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carencias presidenciales

La mala suerte

Lo social y lo político no son dos planos regidos por el mutuo desconocimiento, como si tal ceguera fuera posible.

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Negacionismo social. Es notable la incapacidad de comprender de algunos funcionarios respecto a lo que significan la protestas. | na

El martes 17, un ministro del gobierno saliente dijo sobre las marchas y concentraciones: "Más allá de algunos reclamos que puedan tener justicia, claramente hay una utilización política de la protesta y del uso de la calle". Notable la incapacidad de comprender. Y notable también la preferencia por reclamos que se abstengan prolijamente de incidir en la esfera política. Pero lo social y lo político no son dos planos regidos por el mutuo desconocimiento, como si tal ceguera fuera posible. Esta ignorancia no sorprende en un gobierno que entendió muy poco del arte de gobernar.

Uso político y negacionismo. Se le podría preguntar a ese ministro saliente si prefiere que la protesta derive en un movimiento social sin dirección. En ese caso, la muchedumbre es una masa ciega sin disciplina ni destreza para reclamar, resolver o negociar, congelada en su inconformismo pacífico o violento. Hay que explicarle al ministro que la política, en vez de derivar en violencia o agotamiento, da una dirección a las fuerzas que actúan en un escenario que sería caótico sin dirigentes, sin cuadros organizativos, sin alineamientos, en suma, sin condiciones de representación. Por eso, el uso político de la protesta es bueno, porque organiza la desesperación y el desbande.

El cauteloso ministro, que denunció el “uso político” de las movilizaciones sociales, ¿pensaba acaso que algún partido de extrema izquierda podía poner en peligro la legitimidad de la protesta “usándola” para fines insurreccionales y revolucionarios? Me permito sugerir que se refería más bien al friso de descontentos que condenan al PRO y a Macri. Para interpretar al ministro, las marchas “usadas políticamente” favorecen al candidato del Frente de Todos. Así, el gobierno de Macri se lava de culpa, ya que la “política” le quita legitimidad a la protesta.

Pero ¿es verosímil pensar que Alberto Fernández, desde su cauteloso cuartel general de la calle México, esté fogoneando en secreto la protesta callejera, después de haberla desaconsejado? De creer lo visto en las movilizaciones, se pueden dar tres respuestas: o el fernandismo no tiene tropa para mover; o ha ordenado a sus seguidores que disimulen su identidad; o ha seguido su propia advertencia de no agitar el espacio público.

Un consejo al ministro que protagoniza este comentario: haga un uso político de su cerebro, en lugar de difundir el negacionismo característico de un lugar común antipolítico que, en verdad, desnuda la antipatía frente a las movilizaciones sociales. A estas movilizaciones se las reduce a la minoridad de dejarse “arrastrar” por el uso político, como si sus dirigentes no fueran más experimentados que toda la jefatura del gabinete saliente, y como si no tuvieran, como ciudadanos, el derecho a combinar sus reivindicaciones puntuales con la perspectiva más amplia de convertirlas en argumento de voto.

Patos. El macrismo podrá decir “a nosotros nos tocan todas”. Y, en efecto, solo pocos días después de que el Gobierno se decidiera a congelar el precio de los combustibles hasta el 12 de noviembre, para proteger lo que le quede de sus votos, el atentado con drones a los pozos de Arabia Saudita provocó el aumento de los precios internacionales.

Macri no es un pato rengo. Es un pato desplumado.

No voy a referirme a esos precios ni al futuro del petróleo, sino a la circunstancia de que la medida de congelar los valores locales y el salto de los internacionales fueron en direcciones diferentes que hieren los objetivos oficialistas.

Aprendimos con Maquiavelo que el príncipe debe tener astucia, inteligencia, audacia, pero también buena fortuna. Macri carece de todas esas cualidades. Y así le ha ido. No es el culpable, por cierto, de lo que sucede en el mundo con los precios del petróleo. Pero es necesario pensar que la astucia de un político no lo ayuda a prever un bombardeo con drones a los pozos petroleros saudíes, pero sí las subas y bajas de un mercado internacional ultrasensible. Confiar en la buena suerte es una forma peligrosa de convocar la fortuna adversa. Quien confía en la buena suerte, debe tener también inteligencia para descubrir en el futuro las condiciones que la vuelvan posible.

Pero el “excelente gabinete” del PRO no acertó ni una sola de las predicciones económicas que presentó el Gobierno hace tres años y ocho meses. Ni una sola. La inflación de 2018 fue la más alta de los últimos 27 años; y la de 2019 duplicaría el objetivo declarado de bajarla a un dígito: triste despedida de quienes llegaron con una soberbia solo atemperada por los buenos modales, que parecían mejores después del rudo egocentrismo de Cristina.

En realidad, todo fue hostil a las ilusiones de “felicidad” que repartió el Presidente (y que a veces, en accesos de nostalgia, sigue mencionando). Si Macri no es reelecto, y lo más probable es que no lo sea, su gobierno quedará como el peor, con un solo mérito que debe atribuirse a la oposición y su cautela de no repetir un 2001.

Macri tuvo su gobierno sin helicóptero, pero recorrió una pendiente de deterioro incluso allí donde más confiado se mostró cuando paseaba por Davos, envuelto en una nube de optimismo que emanaba de los periodistas de medios argentinos que también creían todo.

Un siglo corrió desde entonces, y la noticia del miércoles 18 colmó la humillación, cuando una jueza estadounidense rechazó una presentación argentina hasta no tener claro quién va a hablar en nombre de este país. La jueza sabe que muy probablemente hablará con los representantes de un Poder Ejecutivo ocupado por un nuevo presidente que, como hombre de leyes, quizá quiera revisar los escritos presentados ante la Justicia estadounidense.

Macri no es un pato rengo. Es un pato desplumado. Para empeorar las cosas, la intención de presentar a Alberto Fernández como un simpatizante del régimen venezolano y rezar para que vocifere las mismas hipérboles pseudoantimperialistas de Cristina acaba de recibir un estrepitoso rechazo por parte de Maduro. Cuando Alberto Fernández se refirió a los “abusos” del régimen de Caracas, Maduro contestó en Folha de Sao Paulo: “Quien lo diga es un estúpido. Venezuela es una democracia sólida, amenazada, asediada”. La gloria que faltaba: ser insultado por Maduro. Imposible saber si Cristina también se lo recriminó.

Corrupción. Lo que sigue es tema de nuestro futuro inmediato. Sucedió en Estados Unidos y pido que se me excuse por traer a la gran potencia del norte como inspiración. Elizabeth Warren, verosímil precandidata del Partido Demócrata para las elecciones presidenciales, el lunes 16 pronunció un discurso importante. Fue en Washington Square, en el Village neoyorquino, bajo el arco del que colgaba una bandera gigantesca.

El discurso de Warren tuvo como tema la influencia del dinero en el debilitamiento de los derechos de los trabajadores. Evocó un incendio sucedido en 1911, en una fábrica textil cuyos dueños mantenían cerradas todas las puertas para evitar que las obreras salieran a tomar aire o se llevaran alguna pieza de ropa. La sangre y los cuerpos taparon las alcantarillas.

De ese episodio, Elizabeth Warren, profesora en Harvard y notable oradora, saltó a la actualidad: “Las corporaciones se han apoderado mediante su dinero de nuestro gobierno… La corrupción no solo pone en riesgo al planeta, sino que ha hecho pedazos nuestra economía y está destrozando nuestra democracia”. Señaló a Donald Trump, que “lleva esa corrupción en carne y hueso”. Luego Warren enumeró las leyes impositivas que favorecen a las corporaciones; el crecimiento en espiral de los gastos farmacéuticos; la decadencia de los sistemas públicos; y la influencia de los ricos sobre el Congreso.

La enumeración sería diferente para la Argentina, pero quizá no tanto. Lo que es diferente es que los candidatos que acá compiten no son tan francos, claros y verdaderos como Elizabeth Warren. Un tema vital de estas elecciones debería ser la corrupción y su combate: no solo como la mancha que ensucia a “otros”, sino como una política nacional para el futuro.

Warren ha escrito y distribuido un memorándum sobre la corrupción. ¿Qué esperan los candidatos locales?