Ella aprobó una devaluación controlada, arregló con el Club de París, con Repsol y estuvo a punto de cerrar con los buitres. Por personalidad, el líder del Frente Renovador no asumirá para que se diga que Kicillof le escribe el libreto. En síntesis, si Massa llega, es para salvar la situación y proyectarse él. Si no, difícilmente asuma la responsabilidad.
¿Y Alberto cómo queda en este escenario? Una especie de Bordaberry, el tristemente célebre presidente uruguayo por pasar de presidente constitucional a dictador títere de las Fuerzas Armadas.
Alberto se va y deja el país en manos de Cristina: muy poco probable, ya que las dos partes no lo desean, aunque como ya dijimos quizá no les queda otra. A esta altura, lo que todo el mundo oficialista quiere es que Alberto pegue algún golpe de timón para recuperar margen de maniobra.
Alberto sigue como hasta ahora, y espera a ver el índice de inflación de agosto:
Puede ser, a procrastinar no le gana nadie. Pero claro, demorar una decisión, además de perder el efecto sorpresa, puede llegar demasiado tarde para resolver la cuestión. Eso significaría pensar en septiembre, porque en ese mes vence la friolera de 1 billón de pesos de deuda pública, que además es el mes en el que piensa Cristina que puede explotar todo. De modo que más de un actor debe tener pensado un plan B por si las cosas se van de las manos, y lo único a mano sea que Alberto se corra, o que se aplique el escenario 1 (con Massa o con alguien que desempeñe el rol descripto).
“Sinceramente”, el desmadre es mayúsculo y la inercia del poder lo está dejando a Alberto sin opciones. Pero claro, el futuro no está escrito en ninguna parte. Vamos a despedirnos con una frase más optimista de Keynes: “Lo inevitable rara vez sucede, es lo inesperado lo que suele ocurrir”.
PD: Para los enfermos y enfermas de la política, vale la pena asomarse a los 40 minutos de El efecto Martha Mitchell. Breve pero sustancioso film sobre la mujer de un funcionario clave del gobierno de Nixon, quien contribuyó a que se consolidara el caso Watergate. Un personaje curioso y pintoresco, verborrágico, que pasó de defender a muerte al presidente, a convertirse en un dolor de cabeza. Tan relevante fue su rol que en psicología se habla de “el efecto Martha Mitchell”, cuando se hace referencia a aquella situación en que los profesionales de la psicología y/o la psiquiatría llegan a la conclusión de que un suceso concreto relatado por el o la paciente es producto de un delirio o un estado alterado de conciencia, siendo dicho suceso verdadero. Vale la pena y está en Netflix.
*Consultor político. Ex presidente de Asacop.